DERECHOS HUMANOS-BRASIL: Una española libertadora de esclavos

La lucha contra la esclavitud aún se libra en Brasil, y un pequeño grupo asentado en este municipio de la Amazonia oriental y conducido por una española, gana algunas batallas en medio de hacendados que alegan ignorancia.

Carmen Bascarán, presidenta del Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de Açailandia Crédito: Mario Osava
Carmen Bascarán, presidenta del Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de Açailandia Crédito: Mario Osava
El joven, con quemaduras en pies y manos infectadas y oliendo mal, llegó amparado por un compañero. Había sufrido un choque eléctrico al transportar una vara metálica que tocó un cable de alta tensión en la hacienda donde trabajaba. El tratamiento médico lo está recuperando, pero hubo que amputarle un dedo del pie.

Fue el "caso más triste que atendí", dice Brígida Rocha, de 22 años y hace dos encargada de la atención primaria a quienes llegan al Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de Açailandia (CDVDH), con apoyo de dos abogados, una estudiante y una asistente social.

El herido había estado varios días sin los cuidados adecuados, pese a que su patrón es un médico que ahora enfrenta una denuncia penal y otra laboral.

Pero son los arribos sorpresivos de decenas de trabajadores huyendo de la esclavitud moderna, harapientos, hambrientos, de mirada baja, a menudo enfermos y torturados, los casos que más persisten en la memoria de la española Carmen Bascarán, presidenta del CDVDH, fundado por ella hace casi 11 años.
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Esa organización no gubernamental recibe denuncias de trabajo esclavo, su misión central, pero también pedidos de empleo, de vivienda y de asistencia variada. "Quieren que sustituyamos al Estado al que debemos hacer trabajar mejor", advierte Bascarán.

El Centro paga el precio de haberse convertido en punto de referencia para los pobres y oprimidos de una extensa zona en el extremo oriental de la Amazonia, donde está muy presente la violencia rural. Las denuncias recibidas son encaminadas a las autoridades laborales, judiciales o policiales y han tenido como consecuencia miles de trabajadores liberados de condiciones similares a la esclavitud.

La sede tan concurrida es una modesta casa donada al final de una calle de Açailandia donde eternas aguas negras denuncian la falta de saneamiento. Al frente tiene la cancha de la "Escuela de Fútbol Pie del Atleta", cuyas actividades acaban de reanudarse tras una interrupción de meses desde que un alumno asesinó a cuchillazos al instructor.

ESCLAVOS Y PISTOLEROS

Açailandia, municipio de unos 110.000 habitantes, se encuentra a 566 kilómetros de la capital del estado de Maranhão, São Luis, y es conocida como zona de reclutamiento de trabajadores esclavos.

En sus numerosos "hoteles", viviendas precariamente ampliadas para alojar a recién llegados cerca de la terminal de autobuses, operan los "gatos", como se llama a los reclutadores.

Se atribuía también a Açailandia ser punto de concentración de pistoleros contratados para ejecutar frecuentes asesinatos de líderes campesinos y sus defensores, abogados y misioneros religiosos, en una región comprendida por partes de los estados de Maranhão, Pará y Tocantins.

Pero ya no es así. La violencia en Açailandia disminuyó, al igual que la incidencia del trabajo esclavo, evalúa Bascarán, a quien se debe la insólita existencia de una organización de derechos humanos en una ciudad con tales antecedentes, en lugar de la capital, como es usual.

En cambio, ahora crecen más las denuncias de "superexplotación", es decir abusos pero sin cautiverio, señala Rocha, basada en estadísticas propias y de otras instituciones.

El vecino estado de Pará mantiene el triste liderazgo en materia de masacres de campesinos y esclavitud. Allí el gubernamental Grupo Móvil de Inspección liberó a más de un tercio de los 21.777 rescatados desde 1995 hasta inicios de marzo de este año en todo Brasil, según datos del Ministerio de Trabajo.

Pero es Maranhão, por su pobreza y desempleo, el principal origen de esas personas atraídas por promesas de trabajo en haciendas lejanas y luego impedidas de dejarlas, lo que caracteriza la esclavitud. Falsas deudas, acumuladas por el cobro indebido de transporte, equipos de trabajo y compras a precios absurdos en la tienda del patrón, sirven de pretexto a la retención bajo amenazas, muchas veces con guardias armados.

"Un coco costaba 60 reales (31 dólares) y a un compañero que mató un pollo le cargaron el doble", ejemplifica Gildasio Meireles, de 26 años, fugado de una hacienda donde trabajó los cinco primeros meses de este año talando bosques.

Alojado en la sede del CDVDH, que también le consiguió empleo en un restaurante, él pretende ayudar a liberar a los 15 trabajadores que quedaron en la hacienda, recuperar sus aportes laborales y juntar el dinero necesario para una cirugía que necesita su padre antes de volver a su lejana Pindaré.

La producción de carbón para la siderurgia y la deforestación con fines agrícolas son las actividades que más esclavizan. El combate a la esclavitud empezó en 1995, cuando el gobierno reconoció el problema y creó el Grupo Móvil, compuesto de inspectores y fiscales laborales apoyados por policías federales en operaciones orientadas por denuncias.

Sus inspecciones son "eficaces, pero sólo se hacen pocas veces al año", e investigando "una parte pequeña de las denuncias que les transmitimos", se queja Bascarán. Además, dejan como resultado pocas condenas: de los hacendados denunciados en el CDVDH apenas uno fue preso y "sólo una semana", recuerda.

