AMERICA LATINA: Trabajo infantil, cara obscena de la modernidad

El trabajo infantil no debe ser considerado un hecho natural en países pobres sino una lacra que constituye la cara obscena de la modernidad, afirmaron expertos latinoamericanos reunidos en un seminario organizado esta semana en Colombia.

"Hacia un nuevo siglo sin trabajo infantil" fue el título del encuentro, que reunió a más de 30 expositores y un centenar de maestros, investigadores sociales, miembros de organizaciones no gubernamentales, centros asistenciales y agencias estatales un crudo panorama pero también alternativas.

"El trabajo infantil, que pudo haber sido la cara natural de la premodernidad, constituye la cara obscena de la modernidad que no ha cumplido sus promesas", afirmó Emilio García Méndez, asesor para Derechos del Niño del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Quienes defienden el trabajo infantil y juvenil porque ha sido una constante "natural" de la historia tendrían que "proponer la destrucción de los antibióticos y la anestesia, por la sencilla razón de que no existían en el pasado", ironizó.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en América Latina y el Caribe hay unos siete millones de niños y niñas de entre 10 y 14 años en condición de trabajadores.

La cifra oscilaría entre 15 y 20 millones si se suman los menores de 10 años que laboran en las minas de Bolivia y Colombia, venden caramelos y cigarrillos en los semáforos de Rio, Lima, México, Caracas u otras capitales y los que siembran y recolectan en los campos de cualquier país de la región.

Este nuevo cálculo aumentaría si se tiene en cuenta que sólo en Colombia hay "por lo menos 2,5 millones de niñas, niños y jóvenes ocupados en actividades que impiden o dificultan su desarrollo armónico e integral", afirmó el ministro de Trabajo de ese país Orlando Obregón.

También si se atiende la definición de niño que establece la Convención sobre los Derechos del Niño: "Todo ser humano menor de 18 años de edad".

Ese es el punto de referencia de Ernesto Durán, profesor de pediatría social de la Universidad Nacional de Colombia, ponente sobre el tema de salud, entendida como una integralidad en la que el niño es un ser en crecimiento y desarrollo con permanente potencialidad de cambio.

Por no haber completado su madurez física, mental ni social, los niños que trabajan son más vulnerables a los factores de riesgo, lo que se agrava con el hecho de que 80 por ciento está vinculado a labores del sector informal y la mayoría no accede a servicios de seguridad social y salud.

Para este médico es casi obvio que Jair, un niño de 13 años, que limpia vidrios de automóviles en la congestionada calle 19 de Bogotá, cuando tenga 35 será registrado entre los casos de enfermedades pulmonares, dermatológicas y podría haber incubado algún tipo de cáncer.

Se sabe que si un niño y un adulto se exponen a iguales concentraciones de contaminantes ambientales, el primero recibe una dosis mayor de tóxicos que el segundo.

Xiomara, de nueve años, que trabaja con su familia en una polvorería clandestina en un barrio en el centroeste de Bogotá y tiene que responder por el cuidado de Johan, su hermanito de cinco años, cuando su mamá sale a lavar ropa, vive literalmente en medio de una bomba.

Otro caso es el de Josué, de 16 años, que paga sus estudios de técnico en electrónica en una escuela nocturna -no sabe si el plantel es reconocido legalmente- y ayuda a su casa con lo que gana cargando bultos en un mercadao.

Por su edad y tipo de trabajo, sobrecarga de estudio y responsabilidad, Josué esta en riesgo de sufrir alguna atrofia ósea y probablemete disfunciones de comportamiento, por no hablar de que estaría en la franja de vulnerabilidad a la drogadicción.

Casi con certeza a Josué se le dificultará más establecer relaciones afectivas de pareja sanas que a Luis Jaime, un joven de clase media alta a quien sus padres le pagan una escuela privada.

Pero no siempre hay una relación directa entre pobreza y trabajo, alertaron expertos, que documentaron con estudios la afirmación de que "muchos niños que trabajan no son pobres, y muchos niños pobres no trabajan".

El asunto es mucho más complejo, afirma el antropólogo ecuatoriano Mauricio García, consultor de Unicef en Quito.

Según dice, en América Latina un factor decisivo en los altos índices de trabajo infantil está en la mala calidad de la educación, ya que "las escuelas son de los ministerios de educación y no de la gente".

La escuela tiene que brindar mayores atractivos que la calle para que el muchacho no deserte y prefiera ganar conocimientos que dinero, sostiene.

Si se pone a competir "la fascinación" del mundo callejero con la modorra y adocenamiento de una escuela convencional se impulsa al niño a elegir "y eso es malo porque a los 12 años no está en condiciones de elegir bien", afirma García.

Otro factor que atenta contra la escolaridad es el hecho de que se ve como "natural" que un niño pobre labore o que se considere que el trabajo es formativo en sí mismo.

Algunos de las ponencias presentadas en el seminario admiten que, en general, los estados latinoamericanos hicieron inversiones significativas durante la década de 1970 para aumentar coberturas escolares.

Sin embargo, la crisis de deuda externa y su carga financiera desde los años 80 revirtió el proceso de manera dramática.

En Ecuador, entre 1980 y 1995 la inversión social disminuyó de 33 a 15 por ciento, comentó García, según el cual ello se dio de manera similar "en casi todos los países" del área.

El nudo educación-trabajo-futuro no está resuelto tampoco para los niños y jóvenes de las capas medias, que, pese a acceder a planteles privados con matrículas costosas no reciben el equivalente en calidad de educación.

Hay datos que muestran cómo ante el deterioro de la educación pública, los planes de ajuste y la crisis social, la educación privada se nivela por lo bajo, en cuanto a calidad.

Sólo las elites acceden a niveles de formación competitivos para un mundo donde los estándares son cada vez más altos por el desarrollo tecnológico, del que la mayoría de los niños y niñas latinoamericanos están excluídos. (FIN/IPS/mig/dg/pr/96

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