EEUU-IRAQ: 11 de septiembre, el gran pretexto

Horas después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, altos funcionarios de Washington y sus aliados fuera de la administración se propusieron utilizarlos como excusa para lanzar la guerra contra Iraq.

Este hecho se vuelve más claro a medida que se profundizan las investigaciones sobre la manipulación de datos de inteligencia por el gobierno de George W. Bush para justificar esa guerra.

El propósito de los autores del plan era persuadir a la opinión pública de que el régimen de Saddam Hussein estaba vinculado con los atentados o con la organización extremista islámica Al Qaeda, acusada de la autoría intelectual de esos ataques.

Desde las más altas esferas de poder, se planificó vincular a Iraq con los atentados en Nueva York y Washington o con la organización extremista islámica Al Qaeda de Osama bin Laden desde días e incluso horas después de esos ataques, para justificar un ”ataque preventivo” contra Iraq.

El plan tuvo éxito, aunque requirió la distorsión y exageración de los datos recabados por las agencias nacionales de inteligencia.
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En una entrevista concedida al programa de televisión Meet the Press, del canal NBC, el general Wesley Clark afirmó que ”hubo un esfuerzo concertado en el otoño (boreal) de 2001, que comenzó inmediatamente después del 11 de septiembre, para atribuir esos atentados y el problema del terrorismo a Saddam Hussein”, el entonces presidente de Iraq.

”El plan surgió de la Casa Blanca, de sus alrededores, de todas partes. El 11 de septiembre alguien me llamó y me dijo: 'Tienes que decir que esto está conectado, que es terrorismo patrocinado por un gobierno. Esto debe vincularse con Saddam Hussein'”, dijo Clark, ex comandante de las fuerzas de la OTAN.

Aunque Clark no identificó al autor de la llamada, el mensaje coincide con el difundido en los medios el 11 de septiembre y en semanas posteriores por altos funcionarios del Departamento de Defensa (Pentágono) y miembros de equipos de planificación estratégica estrechamente vinculados con Washington.

”Esto no pudo cometerse sin la ayuda de uno o más gobiernos”, declaró el mismo día de los atentados Richard Perle, entonces miembro de la Junta de Política de Defensa del Pentágono, al diario The Washington Post.

James Woolsey, otro miembro de la Junta y ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), fue más directo.

”No es imposible que grupos terroristas trabajen en colaboración con gobiernos… El régimen iraquí ha estado involucrado con varios grupos terroristas sunitas y ha tenido contacto directo con Bin Laden”, dijo.

Woolsey realizó sus declaraciones en una de las numerosas entrevistas televisivas concedidas el 11 y 12 de septiembre de 2001, después de que aviones comerciales secuestrados por terroristas suicidas se estrellaran contra las torres gemelas de Nueva York, el edificio del Pentágono y un campo de Pennsylvania.

”Creo que Iraq es actualmente el elefante en el bazar”, agregó el mismo día William Kristol, editor de la publicación neoconservadora Weekly Standard y presidente del equipo de planificación estratégica Project for the New American Century.

”Existen crecientes pruebas de que Iraq tuvo en el pasado estrechas relaciones con Osama bin Laden y con el atentado contra el World Trade Center” de 1993, agregó.

Mientras Kristol y otros intentaban desde fuera del gobierno implicar a Saddam Hussein en actividades terroristas, sus aliados de la administración Bush empujaban en la misma dirección.

El vicepresidente Dick Cheney ya había confiado a amigos antes del 11 de septiembre su esperanza en que el gobierno de Bush derrocara a Saddam Hussein.

Pero la actitud del secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, fue más radical.

Cinco horas después de que un avión de American Airlines se estrellara contra el edificio del Pentágono, Rumsfeld ”dijo a sus colaboradores que comenzaran a pensar en un ataque a Iraq, aunque no había prueba alguna que vinculara a Saddam Hussein con los ataques”, declaró el periodista David Martin, del canal televisivo CBS.

Martin basa sus afirmaciones en una serie de notas de las declaraciones de Rumsfeld tomadas por uno de sus asesores.

Según las notas, el secretario de Defensa solicitó ”la mejor información en forma rápida” para ”determinar la conveniencia de atacar a SH (Saddam Hussein) a la vez que a OBL (Osama bin Laden)”.

El subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, compartía la visión de Rumsfeld, de acuerdo con una crónica de la reunión del consejo de guerra el 15 y 16 de septiembre en Camp David, realizada por los periodistas Bill Woodward y Dan Balz, del diario The Washington Post.

”Wolfowitz afirmó (en la reunión) que la fuente de los problemas y del terrorismo era probablemente Saddam Hussein, y los ataques del 11 de septiembre creaban una oportunidad para atacarlo”, afirmaron Woodward y Balz en su artículo.

El secretario de Estado (canciller) Colin Powell se opuso. ”Si obtienen algo que vincule a Iraq con el 11 de septiembre, bien, pero por ahora, concentrémonos en Afganistán”, propuso Powell, según The Washington Post.

A su regreso a Washington, Rumsfeld y Wolfowitz convocaron una reunión secreta de la Junta de Política de Defensa, presidida por Perle.

En lugar de concentrarse en la planificación de la ”guerra contra el terrorismo”, las discusiones se refirieron a cómo Washington podría usar el 11 de septiembre como pretexto para atacar a Iraq, según el diario The Wall Street Journal.

A diferencia de Ahmed Chalabi, el líder del opositor Congreso Nacional Iraquí, ni el Departamento de Estado ni la CIA fueron invitados a participar de las conversaciones.

Luego de la reunión, Woolsey fue enviado a Londres —no está claro por quién— a recabar pruebas de la supuesta conexión entre Bagdad y Al Qaeda.

Aunque volvió con las manos vacías, eso no le impidió a Woolsey y a sus aliados del Pentágono difundir en la prensa el supuesto papel de Saddam Hussein en el atentado de 1993 contra el World Trade Center ni cualquier otro rumor o acusación suministrado por opositores de su régimen que lo vincularan con actividades terroristas en general y Al Qaeda en particular.

Mientras, Kristol recababa firmas para una carta a Bush, finalmente publicada a nombre del Project for the New American Century en The Washington Times el 20 de septiembre, que sugería al presidente una serie de objetivos en la guerra contra el terrorismo.

El rumbo marcado por esa carta fue en gran medida el que tomó la política exterior de Washington desde entonces.

Además de pedir el derrocamiento del grupo extremista islámico Talibán en Afganistán, la guerra a Al Qaeda y la marginación del líder palestino Yasser Arafat, la carta sugería explícitamente el derrocamiento de Saddam Hussein, sin importar si estaba vinculado o no con los atentados del 11 de septiembre.

”Aun si no hay pruebas que vinculen a Iraq directamente con los ataques, cualquier estrategia dirigida a la erradicación del terrorismo y sus patrocinadores debe incluir un esfuerzo para expulsar a Saddam Hussein del poder”, decía.

La carta fue firmada por 38 políticos, académicos y analistas neoconservadores, muchos de los cuales se convirtieron en los más ardientes defensores de la campaña contra Iraq.

Además de Perle y Kristol, entre los firmantes figuraban Frank Gaffney, director del Centro de Políticas de Seguridad; Eliot Cohen, integrante de la Junta de Política de Defensa; Reuel Marc Gerecht, miembro del American Enterprise Institute, y los columnistas Charles Krauthammer, Clifford May y Randy Scheunemann.

Se trata del mismo grupo que, en representación de sus aliados en el Pentágono, realizó una campaña sin tregua contra la CIA, el Departamento de Estado y todo aquel que intentara frenar la guerra contra Iraq cuestionando las vinculaciones de Saddam Hussein con Al Qaeda o la supuesta amenaza que su régimen representaba para Estados Unidos.

El éxito de la campaña está fuera de discusión. Para octubre de 2002, justo antes de que la Cámara de Representantes autorizara a Bush a lanzar la guerra, dos tercios de los estadounidenses estaban convencidos de que ”Saddam Hussein ayudó a los terroristas del 11 de septiembre”, según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew.

Aunque esa proporción se redujo a través del tiempo, una fuerte mayoría todavía creía el pasado junio que Saddam Hussein apoyó a al Qaeda, y 52 por ciento consideraba que Estados Unidos halló ”pruebas claras en Iraq” de la vinculación con ese grupo.

Apenas siete por ciento de los encuestados creía que ”no existió conexión alguna”, la opinión más coincidente con la de los servicios de inteligencia.

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