Proyectos contaminantes en una sopa de ballenas en Argentina

La infraestructura para exportar gas y petróleo, así como los megaproyectos hidrocarburíferos que se están emprendiendo en la zona, amenazan con alterar de manera irreversible al golfo San Matías, en Argentina, una ecorregión diversa e importante para la pesca artesanal y el turismo sostenible.

Imagen: Paula Fairfeman / ICB

LAS GRUTAS, Argentina – La costa de la Patagonia argentina es un entramado de acantilados majestuosos que se hunden en el mar entre playas de arena gruesa y restinga. Golfos grandes y pequeños se enfrentan al Atlántico, que en distintos momentos del año va revelando su fabulosa vida interior: ballenas mostrando la cola; pingüinos besándose en su camino tambaleante a los nidos; lobos de distinto pelaje, que, indiferentes a todo, se recuestan al sol.

Uno de esos tantos gigantes de piedra se llama Fuerte Argentino, un islote de seis kilómetros de ancho y 192 metros de altura. Con su imponencia, es visible desde el municipio de Las Grutas, el más famoso de los balnearios patagónicos. Es una fiesta de flamencos y de otras aves que se detienen a comer en su viaje de ida o de vuelta desde al ártico canadiense. 

Pero pronto, en transecta a su superficie rocosa, ya no sólo estará el mar y sus distintas criaturas en todo estadío evolutivo. También habrá un barco viejo -Hilli Ipiseyo- que congelará gas a -161 grados. Y luego se le sumará otra embarcación, MK II, y acaso, otras más, si el mercado internacional de gas natural licuado no resulta una burbuja como advierten ciertos analistas.

El Fuerte Argentino está en el golfo San Matías, un lugar al que pocos podrían identificar de una en un mapa. Este dato le permitió a la industria hidrocarburífera venderlo como un vacío acuoso ideal para instalar barcos de gran calado.

Además de los buques de gas, estarán los súper tankers que amarrarán en un nuevo puerto petrolero con dos monoboyas, que el consorcio Vaca Muerta Oil Sur -una sociedad de petroleras argentinas y extranjeras- está construyendo en un lugar llamado Punta Colorada, donde supo haber un puerto de una mina de hierro.

San Matías no será el primer nombre que se le viene a uno a la cabeza pero el golfo contiene hitos geográficos bien instalados en la afectividad de los argentinos. Además de Las Grutas, está la península Valdés en el límite sur del golfo, un territorio declarado por su biodiversidad como patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco, donde familias de todo el país (y del mundo) van a visitar pingüineras increíbles.

Todos los golfos norpatagónicos, incluyendo al llamado Golfo Nuevo, frente a Puerto Madryn, “la capital” de la ballena franca austral, son una sola ecorregión. 

Las  empresas llegaron a San Matías con el típico manual de la industria extractivista: con una gran campaña de comunicación con medios nacionales y otros especialmente creados para la ocasión y cuentas fantasmas en redes sociales, prometiendo un desarrollo teleológico, inexorable, que omite cuestionamientos o resistencias. Encontraron un público hambriento de trabajo en Sierra Grande, que creció al calor de la mina de hierro abandonada. 

Imagen: Diego Canut

En agosto de 2022, YPF, la empresa hidrocarburífera con mayoría estatal deArgentina, logró que la legislatura diera vuelta de un saque una ley histórica -la 3308- que prohibía desde 1999 toda actividad hidrocarburífera en las aguas del golfo, habilitando así los masivos proyectos gasíferos y el puerto petrolero.

Luego, se llevaron a cabo audiencias públicas donde las voces disidentes fueron acalladas o corridas directamente por patotas sindicales.

Pero para los que viven en conexión profunda con los ciclos del Golfo no hay promesa dorada que los pueda seducir.

La familia Molina, en San Antonio Oeste, lleva hasta cinco generaciones hundiendo sus manos entre las rocas con un gancho metálico para “pulpear”. ¿De dónde sacan el pulpito tehuelche? Justo enfrente a El Fuerte Argentino.

Y Héctor Molina, que aprendió de su madre cómo sacar pequeños cefalópodos a los 8 años, siente desesperación. Nadie los escucha. Pero él ya puede imaginar el ruido de los barcos de gas, trabajando 24/7, todo el año.

¿Y si la industria le ofreciera un trabajo muy bien pago como promete la narrativa del manual? ¿Acaso otro “beneficio”, como un terrenito? Molina mueve la cabeza 180 grados, desaprobando.

Él no quiere otra vida. Felicidad es ir a pulpear como su abuela le enseñó a su madre, y él a sus hijos. Está una semanita lejos de la costa y el corazón se le empieza a partir.

Una familia mapuche que vive de una costa sana parece insignificante al lado de los miles de millones que marean la cabeza de los medios y el establishment. ¿Pero si eso no fuera cierto? Argentina no sólo queda lejos de los mercados.

