Todo panorama de la situación de las aves en América Latina es un repaso de la riqueza en especies, propia de la casi lujuriosa diversidad biológica de la región, y una suerte de memorial de agravios al entorno, que amenazan no sólo el hábitat de este o aquél pájaro, sino el de todos los seres vivos.
De las 9.700 especies de aves en el mundo, 4.339 (45 por ciento) se encuentran en América, y de ellas, 649 corren riesgo de extinguirse antes de 2020, según la coalición ambientalista BirdLife International.
En países líderes en biodiversidad, como Brasil y Colombia, la extinción amenaza a 114 y 77 especies, respectivamente.
En el mundo hay 1.200 especies de aves, una de cada ocho, amenazadas de extinguirse en las dos primeras décadas de este siglo.
La acción humana sobre el resto de la naturaleza es la causa de que esas especies estén en peligro en 99 por ciento de los casos, según la organización no gubernamental Worldwatch Institute, con sede en Washington.
Si hemos de creer al experto Howard Youth, autor de Mensajeros alados: La declinación de las aves, asistimos a la mayor ola de extinciones desde que los dinosaurios desaparecieron hace 65 millones de años.
En los últimos 500 años, desde que comenzó la presencia europea en América, desaparecieron unas 128 especies en el continente, y de ellas, más de cien en los últimos dos siglos.
Las aves son valiosos indicadores ambientales, según Youth.
La presidenta de la ambientalista Fundación Audubon de Venezuela, Clemencia Rodner, explicó ese concepto a Tierramérica: debido a su gran visibilidad, son el mejor indicador, el alerta temprano, cuando algo o mucho no anda bien en el ecosistema del que huyen o en el que merman o desaparecen.
La pérdida de hábitat verde es causa principalísima de las amenazas, cuando no de la extinción pura y simple de las aves. Cada año, el mundo pierde más de 50.000 kilómetros cuadrados de bosques, una extensión equivalente a la de Costa Rica.
Así es para los pequeños: el pato poc, habitante del hermoso lago Atitlán de Guatemala, desapareció hace una generación, al mermar la planta ribereña donde anidaba, llamada tul.
Una de las causas fue el terremoto de 1976 que hizo bajar varios metros el nivel del lago, pero otra fue la introducción en las aguas del lago de la lobaina negra, predadora de los huevos del poc o Atitlán grebe.
Era un pato muy especial, único en Guatemala y de color café oscuro. No volaba, era un zambullidor, recordó para Tierramérica Diego Esquina, alcalde de Santiago Atitlán. Nadaba muy rápido, y los lugareños recuerdan cómo escapaba de la vista de los curiosos, zambulléndose para aparecer 20 o 25 metros más lejos.
A mediados de los años 80 se lanzó una campaña con afiches que decían Salvemos al pato poc, pero sólo se logró extender la vida de algunos ejemplares durante unos pocos años.
Así es también para los grandes, como el aguila harpía (Harpia harpija), un ave monumental al decir de Rodner, y la de presa más poderosa del mundo, que llega a pesar hasta nueve kilogramos y necesita hábitat muy grandes y, a su vez, conservados.
Esa águila ha vivido desde el sur de México hasta el norte de Argentina, y en la frontera entre Venezuela y Brasil existe una de sus poblaciones mejor conservadas, pero se alimenta casi exclusivamente de monos y perezosos, y necesita consumir por lo menos un ejemplar cada dos días, señaló la activista.
¿Dónde pueden desarrollarse poblaciones que hagan viable la especie, con algunas docenas de individuos? En Venezuela, sólo en las reservas de los indios yanomami, en el extremo sur. Pero ¿qué pasará si las selvas se reducen, y con ellas las perezas (los perezosos) y los monos?, preguntó Rodner.
La guerra contra las aves tiene varios frentes: un aeropuerto que se quiso construir donde estuvo el lago Texcoco, en México, pudo afectar la vida de 70 especies; el uso de pesticidas en tierras y aguas es mortal para millones de ejemplares cada año; la caza de loros para convertirlos en mascotas amenaza a uno de cada tres tipos de esas aves en el planeta.
Contra esas corrientes, hay programas latinoamericanos para proteger a las aves y su entorno en Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Perú y Venezuela, siete de los 12 países con más biodiversidad del mundo, junto con China, India, Indonesia, Kenia y Sudáfrica.
Muchas aves llegan a volar distancias transoceánicas, y su protección debe ser coordinada por varios países. Un ejemplo es el programa binacional con apoyo público y privado para unos cinco mil individuos de la variedad de gavilán cola de tijera (Elanoides forficatus), que en el invierno boreal migra del sureste de Estados Unidos a Brasil.
El pájaro arrocero (Spiza americana) vive y se reproduce en el verano boreal en praderas estadounidenses, y en el invierno boreal migra a las llanuras del centro-oeste de Venezuela, donde llega a arruinar por completo cultivos de arroz y sorgo.
La Fundación Audubon promueve una alianza con los agricultores para que no maten a las aves sino que se limiten a ahuyentarlas, mediante el uso de un repelente en los cultivos.
Las áreas protegidas de Venezuela suman 14 millones de hectáreas, o sea 16 por ciento del territorio nacional, en 43 parques nacionales, 17 monumentos naturales y siete refugios de fauna.
Pero el país no ha desarrollado planes de manejo de esas zonas que las garanticen como hábitat adecuados para especies que deben protegerse, indicó Rodner.
Pero hay muchas cosas de provecho. Los refugios creados en el litoral Caribe han permitido elevar de 18.000 a 44.000 los ejemplares censados de flamencos en poco más de diez años, dijo a Tierramérica Luis Cova, del estatal Instituto de Fauna.
* Con aporte de Jorge Alberto Grochembake (Guatemala). Publicado originalmente el 26 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (