(Arte y Cultura) LITERATURA: La magia latinoamericana se vuelve urbana

Víctor Silampa, el joven periodista bogotano de "Perder es una cuestión de método" (Santiago Gamboa, 1997), tiene automóvil, dos trabajos, no hace reflexiones profundas y no se mete en política. Y con ello marca una señal de la nueva novela latinoamericana.

Refuerza también las señales de un giro en el mercado europeo de literatura latinoamericana: no sólo de enigmáticas y complejas personalidades inmersas en mundos exóticos, preferentemente tropicales, se puede escribir. Hay quien lee otras cosas.

Gamboa, 34 años, colombiano, reivindica, como otros de su generación, el derecho de los escritores latinoamericanos a dejar atrás el pellejo del realismo mágico rural de Gabriel García Márquez y ponerse la piel de una magia nueva, más perversa y compleja.

En Colombia existe hoy una multitud de jóvenes escritores que "escriben distinto de las generaciones anteriores, y son diferentes entre sí", dijo Gamboa en el lanzamiento de la edición portuguesa de su novela policial en la Casa de América Latina de la municipalidad de Lisboa.

Silampa no es un genio, ni tiene el cinismo de Pepe Carvalho (el detective del catalán Manuel Vásquez Montalbán). No conoce el jazz. Sus amores son amores casi vulgares, y trabaja por dinero. Es periodista policial, pobre, tiene una ética flexible, y una actitud decididamente cinematográfica.

En esa actitud radica tal vez la principal debilidad de la novela, pero tambien su mayor gancho comercial. "Perder es una cuestión de método" —la frase es del escritor chileno Luis Sepúlveda— se convertirá pronto en una película española gracias a su agilidad. Es casi como un guión.

Lejanos parecen los tiempos de "Yo el supermo", de Augusto Roa Bastos, en que entretener y vender era la última preocupación de los intelectuales, empecinados en sacar a América Latina de su cueva y meterla en un siglo XXI justo, igualitario y leal a sus raíces.

"Literatura no es literatura si no cuenta una historia. pero tampoco si no cumple con un requisito, uno solo: entretener, divertir la inteligencia del lector", sentenció en Lisboa el uruguayo Mario Delgado Aparaín, al presentar la versión portuguesa de "La balada de Johnny Sosa".

El humor del periodista Silampa es más bien directo. El del cantante de baladas norteamericanas Johnny Sosa es ácido, él canta en inglés, pero no entiende lo que dice. Ambos personajes circulan por la vida sin saber por qué.

Pero Silampa es de clase media, mientras Sosa es un proletario negro de la difusa frontera entre Uruguay y Brasil.

También Gamboa y Delgado son representantes de la diversidad. El colombiano indica que las obras del norte de Sudamérica y del Caribe son más sensuales, mientras las del Cono Sur son "más de reflexión que de acción".

Santiago Gamboa se considera parte de una generación emergente, y así lo anunció el chileno Sepúlveda con entusiasmo.

Delgado y Sepúlveda, en cambio, a los 50 años, confesaron sentirse parte de una "generación derrotada", una que, en palabras del chileno, "creyó saberlo todo, lo quiso todo y no estuvo a la altura".

Sepúlveda, exiliado en Alemania en los años 70, es uno de los escritores latinoamericanos más vendidos en Europa, y ha asumido para sí el papel de embajador de sus colegas de la región, a quienes presenta, acompaña y promueve con entusiasmo.

No sólo jóvenes. A veces extremadamente jóvenes, explica, como el chileno Francisco Coloane, activo a los 89 años, relator del paraje humano y físico de la Patagonia, algunas de cuyas obras conocieron otros idiomas más de 50 años después de haber sido escritas.

Pero, ¿hay talento nuevo en América Latina? ¿Dejaron las dictaduras brutales del Cono Sur algún asomo de la vitalidad intelectual de antaño? ¿Qué pasó con esa generación que no alcanzó siquiera a "quererlo todo"?

Johnny Sosa es el triunfador de un sólo momento, dijo Delgado. El pequeño momento que tanto importa cuando se vive aplastado porque "las dictaduras tienen un extraño gusto a eternidad: parece que no van a terminar nunca". Y por ello se vive de a momentos.

El escritor chileno Jorge Edwards, de visita en Portugal invitado por la embajada de su país, se declaró "pesimista" frente a la literatura chilena actual. "Es parcial en sus preocupaciones, no veo deseo de ruptura, que es lo que caracteriza a un escritor".

Tres días después, Sepúlveda fue tajante. Tal afirmación, dijo "es de una enorme audacia, refleja desconocimiento y desprecio". En Chile hay una literatura vigorosa intentando superar los efectos de 17 años de dictadura militar, y que "no comparte los logros del modelo neoliberal", dijo.

Sepúlveda mencionó a Hernán Rivera Letelier (autor de "La reina Isabel bailaba rancheras"), "un coloso 'ninguneado' por razones de clase", Marcela Serrano, Alejandra Costamagna, Darío Osses, José Miguel Varas y Pablo Azócar ("autor de novelas extraordinarias").

Pero también anotó que ese "gusto a eternidad" de las dictaduras —"regímenes de patanes como (Augusto) Pinochet"— deja "efectos devastadores. El lenguaje normal del Chile de hoy no supera las 200 palabras. El de los discursos políticos es de una pobreza franciscana, en la peor acepción del término".

Borrachos, y a veces sórdidos, Johnny Sosa, el patético cantante de burdeles, Víctor Silampa, el periodista policial en una de las capitales del crimen, son personajes del bajo mundo de Marsella, Miami, Genova, Nueva York o Hamburgo.

Pero Daniel Walker, el arquitecto chileno de "El señor que aparece de espaldas", de Azócar, es un personaje sofisticado que se podría sentar a discutir a Calvino en Roma, pisando un terreno ocupado y peligroso. Cuando individuos como Walker lleguen a las librerías de Europa, una nueva puerta se abrirá. (FIN/IPS/ak/mj/cr/99

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