“Queremos hacer historia”, coincidieron los profesores de la Escuela Ciudadana Integral Técnica Chiquinho Cartaxo. Son los primeros a enseñar a adolescentes la domesticación energética de las intemperies de la región del Nordeste de Brasil.
El curso de Energías Renovables fue el más concurrido de la unidad escolar de nivel secundario que inició sus clases en febrero de este año en Sousa, ciudad del interior de Paraiba, un estado de la ecorregión del Semiárido brasileño.
Sesenta de los 89 alumnos eligieron esa asignatura. Los demás optaron por la otra alternativa, técnicas comerciales en la institución que lleva el nombre de un ingeniero y empresario local, fallecido en 2006.
“Fue la sociedad local que decidió, en una audiencia pública, que esos serían los dos cursos de esta escuela”, subrayó a IPS el gestor pedagógico Cícero Fernandes, de 35 años y uno de los coordinadores del centro.
“Se trata de construir un proyecto de vida con los alumnos. Energías renovables usan distintos recursos, pero la solar acapara las atenciones acá y es central en el curso, porque tenemos mucho sol”, acotó Kelly de Sousa, quien con 30 años es directora de la escuela.
El interés de los adolescentes, la mayoría entre 15 y 17 años de edad, refleja el boom de energía solar que viven, desde el año pasado, Sousa y alrededores, región considerada la de insolación más favorable en Brasil. Iglesia católica, edificios comerciales, industrias y residencias ya recurren a esa fuente alternativa.
La energía, específicamente la electricidad, va dejando de ser algo ajeno, lejano, que viene por cables y postes, a precios crecientes por razones desconocidas. Iglesia católica,
Sousa, con más de 100 sistemas fotovoltaicos en un municipio de 70.000 habitantes, 80 por ciento urbanos, anuncia el cambio de relación entre sociedad y energía que está promoviendo en Brasil la expansión de la llamada generación distribuida, protagonizada por los mismos consumidores.
La participación de la generación fotovoltaica en la matriz energética brasileña es aún limitada a 0,82 por ciento del total de 159.970 megavatios, según los datos de la estatal Agencia Nacional de Energía Eléctrica (Aneel), reguladora del sector.
Pero es la fuente que más crece. En las plantas aún en construcción ya corresponde a 8,26 por ciento del total. Eso se refiere a las centrales generadoras, construidas por empresas proveedoras como un negocio comercial.
A ellas se suman las “unidades consumidoras con generación distribuida” en la denominación de Aneel, microgeneradoras residenciales o empresariales que ya suman 34.282, de las cuales 99,4 por ciento son solares y las demás eólicas, térmicas o hidráulicas. La potencia total es de 415 megavatios y triplicó en doce meses.
El Nordeste, la región más pobre y más soleada, aún genera poca energía solar, en contraste con la eólica, que ya es la principal fuente local, consolidada después que la sequía de los seis últimos años deprimió el aporte hidráulico.
La aceleración de la revolución solar en Sousa se debe a la sociedad civil, especialmente al Comité de Energías Renovables del Semiárido (Cersa), una red de activistas, investigadores, organizaciones sociales y académicas, creada en 2014.
El grupo, sin sede o personería jurídica, actúa en tres ejes, según explicó a IPS su coordinador, Cesar Nóbrega, de 60 años, que vive en Sousa: la capacitación y empoderamiento de comunidades, la instalación de sistemas para demostración e influencia en políticas públicas por energías renovables.
La escuela técnica de Sousa comprueba que la prédica del Cersa cayó en suelo fértil. Otros cursos cortos, seminarios, foros con participación de universitarios, gobernantes y organizaciones comunitarias componen la intensa actividad articulada por el comité.
“Quiero saber cómo los paneles absorben la luz del sol y generan energía, ese curso era lo que yo esperaba”, dijo Mariana Nascimento, de 16 años, que frecuenta la escuela junto con su hermana gemela Marina. Ambas viven en la ciudad de Aparecida, a 20 kilómetros de Sousa.