JUICIO EJEMPLAR

Algunos procesos se arrastran en la justicia, como el de Olindo Chaves dos Santos, en cuya hacienda un Grupo Móvil informó haber rescatado a 151 trabajadores retenidos bajo coacción y en condiciones humillantes en 2001.

En una audiencia con un juez en Açailandia, presenciada por IPS el 13 de junio, el hacendado atribuyó todo a "una trampa", sin identificar los interesados en perjudicarlo y pese a haber pagado los aportes laborales de los trabajadores a los que no reconocía como empleados suyos.

Sólo había pedido al reclutador ocho trabajadores que apenas empezaban a limpiar una propiedad recién adquirida, "pequeña, de 800 hectáreas", y que disponían de buena casa con todos los recursos, pero inexplicablemente acamparon junto a una laguna cuya agua fue ensuciada para acusarlo de ofrecer agua contaminada, sostuvo.

Dueño de seis haciendas ganaderas, Chaves explicó que se había mudado a Açailandia en 1974 porque el precio de una hectárea en su estado natal, el sureño Minas Gerais, equivalía a 500 hectáreas en su nueva tierra. Aseguró a IPS "desconocer la práctica de trabajo esclavo" en la región.

Su abogado, Joel Dantas, definió como "un proceso más pedagógico que judicial" la campaña contra la esclavitud en una región que empieza a superar la ausencia total del Estado. Hacendados como Chaves son "desmalezadores" que abrieron paso al desarrollo local y están aprendiendo a respetar derechos laborales, afirmó.

Los acusados siempre presentan versiones como la de Chaves, totalmente contradictorias con "los hechos comprobados por la inspección", observa el fiscal Marco Aurelio Fonseca. La pena por trabajo esclavo es de cuatro a ocho años de prisión.

ESA ESPAÑOLA

Pese a las enemistades que despierta su actividad, Bascarán no sufrió amenazas de muerte, frecuentes en esta región, quizás porque no actúa directamente en conflictos por la posesión de tierras. Pero hubo manifestaciones de xenofobia contra "esa española que quiere destruir el futuro de Açailandia".

Oriunda de Oviedo, esta asturiana descubrió su vocación en la adolescencia, al oír a una compatriota que regresaba de Suiza, después de tres años durmiendo en puertas del metro y sin visitar a la familia, todo para ahorrar el sueldo y construirse una vivienda en España.

"Aún recuerdo su rostro en llanto", subraya Bascarán, lamentando que los españoles hayan olvidado tan pronto que eran los pobres emigrantes de Europa, y se hayan convertido en intolerantes ante la inmigración.

A los 50 años, cuando sus cuatro hijos eran independientes y se iban a otros países, ella se negó a vivir "el síndrome del nido vacío" para cumplir su vocación "donde más fuese necesario". Dejó el trabajo de enfermera en la clínica de su hermano y, como integrante de la Asociación de Laicos Combonianos, decidió actuar en Açailandia, donde ya vivía otro hermano, un sacerdote católico.

Ella justifica su elección afirmando que Açailandia es "un laboratorio del mundo pobre", pues concentra en un radio de cien kilómetros los efectos del "capitalismo más duro, esclavitud, degradación ambiental y familiar y mafias", pero a la vez es "un pueblo deseando un mínimo de oportunidades para levantarse".

LAS CONQUISTAS

Después de un año discutiendo qué hacer con un grupo local, la opción fue "defender los derechos humanos con énfasis en la vida, donde el desprecio por la vida es fuerte y persiste". El CDVDH nació en noviembre de 1996 y coleccionó triunfos.

El primero fue una campaña que logró el registro de nacimiento de más de 3.000 habitantes locales que no tenían ese documento básico, ofreciéndolo gratis a los más pobres, antes de que el gobierno adoptase esa misma iniciativa en el plano nacional.

Otra conquista es el Instituto Carbón Ciudadano, creado en 2004 por las 14 siderúrgicas de la región para monitorear el cumplimiento de leyes laborales en la producción del carbón vegetal. El instituto ya descalificó a 312 proveedores de más de 1.000 auditados, informa Ornedson Carneiro, su presidente.

"Es un avance", pero esa industria del arrabio (principal materia prima del acero) aún no asume toda su responsabilidad, porque debería tener como empleados suyos, y no tercerizados, a los que producen el carbón, puntualiza Bascarán.

El CDVDH fue decisivo en la formalización, el 21 de junio, del Plan Estadual de Erradicación del Trabajo Esclavo en Maranhão, vinculado a un programa nacional vigente desde 2003. Ya organizó dos conferencias sobre el tema en Açailandia con participantes de todo Brasil.

La legalización, el 9 de junio, de una radio comunitaria tras nueve años de lucha y frecuentes interrupciones impuestas por las autoridades, y la creación de la Cooperativa de la Dignidad, que emplea sólo a ex esclavos o a sus familiares en la producción de carbón reciclado, con residuos de las siderúrgicas, y juguetes con restos de madera, son otras conquistas celebradas.

Pero al Centro le queda aún energía para promover actividades culturales con grupos de danza, teatro y capoeira (lucha corporal de los esclavos afrodescendientes convertida en danza y deporte) con más de 600 jóvenes, algunos ya profesionalizados como instructores en núcleos organizados en cinco de los barrios más pobres de la ciudad.

Es una labor "de prevención del trabajo esclavo", al generar ingresos y nuevos horizontes para la juventud con el gran poder de movilización del arte, se entusiasma Bascarán, que sueña con obtener apoyos para construir un centro cultural en Açailandia.

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