Millones de colombianos exorcizan por estos días el drama de sus vidas cotidianas en más de un centenar de fiestas populares, entre las que se destacan los carnavales del Diablo y de Blancos y Negros.
Las ferias, carnavales y otros tipos de festejos que se realizan en distintas partes de Colombia, siempre incluyen música a granel, representaciones teatrales, comidas típicas y abundante consumo de licores.
El Carnaval del Diablo tiene como sede a Riosucio, una localidad del central departamento de Caldas, donde se desarrollan distintas expresiones literarias, danza y música alrededor de comparsas.
En esta fiesta de enero se involucran todos los artesanos del pueblo y de las veredas (divisiones rurales municipales) cercanas, comentó a IPS el músico y compositor Mauricio Lozano, uno de los concurrentes habituales más constante.
El Carnaval del Diablo, que se celebra desde 1912, sólo se suspendió dos veces hasta ahora y fue durante la llamada época de La Violencia, la guerra civil que a mediados del siglo XX enfrentó a liberales y conservadores con un saldo de 300.000 muertos según los historiadores.
La fiesta en honor de Lucifer, Luzbel, Satanás, Belcebú, Plutón, Don Satán o Viruñas, todas denominaciones coloquiales que le dan los lugareños al diablo, tienen un arraigo de tal magnitud que se produce una tregua tácita entre la guerrilla izquierdista y los paramilitares de derecha, que se disputan la zona.
La tradición dice que guerrillos y paras se encuentran en esas parrandas, que reúnen por tres días a los pobladores del lugar con riosuceños procedentes de todos los rincones del país y del exterior, en una de las fiestas que mejor refleja el sincretismo judeocristiano con culturas indígenas y negras.
Los matachines, poetas, actores, organizadores y animadores, son los sacerdotes de las fiestas que desde julio convocan a la llamada Junta y promulgan en un ceremonioso decreto la instalación de la república del carnaval, según relata el cronista Julian Bueno.
Como preámbulo de la fiesta misma, en diciembre se realiza un llamado a los grandes matachines del pasado, título que sólo logran los que durante muchos años demostraron mística y calidad artística en sus comparsas, a quienes se pide que las fiestas sean un remanso de paz y alegría.
Uno de los rituales de inicio del carnaval es la apertura del calabazo con chica (bebida de maíz fermentado) de tradición indígena. El miércoles, al concluir el carnaval, se entierra el calabazo, significando que el pueblo renuncia al embrujo colectivo del licor.
La corrida de toros, que es uno de los episodios importantes de la celebración, está ligada a la parte ibérica de las fiestas, pues matachín es palabra de origen árabe que significa el que mata a la res.
El primer sábado del año y por la noche, con la entrada del diablo, llega el máximo símbolo de la festividad que recorre las calles en medio de multitudinario desfile.
El diablo del carnaval es el espíritu de la tradición en la cual la gente cifra sus anhelos y sueños de superación. En él no se identifica la simbología cristiana del mal sino la expresión popular del ingenio, el arte, la alegría, la gracia y sobre todo la concordia, explicó Bueno.
Al finalizar las festividades se quema una pequeña efigie del diablo llena de pólvora, pues la grande, de tamaño monumental que desde el sábado ha estado en el atrio de la iglesia, no muere sino que se oculta por dos años en señal de que el diablo ha terminado su reinado hasta el próximo carnaval.
En tanto, el Carnaval de Blancos y Negros se realiza en Pasto, capital del meridional departamento de Nariño, en la frontera con Ecuador.
En torno al carnaval de Pasto se unifican las familias, el tejido social, significando en los disfraces la crítica social. Si se acabara el carnaval se cortarían muchas tradiciones, manifestó el compositor.
El desfile que encabeza la denominada Familia Castañeda es un recuento de los principales acontecimientos políticos nacionales. Cargadas de humor y sátira, las carrozas recrean episodios que marcaron el acontecer del país en el año anterior.
La lluvia de harina para el día de blancos y de betún para el día de negros evoca la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX y muestra con desenfado el gran mestizaje colombiano, que, pese a ser una de sus mayores riquezas culturales, muchos se niegan a reconocer y asumir.
El poeta y ensayista William Ospina precisó que el pueblo colombiano es el más mestizo de continente.
A pesar de que ninguna de las etnias es mayoritaria, el predominio de los blancos en el periodo colonial llevó a que los otros pueblos fueron excluidos, dificultándoles la posibilidad de identificarse con algo, añadió.
Ospina señaló que en Colombia se frustró el proyecto de involucrar a todo un pueblo en la mitología de la nación y desde hace 50 años, con el conflicto armado interno, se están pagando las consecuencias de no haber integrado a toda su comunidad a un relato, a una leyenda y a una cultura.
Sin embargo, en las últimas décadas los colombianos han ido descubriendo y recuperando sus ancestros y paulatinamente se van apropiando del hecho de tener un país muy diverso geográficamente y variado étnicamente, lo que le da una gran complejidad cultural.
A ello contribuyen la preservación de fiestas tradicionales como los carnavales de Riosucio y Pasto, sostuvo la pedagoga y música Teresa Santos, quien se refirió a la realidad violenta del país y a su vocación por lo festivo.
Jolgorio y violencia se funden en las manifestaciones culturales colombianas. El dolor se expresa a través de la alegría entre comillas, explicó.
Las carrozas y desfiles del carnaval de blancos y negros evocan con frecuencia masacres. La gente va disfrazada, que es una forma de no asumir de cara franca el dolor, tal vez por no evidenciarse, dijo Santos a IPS.
Por su parte, el músico Lozano entiende que, a diferencia de los carnavales de Riosucio y Pasto, las ferias de Cali, la capital del sudoccidental departamento del Valle, y de Manizales, la capital de Caldas, son el resultado de un gran andamiaje empresarial y comercial.
Ambas ferias, que también se celebran a comienzos de enero, tiene como epicentro corridas taurinas, cuyos carteles incluyen a los más importantes y cotizados toreros españoles y colombianos y reinados internacionales de belleza.
En Cali, cuna de una de las vertientes mundiales de la música salsa, compiten afamadas orquestas de este ritmo y se elige a la reina de la belleza de la caña de azúcar, mientras que en Manizales se corona a la reina del café.
Pero, tanto en los carnavales vernáculos como en las ferias y fiestas de nuevo cuño que se celebran en ciudades y poblados colombianos a comienzos de año, la música más que el verbo es lo que unifica a todas nuestras culturas bailarinas y sensuales, apuntó Santos. (