Hace ya ocho años que los tanques sirios ingresaron a Beirut y pusieron término a la sangrienta guerra civil libanesa, pero el cristiano Rabih Elia aún tiene miedo de volver a su casa.
La casa está ubicada al borde de uno de los pequeños pueblos de las montañas Shouf, al sur de Beirut, y se encuentra vacía desde 1983, cuando toda su familia huyó para escapar de las batallas entre cristianos maronitas y milicias drusas lideradas por Walid Jumblatt.
Las laderas de las montañas ahora están adornadas por esqueletos de concreto y ladrillos, en una zona que antes del estallido de la guerra civil, en 1975, estaba densamente poblada por maronitas y drusos, a veces vecinos de un mismo pueblo.
Tras la llegada de la paz, los drusos comenzaron a retornar a la región, pero los cristianos prefieren permanecer en el suburbio de Jounieh, a una hora de Beirut, donde se sienten a salvo.
En Fawwara vivían 150 familias antes de la guerra, y sólo 30 volvieron al pueblo. En Brih, una localidad vecina donde convivían cristianos y drusos, sólo retornaron estos últimos. Sus ex vecinos tienen miedo de regresar.
"No nos sentimos cómodos con la idea de volver a vivir aquí", confirmó Elia, quien vino a Fawwara para participar en un campamento juvenil auspiciado por el gobierno para reunir a drusos y cristianos, en un intento por borrar los odios del pasado.
"El problema es que no nos sentimos seguros y tenemos miedo que haya nuevos choques entre cristianos y drusos", declaró el joven de 24 años.
Cuando terminó la guerra en 1990 el gobierno, lanzó un plan para que pudieran retornar a sus casas 490.000 personas desplazadas por el conflicto. Pero la mitad de ellos, en su mayoría cristianos, no quieren volver, y ésta es sólo una muestra de lo difícil que resulta borrar las huellas de la guerra.
El primer ministro de Líbano, Rafiq Hariri, lanzó un plan de 1.600 millones de dólares para reconstruir el devastado centro de Beirut. Pero fuera de este sector, millares de libaneses viven en edificios que llevan las marcas de los balazos, y en el sur del país, las guerrillas islámicas Hizbollah aún pelean contra Israel.
Un viaje por las montañas Shouf evidencia lo difícil que es cicatrizar las heridas.
"La guerra cambió la vida de las comunidades libanesas. En la actualidad, la gente prefiere vivir en sus propios sectores", dijo Farid el-Kazen, experto en ciencia política de la prestigiosa Universidad Americana de Beirut.
Los libaneses siempre se identificaron más con su preferencia religiosa que con su nacionalidad. La religión determinó la vida política desde 1920, cuando los franceses se apoderaron de este territorio sirio para crear un país predominantemente cristiano.
La Constitución aprobada en ese entonces dispuso que el presidente debía ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunita, y el líder del parlamento un chiíta.
En 1975, los chiítas se habían convertido en la mayoría de la población, y ése fue uno de los detonantes de la guerra. Otro factor de perturbación fue la llegada a Beirut de la Organización para la Liberación Palestina (OLP), en 1971.
La nueva Constitución de Líbano, acordada al final de la guerra civil, mantuvo las divisiones sectarias. Pero en cambio sí se hizo un esfuerzo por contar con fuerzas armadas unidas, y en las calles de Beirut los afiches proclaman que "todos somos el ejército".
El ejército parece estar funcionando como fuerza unificadora. El mes pasado, cuando la artillería israelí mató a seis soldados libaneses en el sur, cada uno de ellos pertenecía a una religión distinta. "Ese fue un hecho que verdaderamente unió a la gente", comentó el periodista de "An-Nahar", Firass al-Amine.
Sin embargo, la mayoría de los libaneses coinciden en que la frágil paz depende de la presencia de fuerzas sirias. Aunque el ejército libanés demostró ser lo suficientemente fuerte como para erradicar a los traficantes de drogas en el valle del Beka'a, las decisiones de Damasco tienen una influencia decisiva en Beirut.
"El gobierno no toma ninguna decisión importante sin Siria", comentó el obispo ortodoxo griego Georges Khoder. "Pero son las fuerzas sirias las que garantizan la paz y sin ellas correríamos el peligro de que aumenten las tensiones", escribió en su columna en "An-Nahar".
El desequilibrio de poder dificulta la posibilidad de que Líbano pueda suscribir un acuerdo de paz con Israel, o al menos el convenio de seguridad exigido por este país para retirar su fuerza de ocupación de 1.500 soldados del sur libanés.
Analistas políticos descartan que el presidente sirio Hafez Assad acepte un acuerdo libanés-israelí, porque quedaría sin argumentos para presionar por la devolución de las alturas del Golán, capturadas en 1967. Entre tanto, continúa la guerra de desgaste, que tiene un elevado costo.
Por otra parte, es poco probable que los cristianos, y en especial los maronitas, puedan recuperar los privilegios de antes del conflicto civil, cuando tenían entre sus manos el poder político y económico del país.
El presidente Elias Hrawi, apoyado por Assad, es un maronita. Pero no representa a la mayoría de los 700.000 maronitas del Líbano, que en su mayoría rechazan a los sirios.
Además, el puesto de presidente cristiano registra una pérdida de poder. "Desde el comienzo de la guerra era evidente que los cristianos iban a perder. Ellos quieren mantener su hegemonía, pero no logran conservarla", dijo Narkiss Naoum, analista político de la AUB.
Los cristianos se aliaron con los israelíes contra las milicias palestinas, drusas y musulmanas. En 1983, cuando Israel se retiró de Beirut, la venganza drusa provocó combates como los que causaron la huida de la familia de Elia de Shouf. "Nos sentimos cómodos en Jounieh, porque es cristiano", afirmó Elia.
Desde que terminó la guerra, los obreros, en su mayoría sirios, demolieron unos 650 edificios e hicieron espacio para el proyecto de Hariri en el centro de Beirut.
Además, se construyeron nuevas autopistas y el aeropuerto de la capital fue remodelado. En dos meses, abrirá la primera sucursal de un restaurante McDonald's.
"Vienen mejores días para Líbano", predijo Jean Zoghzoghi, dueño de la franquicia del restaurante.
Pero por detrás del optimismo, Líbano continúa dividido. Los barrios cristianos de Jounieh y Broumana, donde abundan los carteles en francés y las muchachas usan minifalda, tienen poco que ver con los bastiones de Hizbollah al sur de la ciudad, donde hombres barbudos definen el paisaje urbano.
Hacia el este de Beirut, en el valle de Beka'a, predominan los carteles a favor del presidente sirio. Hacia el sur, el rostro de los murales es el del fallecido Ayatolah Khomeini y las minifaldas son reemplazadas por atuendos musulmanes que cubren a las mujeres de la cabeza a los pies.
Muchos libaneses creen que cuando desaparezcan las divisiones también quedará conjurada la amenaza de guerra y será posible completar la reconstrucción, pero está claro que será muy difícil anular las barreras consolidadas por la contienda.
"Pasará al menos una generación antes de que volvamos a ser como antes, y tal vez eso nunca ocurra", dijo el-Khazen. (FIN/IPS/tra-en/dho/rj/lc-ml/ip-pr/98