La ganadería y el monocultivo de soja parecen incontenibles en su avance deforestador en la Amazonia adentro, en el estado de Mato Grosso, en el centro-oeste de Brasil. Pero pequeños agricultores tratan de cambiar esa historia.
Alison Oliveira es un hijo de la invasión agrícola protagonizada por una oleada de campesinos procedentes del sur, atraídos por extensas y baratas tierras en áreas amazónicas cuya ocupación fue estimulada, prácticamente forzada, por el gobierno brasileño comandado por generales entre 1964 y 1985.
“Yo nací acá en 1984, pero mi abuelo vino de Paraná (un estado meridional) y compró acá unas 16 hectáreas, hoy divididas entre tres familias, la de mi padre, la de mi hermano y la mía”, resumió Oliveira que recibió a IPS mientras ordeñaba sus vacas en un pequeño pero mecanizado establo.
“La leche es nuestro carro fuerte, hoy tenemos 14 vacas, 10 de las cuales dando leche”, explicó. “También hago queso, de la manera que nos enseñó mi abuelo, y lo vendo en hoteles y restaurantes, por el doble del precio de la leche”, acotó.
Pero lo que distingue su chacra (finca productiva) a 17 kilómetros de Alta Floresta, una ciudad de unos 50.000 habitantes en el norte de Mato Grosso, es su modo de producción, con el sistema agroforestal que combina cultivos y árboles, el pastizal irrigado, el huerto orgánico y huevos “caipiras”, de gallinas sueltas en la naturaleza.
La adhesión a una agricultura sostenible la convirtió en unidad usada como modelo en un programa del Banco Interamericano de Desarrollo, visitada por estudiantes y otros interesados.
“Queremos más, un biodigestor, energía solar y turismo rural, cuando tengamos dinero para las inversiones”, anunció la esposa de Oliveira, Marcely Federicci da Silva, de 34 años.
La pareja descubrió su vocación por la agricultura sostenible, después de vivir 10 años en Sinop, que con sus 135.000 habitantes es la ciudad más poblada del norte de Mato Grosso y que debe su prosperidad a los cultivos de soja para exportación.
“Criar dos hijos pequeños en la ciudad es más difícil”, explicó ella, quien también atribuyó la vuelta al campo al proyecto Ojos de Agua, promovido por la alcaldía de Alta Floresta para reforestar y recuperar nacientes de ríos en las pequeñas propiedades rurales.
La viabilidad económica de la chacra obedece en mucho al apoyo del no gubernamental Instituto Oro Verde (IOV), que además de asistencia técnica, creó un mecanismo de venta por Internet, acercando productores y consumidores, reconoció Oliveira.
El Sistema de Comercialización Solidaria (Siscos), iniciado en 2008, es “una feria en línea” que permite una relación directa entre 30 agricultores y más de 500 consumidores registrados, de los cuales cerca de 50 están activos, según explicó a IPS el zootécnico Cirio Custodio da Silva, asesor de comercialización de IOV.
Los consumidores hacen pedidos semanales, el sistema elige los proveedores y recoge los productos para la entrega a los compradores en una tienda el miércoles.
Además Siscos apoya la venta en ferias callejeras, el sistema de alimentación escolar, que por ley en Brasil destina al menos 30 por ciento de sus adquisiciones a la agricultura familiar, y la Red Mujeres de Fibra que trabajan con artesanía.
El IOV, fundado en 1999 en Alta Floresta para promover la participación social en el desarrollo sustentable, especialmente en la agricultura, impulsa desde 2010 una Red de Semillas criollas, para estimular la reforestación y la diversificación agrícola.
Recolectores organizados en una cooperativa con 115 socios, 12 casas (bancos) de semillas, 200 especies forestales seleccionadas y para la agricultura principalmente semillas de oleaginosas, constituyen una actividad que es también fuente de ingresos, observó a IPS el agrónomo Anderson Lopes, responsable de esa área en IOV.
