El código del buen machista latinoamericano establece que el hombre debe ser hombre por encima de cualquier consideración, y eso en pocas palabras significa poder, fuerza, dureza, sexo y, sobre todo, muchos riesgos.
Los hombres no lloran, no pueden crecer bajo la falda de la madre, nunca dicen no al reclamo sexual de una mujer, no se tocan entre sí, su mundo es la calle, no la casa, explicó a IPS Rogelio Cabrera, un profesional cubano de 42 años.
Pero Cabrera reconoce en círculos muy íntimos que ayuda a su esposa, limpia la casa o prepara la comida, siempre y cuando no lo vean los vecinos. Cuando se le preguntó si admitiría en público ese comportamiento, respondió: Ni muerto.
Los criterios machistas son similares, con ligeras variantes, en otras partes de América Latina y del Caribe, según un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) entre adolescentes varones de nueve países.
Hacerse hombres: la construcción de la masculinidad en los adolescentes y sus riesgos, es el título del informe sobre esa investigación, realizada en Brasil, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Jamaica, México y Nicaragua.
Los resultados fueron presentados durante el XVI Congreso Mundial de Sexología, que reunió en La Habana a más de 1.000 especialistas de las más diversas disciplinas y funcionarios de organismos internacionales, del 10 al 14 de este mes.
La masculinidad se define como un imperativo pronunciado en forma de mandatos para distintos ámbitos de la vida cotidiana, que no son naturales sino históricos, culturales, psicosociales y relacionales, de acuerdo con el documento.
Los hombres se construyen en su relación de oposición a las mujeres y se demuestran como hombres frente a los otros hombres, afirmó uno de los autores del texto, el psiquiatra chileno Rodrigo Aguirre.
Para los hombres, a veces, más importante que tener relación sexual con una mujer es que se sepa que la tuvo, destacó.
En la región predomina el modelo tradicional de masculinidad que subordina cualquier riesgo biomédico o epidemiológico frente al peligro mayor: 'No ser hombre' o, con sentido equivalente según ese modelo, ser maricón, aseguró Aguirre.
Así, según los autores del estudio, las formas culturales en que se percibe la masculinidad tienen consecuencias negativas para la salud de los hombres, y los estereotipos de género colocan a los hombres en situación de vulnerabilidad desde la niñez.
Se puede suponer que conductas problemáticas en el ámbito sanitario, como violencia, riesgo de infección por el VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida), adicciones o paternidad precoz, están relacionadas con la masculinidad, en ese sentido tradicional y pernicioso.
Los mandatos para ser hombre establecen, entre otras cosas y con variantes por país, nunca decir no a las tentaciones de la calle, y eso expone a muchos adolescentes a los daños del tabaco, el alcohol y otras drogas.
Esos códigos también justifican el uso de la violencia como una forma masculina de canalizar las emociones o frustraciones, aunque sea contra una mujer, y cuestionan como muestra de debilidad cualquier actitud de cuidado personal.
Según fuentes de la Organización Mundial de la Salud, en América Latina y el Caribe la incidencia de enfermedades es 26 por ciento mayor para los hombres que para las mujeres, en general como consecuencia de diferencias en los estilos de vida.
No pocos hombres piensan que visitar al médico viola las normas masculinas del estoicismo, y pautas culturales semejantes son la causa de la escasa autoprotección masculina ante el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) y otras infecciones de transmisión sexual (ITS), aseguraron esas fuentes.
Así y todo, el estudio realizado por la OPS encontró fisuras en la imagen predominante sobre la masculinidad, que son factores potenciales de cambio, aunque aún no se configuren modelos alternativos, afirmó Aguirre.
Los investigadores registraron, por ejemplo, nociones que cuestionan pautas tradicionales, entre ellas: el cuerpo no basta para ser hombre, las mujeres también toman la iniciativa, y las relaciones de pareja no son sólo sexuales, sino también sentimentales. A juicio de Aguirre, las campañas de salud reproductiva y de prevención de las ITS y el sida han tenido hasta ahora eficacia nula porque se basaron en criterios totalmente alejados de las percepciones de los adolescentes hombres.
Es preciso trabajar sobre el proceso de construcción de la masculinidad, y no sólo sobre las conductas de riesgo, y aprovechar las fisuras para introducir discursos alternativos, alegó el consultor de la OPS.
En esa línea, una investigación realizada entre estudiantes hombres de la Facultad de Ciencias Médicas de Pinar del Río, a 150 kilómetros de la capital de Cuba, indicó que la reflexión puede llevar a cambios conceptuales sobre la masculinidad.
Tras la aplicación de varias técnicas, ellos reconocen que pueden llorar o sentir afecto, en lo que sí no ceden un ápice es en cualquier cosa que los pueda vincular a la homosexualidad, dijo a IPS la psicóloga cubana Beatriz Hernández, principal autora de ese estudio.
Sueltas en una sala a mujeres y hombres con los ojos vendados, y ellos se mueren por tocar, pero la situación es totalmente diferente cuando son sólo hombres: no quieren ni dar un paso, relató.
Los hombres son dominantes dominados por su dominio, sintetizó Hernández. Viven en una lucha constante por probar a los otros hombres y a las mujeres que no son homosexuales, y puede causarles daños psíquicos, advirtió.