Con tez blanca, mejillas sonrosadas por el frío y pelo entrecano, María Covih no se diferencia mayormente de otras mujeres que mendigan en el centro de esta capital, salvo por el cartel sobre sus rodillas: «Soy rumana, vivo hace dos años en Chile, necesito su ayuda para alimentar a ocho hijos».
Covih representa más edad de los 34 años que declara. Está sentada en la acera en una de las esquinas más frecuentadas de Santiago, con la espalda apoyada en la pared del Banco Estado.
Viste falda larga, un gastado chaleco artesanal, calcetines de lana y zapatillas de lona. Moisés, de tres años, duerme en sus brazos. Es su hijo menor.
Los mendigos de Europa oriental, sobre todo rumanos, se han convertido en los últimos años en una de las notas características de los ambientes urbanos chilenos. Con frecuencia son niños que tocan el acordeón o mujeres, como en el caso de Covih, que cargan un bebé.
Su presencia es una suerte de contrasentido en un país donde la figura del inmigrante extranjero se asoció siempre a árabes, alemanes, italianos, españoles y a coreanos de una gran capacidad emprendedora que labraban fortunas partiendo casi de la nada.
Europa oriental diseminó emigrantes por el mundo, muchos de los cuales recalaron en América del Sur, luego del desmembramiento del campo socialista con la caída del muro de Berlín en 1989, la disolución de la Unión Soviética en 1991 y los posteriores conflictos étnicos en la ex Yugoslavia.
Diez años después, esos inmigrantes son en estos países americanos incluso fuente de inspiración literaria.
El escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez creó en su obra "El vuelo de la reina", premio Alfaguara de Novela 2002, el personaje de Momir, un indigente yugoslavo usado en Buenos Aires como instrumento del mal por G.M. Camargo, el poderoso, despechado y patético director de un gran diario local.
Datos proporcionados a IPS por el Departamento de Extranjería y Migración del Ministerio del Interior de Chile indican que entre 1996 y 2001 se extendieron visas de residencia temporal o definitiva a 788 personas procedentes de Europa oriental, 68 de los cuales eran rumanos.
Esa cantidad es poco significativa, si se considera que el total de visas otorgadas a extranjeros en Chile entre 1995 y 2000 fue de 122.185, cifra que duplicó a la del quinquenio anterior y reflejó la atracción de este país hacia emigrantes sudamericanos, especialmente de Perú.
Pero fuentes oficiales del Departamento de Extranjería y Migración explicaron a IPS que no existe una política especial de atención a los inmigrantes de Europa oriental, por lo cual es difícil contar con un registro de ellos.
Tampoco es posible saber cuántos de los que obtuvieron visas se encuentran hoy en Chile, ya que pueden ingresar y salir del país sin limitaciones temporales.
A mediados de los años 90, Chile firmó un convenio con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para acoger a desplazados de la ex Yugoslavia.
En ese marco llegaron 27 inmigrantes, pero la mayoría no logró instalarse aquí y hoy sólo permanecen cinco, señaló a IPS Fabiola Aburto, de la Pastoral Social de la Iglesia Católica, que mantiene un programa de asistencia a refugiados políticos.
La mayoría de las personas procedentes del este europeo no entra en esa calificación, sino en la de "emigrantes económicos". Así, es imposible registrarlos, e incluso quienes han caído en la mendicidad no recurren a los habituales centros de auxilio.
Los tres gobiernos democráticos que sucedieron a la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990) proclamaron una política migratoria de puertas abiertas, que protege los derechos de los extranjeros y facilita la obtención de visas de residencia para estudiantes y trabajadores que obtengan un contrato laboral en regla.
Chile fue el primer país sudamericano que suscribió, en 1993, la Convención Internacional de los Derechos de los Trabajadores Migratorios, pero hasta la fecha no ha ratificado ese instrumento, que entró en vigor el 1 de julio de este año.
Las disputas entre empresarios, sindicatos y parlamentarios sobre la flexibilización laboral han impedido igualmente que Chile incorpore a su legislación los Convenios 97 y 143 de la Organización Internacional del Trabajo, que también protegen a la fuerza laboral migratoria.
"En nuestras hospederías (dormitorios para indigentes) recibimos peruanos, colombianos y últimamente han aumentado los uruguayos, pero los europeos tienen otra forma de actuar", dijo a IPS Cecilia Corvalán, encargada de relaciones públicas del Hogar de Cristo, una organización católica de caridad.
Es difícil igualmente determinar la magnitud que alcanza en Chile la llamada trata de personas, que consiste en traslados de adultos y menores de un país a otro bajo coacción o engaño, para explotarlos luego a través de trabajos ilegales, prostitución o mendicidad, según la ONU.
Ese no parece ser el caso de María Covih, quien, en un español imperfecto pero elocuente, afirmó que su familia se vino a Chile desde Timisoara, en Rumania, por propia voluntad y "con la ayuda de una iglesia, pero el pastor era muy viejo y no tiene más iglesia que nos pueda ayudar. Es de la iglesia pentecostal".
Su marido, según cuenta, trabaja de mensajero en una empresa y sólo gana 110 dólares al mes. Con sus ocho hijos y "mi mamá, llena de cáncer, enferma", habitan una modesta vivienda por la cual pagan 140 dólares de alquiler.
"No me ayuda nadie, sólo mienten por nosotros, mentira en la radio, mentira en la televisión, cosas que no son verdad. Nosotros hemos venido de nuestro país porque no podía vivir. Que antes era el comunismo que a mi papá lo mató. Pensaba salir de mi país para buscar una vida más buena, pero no puedo", sostuvo Covih.
Ella y su familia están un círculo vicioso. Su esposo no puede aspirar a un empleo mejor porque no tiene visa de permanencia definitiva. "Sólo tenemos (visa) temporaria y por eso no me recibe nadie un trabajo, porque no tenemos documentos", añadió.
"Todo extranjero, independiente de su nacionalidad, para poder residir en Chile debe acreditar de acuerdo con la legislación de Extranjería que tiene los medios económicos para poder vivir en el país sin constituir una carga social", señaló a IPS en una respuesta por escrito el Departamento de Extranjería y Migración.
"Por tanto, cualquier persona que se encuentre en la condición de mendicidad y que solicite un permiso de residencia le será rechazado si no es capaz de demostrar ingresos que le permitan sostenerse en nuestro país", agregó la fuente oficial.
"¿Cuál es el motivo por qué pedimos (limosna)? Porque no podemos hacer otra cosa. Nosotros no podemos robar, no podemos matar, nosotros no somos gente mala", asegura Covih.
"Buscamos una vida, por nuestros hijos, más mejor. Pero no podemos, no tenemos otra oportunidad", reflexiona la joven madre mientras los transeúntes depositan monedas en el tacho de plástico que mantiene a su lado. Moisés sigue durmiendo en sus brazos.