BRASIL-EEUU: Etílica alianza estratégica

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, carga en las maletas de su gira latinoamericana mucho más que una mera propuesta de acuerdo comercial con Brasil para el abastecimiento de etanol al mercado estadounidense.

La visita de Bush a Brasil el jueves y este viernes, y la de su par brasileño Luiz Inácio Lula da Silva a Camp David el 31 de este mes, pueden no restringirse a lo comercial.

De hecho, el acuerdo firmado este viernes está enmarcado en unas condiciones necesarias para evolucionar hacia una alianza bilateral de largo plazo basada en la sustitución global del consumo de gasolina por el alcohol carburante, o etanol.

No es una tarea fácil, pero sí promisoria para quien la lidere. Y los dos países son ya responsables de 72 por ciento del etanol producido en el planeta.

De momento, el mercado internacional de este combustible extraído de vegetales se sitúa en unos 50.000 millones de litros anuales. Pero si el alcohol reemplazará a la gasolina, en un contexto de reducción de gases causantes del recalentamiento global del clima, habrá que producir lo suficiente para sustituir 1,2 billones de litros consumidos anualmente en todo el mundo.
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En su viaje a América Latina hasta el 14 de este mes —que incluye además a Uruguay, Colombia, México y Guatemala—, Bush tiene objetivos inmediatos.

Tal como indicó en enero en su discurso sobre el Estado de la Unión, el mandatario pretende sustituir 20 por ciento de la gasolina empleada en su país por etanol en un plazo de 10 años, para abatir tanto la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos por Estados Unidos como las críticas por ser el mayor villano climático del planeta.

En estos cinco países, y en otros de América, África y Asia, Washington aspira a crear un cinturón de abastecedores del combustible agrícola. Brasil sería el gerente del enorme mercado global del etanol, aportando la experiencia que acumuló desde 1975 en su programa Pro-Alcohol.

El país aportaría sus conocimientos sobre la logística de la producción y la distribución de combustible, el mejoramiento genético de la caña de azúcar de la que extrae el alcohol y la fijación de criterios de calidad que conviertan este combustible en un producto básico negociable en el ámbito internacional.

En lo inmediato, Brasil también espera aumentar sus ventas a Estados Unidos, que en 2006 llegaron a 1.600 millones de litros. Una parte de esas ventas fueron a través de países de América Central y del Caribe que han firmado tratados de libre comercio con Estados Unidos y le reexportan el alcohol brasileño libre de aranceles, en una maniobra concebida para eludir los elevados impuestos a la importación y los subsidios al alcohol estadounidense.

Estos aranceles extraordinarios y las subvenciones al maíz —materia prima del etanol estadounidense— acaban de ser renovados por el Congreso legislativo hasta 2009.

De manera paralela, la renovación "verde" de los combustibles ayudaría a Bush a reducir la importación de petróleo venezolano, que abastece cerca de 11 por ciento de la demanda interna estadounidense y, tal vez, restringiría la desenvoltura con que el mandatario de Venezuela, Hugo Chávez, promociona una integración latinoamericana opuesta a la hegemonía de Estados Unidos.

Sin embargo, tanto la influencia de Chávez como las eventuales negociaciones con Brasil son apenas aspectos coyunturales de la aproximación Brasil-Estados Unidos. Hay otras posibilidades para Bush, que viene coleccionando derrotas políticas en su segundo mandato, y para Lula.

La escala y calidad de los eventuales acuerdos en torno al etanol indican que podría estar en curso entre los gobiernos de los mayores países de América del Sur y del Norte una alianza de largo aliento, basada en la producción y el consumo a escala planetaria de una nueva fuente de energía.

Esto ayudaría a Estados Unidos a superar su extrema dependencia del petróleo, sustituyéndolo por otra fuente abundante y barata que no se transformase en instrumento de desafío a la hegemonía de Washington, como ocurre ahora con Chávez y con el iraní Mahmoud Ahmadinejad, el presidente de otro país petrolero.

El desarrollo de esa nueva fuente atendería otro propósito estadounidense: el cambio de un tipo de energía políticamente inestable por otro más confiable, pero manteniendo el elevado consumo de recursos en el que se basa la estructura productiva de ese país.

En este aspecto podrían converger los propósitos de Brasil, cuyo gobierno aspira a convertirlo en una de las potencias líderes del mundo en desarrollo.

Así, los dos países ven complementariedades entre sus economías energéticas y sus trayectorias históricas. Brasil asumiría la condición de proveedor privilegiado de productos básicos —el combustible agrícola, en este caso— de bajo valor agregado, pero que exige algunos conocimientos científicos y tecnológicos.

Y Estados Unidos mantendría su papel de consumidor voraz de recursos, al mismo tiempo que renovaría esa condición invirtiendo en una economía menos basada en la emisión de carbono y más digerible para una opinión pública mundial que exige soluciones a los problemas climáticos causados por ese y otros gases, 20 por ciento de cuya producción corresponde a ese país.

Algunos movimientos recientes indican que ya se han accionado instrumentos para confirmar esa complementariedad.

El gobierno brasileño ha ofrecido créditos baratos a empresas interesadas en construir usinas de biocombustibles. El estatal Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, con un presupuesto de 30.000 millones de dólares, mayor inclusive que el del Banco Mundial, ha financiado casi 1.000 millones de dólares con esos fines en 2006 y podría elevar en 25 por ciento ese monto este año.

En los próximos seis años, Brasil inauguraría una usina de etanol por mes, pasando de las actuales 336 a unas 409 en 2013.

Al mismo tiempo, Washington intenta que el Banco Mundial se ajuste a sus propósitos en este terreno. La presencia de Paul Wolfowitz, ex subsecretario de Defensa de Bush, al frente de la entidad financiera internacional, atiende a esa estrategia.

El Banco Mundial identificó en la promoción de energías alternativas y en la intermediación de "créditos de carbono" del Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kyoto (que obliga a reducir los gases invernadero de los países ricos) una fórmula para financiar y supervisar el proceso para desarrollar nuevas fuentes que sustituyan al petróleo.

El Banco procura convertirse en gran agente de la nueva economía de baja intensidad de carbono y en principal gestor de "créditos de carbono", derechos negociables que adquieren los actores económicos que invierten en tecnologías energéticas limpias.

Hay también grupos privados en movimiento para convertir la opción por el etanol en un hecho consumado. Es el caso de la Comisión Interamericana del Etanol, con sede en el sureño estado estadounidense de Florida, de la que forman parte personas de gran cercanía con los gobiernos de Lula y Bush.

La iniciativa de Jeb Bush, hermano del mandatario estadounidense y ex gobernador de Florida, busca estimular la adopción de biocombustibles y cuenta entre sus miembros al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, al ex ministro de Agricultura de Lula, Roberto Rodrigues, a la ex embajadora estadounidense en Brasil, Donna Hrinak y al ex primer ministro japonés Junichiro Koizumi.

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