El curso atrajo no solo jóvenes. Emanuel Gomes, de 47 años, decidió volver a las aulas para “aprender para elaborar proyectos (solares) residenciales, ahorrar gastos energéticos y proteger el medio ambiente”. Acompaña a su hijo de 18 años en las clases.
“Los alumnos están entusiasmados, con sed de conocimientos y ansiosos por la práctica”, y lo comprobaron participando en el seminario de la Parroquia Solar en sus vacaciones, destacó la directora Sousa, refiriéndose al debate ocurrido en la inauguración de la planta fotovoltaica de la Iglesia Católica de Sousa, el 6 de julio.
Vincular y capacitar a los estudiantes con el tema energético y sus efectos ambientales y económicos es una tarea que asumió Walmeran Trindade, profesor de ingeniería eléctrica en el Instituto Federal de Paraíba y coordinador técnico del Cersa.
El 17 de julio “graduó” 28 alumnos de su curso de 30 horas en la “fábrica-escuela” de lámparas led, ejemplos de eficiencia energética, en un poblado rural de Aparecida, apoyada por el Instituto Breda, de origen católico.
“Es para capacitación profesional, generación de ingresos y convivencia con el clima semiárido”, definió a IPS el profesor, que viaja más de 400 kilómetros, desde João Pessoa, capital de Paraiba, para dictar sus clases no remuneradas, como voluntario.
Las lámparas, hechas con botellas de plástico, iluminan menos que las industriales, pero vendidas a cinco reales (1,30 dólares) son accesibles a campesinos pobres y hechas por “la capacidad de jóvenes también pobres” que obtendrán algún ingreso, justificó.
“Hice cuatro lámparas, comprendí como funciona y quiero trabajar con energía, aunque sueño estudiar Derecho para defender la sociedad”, anunció Gaudencio da Silva, de 16 años, alumno del segundo año de la secundaria y participante de la “Fábrica-escuela”.
Las plantas de demostración de energías renovables se multiplicaron, cumpliendo el segundo objetivo del Cersa.
Además de la Parroquia Solar, la Panadería Comunitaria de las Oliveiras y sistemas solares urbanos y rurales son ejemplos positivos del sol como fuente ambientalmente sana que empodera consumidores y comunidades.
La Asociación de Agricultores del Asentamiento Acauã, un proyecto surgido bajo la reforma agraria de 1996, obtuvo una planta fotovoltaica que asegura el suministro de agua a sus 120 familias. La energía bombea el agua a un depósito en un cerro a 800 metros de la comunidad.[related_articles]
“Pagábamos 2.000 reales (540 dólares) al mes en electricidad para bombear el agua a un depósito en un cerro a 800 metros de la comunidad”, celebró a IPS la coordinadora de la Asociación, Maria do Socorro Gouveia.
Otro ejemplo rural de aprovechamiento del sol es el matrimonio de Genival y Marlene Lopes dos Santos, ambos de 48 años, también asentados gracias a la reforma agraria. Además de electricidad, usan energía solar para bombear agua de un pozo e irrigar pequeños pomar y huerto.
Un biodigestor, otro sistema que se multiplica en la parte rural del municipio de Sousa, les asegura el gas de cocina. El estiércol procesado para producir el biogás fertiliza sus cultivos.
“La sequía no nos impidió de sembrar”, se enorgullecen estos campesinos que también se dedican a la pesca y apicultura.
“Falta el sector público” para promover políticas públicas en esas alternativas energéticas, lamentó Nóbrega. La alcaldía de Sousa gasta seis millones de reales (1,6 millones de dólares) al año en electricidad.
Adoptar energía solar en sus sedes y la iluminación pública representaría un gran ahorro para inversiones en servicios e infraestructura municipales y, de esa forma, el dinero pagado a la distribuidora eléctrica, con sede en la capital João Pessoa, fomentaría la economía local, arguyó el coordinador del Cersa.
Edición: Estrella Gutiérrez