La guerra civil de Sri Lanka llegó a su fin hace cuatro años, pero las mujeres aún pelean una dura batalla en las zonas que vivieron el conflicto, en el este y el norte de este país insular.
Las mujeres luchan por sus necesidades básicas y las de sus familias, pero también para salvar su honor.
El conflicto que enfrentó al gobierno con el grupo separatista Tigres para Liberación de la Patria Tamil-Eelam (LTTE) entre 1983 y 2009 dejó a muchas mujeres a cargo de sus hogares. Sus esposos murieron, desaparecieron o quedaron lisiados.
La crítica situación financiera también hizo crecer la explotación de mujeres.
Las srilankesas que encabezan sus hogares “están desesperadas por la falta de ingresos, y algunas apelan al trabajo sexual o a ofrecer servicios sexuales a cambio de favores”, señala un informe de la organización internacional Minority Rights Group (MRG), con sede central en Londres.
El Centro para la Curación Holística en Kilinochchi, administrado por la Iglesia Anglicana, informó que, desde hace unos cuatro meses, se desconoce el paradero de 15 mujeres que contactaron a agentes laborales fuera de su provincia. Se teme que hayan caído en redes de prostitución forzada.
Las mujeres también son las primeras víctimas de la frustración masculina por la falta de trabajo, según una investigación realizada en junio por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de la Organización de las Naciones Unidas.
“Hay crecientes tasas de violencia sexual y de género… debido sobre todo al alcoholismo y a la frustración causada por el desempleo”, señala el informe de la visita de OCHA a siete distritos en las provincias del norte y este de Sri Lanka.[related_articles]
Además, “hay cada vez más casos de matrimonios tempranos y de violaciones”, añade el estudio, elaborado tras una gira de dos semanas de funcionarios de la OCHA por esas provincias.
Una de las preocupaciones consignadas en el informe de 19 páginas son los peligros que afrontan comunidades vulnerables, como los niños y niñas, los discapacitados, los ancianos y las mujeres jefas de familia.
Según MRG, hay por lo menos 80.000 viudas en las provincias norteñas y orientales, que tienen una población total de 2,5 millones de personas.
En la Provincia Norte, escenario de los peores enfrentamientos en los últimos días de la guerra civil, hay 40.000 jefas de hogares, según el Centro para las Mujeres y el Desarrollo, con sede en Jaffna.
“Es una vida muy dura la de esas mujeres”, dijo a IPS la directora del Centro, Saroja Sivachandran. “Deben alimentar a sus familias en una región donde incluso los hombres aptos tienen dificultades para encontrar empleo”.
Un estudio realizado en julio por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) concluyó que solo nueve por ciento de las 138.651 familias reubicadas en la Provincia Norte tras el conflicto tenían un integrante con empleo permanente.
“El ingreso mensual promedio por persona es de 2.253 rupias srilankesas (17 dólares). La línea de pobreza en abril de 2013 era de 3.641 rupias (28 dólares), señala el informe.
“Uno puede imaginar cuán difícil debe ser para una mujer de más de 30 años, que nunca trabajó, buscar empleo aquí”, dijo Sivachandran.
Según Farah Mihlar, autora del informe de MRG, no hay inversiones importantes para que las jefas de familia generen ingresos en la región.
“Se necesita una evaluación adecuada de las necesidades de los hogares encabezados por mujeres para entonces crear oportunidades de empleo”, dijo Mihlar a IPS.
Además, “las propias mujeres deben ser parte de esas decisiones”, añadió.
Sivachandran señaló otro aspecto del problema: las srilankesas que quedaron sin pareja soportan las condiciones de una sociedad tamil patriarcal, que no cambió a pesar del papel destacado que muchas de ellas desempeñaron en las filas de los Tigres.
Nadie mejor que Kaleiwani (nombre ficticio), una tamil treintañera que integró el ala femenina del LTTE, para explicar lo que esto significa. “Cuando tenía un arma, todos me respetaban. Hoy no soy nadie, soy peor que un perro extraviado”, dijo.
Kaleiwani integró el grupo rebelde entre 1998 y comienzos de 2009, cuando las fuerzas del gobierno lanzaron la última acción concertada que terminó por derrotarlo.
Escapó de una batalla con una herida grave en la mano. Pasó un tiempo en centros de rehabilitación antes de regresar a su hogar en una aldea del distrito de Batticaloa, en la Provincia Este.
Pero al llegar descubrió que ya nadie la quería, ni siquiera su propia familia. Su hermana, casada con un empleado del gobierno, le pidió que no se vieran más, para evitar supuestas sospechas de las autoridades.
Kaleiwani también sufrió acoso. En un trámite para obtener sus documentos, un funcionario público “no dejaba de hablar de lo bello que era mi cuerpo y de que podíamos llegar a un arreglo si yo estaba dispuesta a hacer ciertos favores”, contó a IPS.
Otra mujer de Allankulam, una aldea del distrito de Mullaitivu, en la Provincia Norte, narró una experiencia similar. Esta viuda con tres hijos, que no quiso dar su nombre, comenzó a construir una nueva casa luego de regresar a su aldea, y necesitaba un título de propiedad.
“La oficina de tierras del gobierno me ayudó mucho”, dijo, “pero cuando fui a la administración del distrito, el oficial me acusó de haberme acostado con un funcionario para obtener mi documentación”.
Ella no le dijo nada porque estaba con sus hijos. Si hubiera estado sola, “lo habría abofeteado”, afirmó.