El interés inicial de los campesinos se limitaba a contar con semillas agrícolas, pero luego se extendió también a las simientes forestales de especies nativas, para la recuperación de los bosques, manantiales y tierras degradadas, acotó.
Silva y Lopes tienen historias similares, sus familias campesinas, originarias del sur, se aventuraron a venir al llamado Portal de la Amazonia, una región de 16 municipios en el norte de Mato Grosso donde empieza el bioma amazónico.
Es un territorio de economía rural, con un tercio de sus 258.000 habitantes aún viviendo en el campo, según el censo nacional de 2010.
Constituye una zona de transición entre el área de mayor producción de soja y maíz en Brasil, el medio norte de Mato Grosso, y la Amazonia aún de bosques tupidos, poco poblada y deforestada.
Eso se refleja en las 14 territorios indígenas establecidos en el área y en la cantidad de agricultores familiares, más de 20.000, lo que contrasta con el dominio de las grandes propiedades de la sojicultura que avanzan desde el sur.
La carretera que lleva de Sinop, una especie de capital del imperio de la soja, a Alta Floresta, 320 kilómetros al norte, muestra una topografía que se va haciendo menos llana y propicia para monocultivo mecanizado, con el aumento de los bosques y la disminución de las tierras labradas interminables.
Esa tendencia se acentúa en el camino hacia Paranaita, un municipio de tan solo unos 11.000 habitantes, 54 kilómetros a oeste de Alta Floresta, lo que anuncia que se arribó a la última frontera de la ganadería y la soja, por lo menos por esa vía sur-norte a través de Mato Grosso, imbatible en la productividad de la oleaginosa.
Movimientos a favor de la sostenibilidad, como el apoyado por IOV, y la presencia importante de agricultores familiares se alían para ayudar a contener la invasión de la Amazonia por la soja que dominó el medio norte de Mato Grosso dándole un paisaje de desierto postcosechas.[related_articles]
Otra organización no gubernamental, el Instituto Centro de Vida (ICV), también activo en Alta Floresta y alrededores, se destaca por su Iniciativa Pecuaria Sustentable con reforestación y recuperación de pastizales degradados.
El proceso “colonizador” del Portal de la Amazonia fue similar al de todo Mato Grosso. Vinieron los sureños con sueños agrícolas, después que ya antes se había producido la invasión de la actividad extractiva, de la tala maderera y el “garimpo” (minería informal de oro y piedras preciosas), operaciones que aún prosiguen pero reducidas.
“Muchos de los que consiguieron tierras aprovecharon la madera y luego volvieron al sur”, incluso porque sembrar era una tortura, sin carreteras ni apoyo comercial o financiero, recordó Daniel Schlindewein, otro migrante proveniente de Paraná y asentado en el municipio de Sinop en 1997.
La agricultura fracasó con el café, el arroz y otros cultivos tradicionales intentados inicialmente, hasta que se abrió paso el monocultivo de la soja, que se impuso en las pequeñas propiedades, alquiladas a los grandes productores.
Pero en el Portal de la Amazonia la agricultura familiar resiste.
“Si no hubiera el Asentamiento São Pedro yo cerraría la tienda en Paranaíta”, confesó a IPS el dueño de una red de cuatro supermercados en la zona, Pedro Kinfuku. Él inauguró el de Paranaíta en 2013 apostando a que la construcción cercana de la Central Hidroeléctrica Teles Pires generaría 5.000 nuevos consumidores.
“No vino siquiera una décima parte de lo esperado”, lamentó.
Las 785 familias de productores asentadas en São Pedro, cerca de Paranaíta, salvaron el Supermercado local concentrando allí sus compras, reconoció el comerciante, hijo de inmigrantes japoneses también procedentes de Paraná.
“Entre los asentados ganan más los que producen leche, como mi padre que tiene 16 hectáreas de tierra”, informó Mauricio Dionisio, un joven que trabaja en el supermercado.
Editado por Estrella Gutiérrez