Sumido en una crisis política por la inestabilidad del apoyo al gobierno en el Parlamento, el pueblo de Tailandia se muestra dispuesto a afrontar la segunda elección en menos de un año, con tal de fortalecer la democracia.
La historia moderna de Tailandia demuestra, no obstante, que el país ha sido mejor gobernado en tiempos de transición política, a cargo de primeros ministros en funciones.
No atados a los favoritismos y a la política crematística que caracteriza a la práctica democrática de Tailandia, los primeros ministros interinos han sido tecnócratas osados y visionarios.
Tal fue el caso de Ananda Panyarachun, que asumió el cargo después del alzamiento de 1992, que derrocó a un gobierno respaldado por los militares y restauró la democracia. Su gestión restituyó confianza al inversor, basando sus decisiones únicamente en el interés nacional y en el mérito económico.
Cuando el primer ministro Banharn Silpa-Archa disolvió el Parlamento el viernes pasado, determinó de forma automática la convocatoria a elecciones por segunda vez en el último año. Y hasta el 17 de noviembre, cuando se realice la votación, la nación volverá a ser gobernada por un primer ministro interino.
Esta vez el gobernante en funciones, sin embargo, será el propio Banharn. Y pese a que el primer ministro ha nombrado un gabinete notable de realizadores, no parece que Tailandia vaya a tener el tipo de conducción avanzada que estrenó Ananda.
Aun así, muchos tailandeses están de acuerdo con pagar de nuevo el precio que exige este segundo llamado a elecciones, por el gasto que supone, con tal de mantener la democracia. Se trata de una apuesta para que el país vuelva a tener un gobierno estable.
La crisis se precipitó hace dos semanas, cuando la oposición logró un voto de censura contra el frágil gobierno de coalición dirigido por Banharn e integrado por seis partidos. El primer ministro fue acusado de un montón de irregularidades, desde haber hecho trampa en sus estudios hasta falsificar su ciudadanía.
Banharn anunció su dimisión, que será efectiva el 21 de octubre, pero hasta el momento la coalición de gobierno no ha podido ponerse de acuerdo en otra persona para ocupar el cargo hasta las elecciones.
El único candidato plausible para la función era el general Chaovalit Yongchaiyudh, del partido Nueva Aspiración, pero tuvo la oposición del propio Banharn, quien tomó revancha de él por haberle abandonado en el voto de censura, pidiendo su dimisión.
El gabinete interino de Banharn se compone de siete ministros que no son miembros del Parlamento, mientras los parlamentarios recorren el país en busca de su reelección.
La tarea no les será fácil, ya que una elección en Tailandia es algo muy caro. La compra de votos cunde por doquier, al punto de que el Banco de los Agricultores Tailandeses estimó que los partidos gastaron 700 millones de dólares en las elecciones del año pasado.
La economía del país exhibe un mal desempeño, habiéndose desatado la inflación desde que Banharn asumió el gobierno. Los empresarios pueden mostrarse reacios a volver a financiar a los partidos cuando todavía no han visto el retorno de lo que aportaron la última vez a sus candidatos preferidos.
Algunas personas dicen, no sin algo de cinismo, que Tailandia no puede afrontar el lujo de la democracia y que sería mejor si el país fuera gobernado como Singapur, con un modelo de capitalismo autoritario.
La mayoría de los tailandeses, no obstante, no ponen objeciones a una nueva elección, aunque el gasto sea alto.
Después de todo, Tailandia ha tenido 17 golpes de Estado en los últimos 50 años, y una elección más mantendrá a los militares en los cuarteles. (FIN/IPS/tra-en/pd/kd/arl/ip/96