Tiene además un problema: hoy por hoy, la oferta mundial de gas natural licuado (GNL) se proyecta mayor a la demanda. Y, encima, hay una especie de inflación de proyectos para super congelar gas. En Estados Unidos, se planea duplicar la capacidad de exportación para 2030, mientras que Qatar apuesta agresivamente a expandir su oferta.

Imagen: Diego Canut

“Los grandes planes para el GNL no están saliendo bien, ya que el mundo sufrirá un exceso de oferta masivo de GNL durante los próximos cinco años y probablemente durante mucho más tiempo. ¿Por qué?  La destrucción de la demanda”, escribió, por ejemplo, Justin Mikulka, un reputado observador de los mercados energéticos globales.

Pero supongamos que el horizonte del GNL es infinito como vende la narrativa de las empresas. ¿Qué pasaría en lugares como el Golfo San Matías? Los barcos de gas miden como tres canchas de fútbol y su presencia no sólo cambiará el paisaje de los bañistas de

Las Grutas, sino también la composición química del aire y del mar, además de su temperatura. 

Para enfriar las máquinas que congelan el gas, las unidades flotantes tendrán que tomar agua del mar y devolverla al océano siete grados más caliente. Esto no sólo afectará la vida larval de las especies que proliferan justo en esta zona, lo que pone en vilo a toda la industria de pesca artesanal local.

El constante flujo de líquidos más calientes además favorecerá las floraciones algales nocivas como las que causaron la muerte en 2024 de 21 ballenas en península Valdés.

Imagen: Diego Canut

Sopa I

Las ballenas no ocultan su magia. Se observan desde la misma playa saltando y escupiendo chorros por la cabeza.

Este espectáculo conmovedor sucede porque las madres vienen a destetar a sus ballenatos a una distancia entre cinco y quince metros de la costa, mientras migran desde península Valdés hacia el norte, tratando de burlarse de posibles predadores.

Pero en el futuro este ya no será un lugar seguro: se toparán a esta exacta distancia con los barcos de gas y de petróleo, su agua aceitosa, sus residuos y sus fugas inevitables de hidrocarburo.

El hidrocarburo en el mar no se comporta como una mancha estática sino más bien como un monstruo de tamaño cambiante que reacciona a la temperatura, el ph del agua, las corrientes y el viento.

Una vez que la bestia está suelta, viaja de distintas formas: una parte se dispersa, otra se evapora. Otra se emulsiona o se pega a un objeto, a las rocas, a la piel de un animal, a las plumas de los pingüinos o las patas de un ave que baja a comer a la playa.

Además, se deposita en el sedimento y los organismos bentónicos tienen capacidad de enterrarlo. Y, como si esto fuera poco, la sustancia se va bioacumulando en los tejidos de los animales y pasa de especie en especie magnificándose, en un viaje invisible a través de la cadena trófica.

Y justo estos proyectos hidrocarburíferos vienen a parar a este lugar increíble que para la bióloga patagónica, Raquel Perier, es un “caldo de cultivo biológico excelente”. En él, no hay mancha de petróleo o de combustible grande o chiquita.

Todo tiene su impacto. Una pequeña exposición puede ser letal, causar malformaciones o crear condiciones que afecten el desarrollo reproductivo de organismos que están en la base de la cadena alimentaria, impactando así al conjunto de la vida. Y a la vida están ligadas las dos industrias locales más importantes: la pesca artesanal y el turismo. Es como cambiar de una matriz económica a otra que nadie pidió.

Macarena Agrelo / ICB

Ximena González Pisani es una bióloga que investiga los efectos de los derrames de petróleo y gasoil en invertebrados en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CeSiMar-Cenpat), ubicado en Puerto Madryn.

En condiciones controladas de laboratorio, pudo demostrar resultados alarmantes en experimentos con cangrejos a partir de exposiciones mínimas de concentración: perdieron un ojo y desarrollaron pinzas de diferente tamaño, mientras que afectaron su sistema reproductor. 

Lo que se demuestra en el laboratorio es que aún cuando los animales son expuestos a la contaminación, y luego pasan a un medio limpio, los embates biológicos continúan ocurriendo en sus cuerpos a través del tiempo. 

“Uno puede tener un impacto puntual y que el efecto se vea distanciado en el tiempo, lejos de ese derrame. Los efectos no se ven a corto plazo”, señala González Pisani.

Los derrames son inevitables cuando se traslada petróleo de una monoboya a un barco carguero. No existe un puerto no contaminado. Lo saben las empresas, aunque digan que van a tener cuidados extremos.

Incluso lo reconocen sus propios estudios de impacto ambiental. Y para complementar con más información sobre lo que se oculta, la WCS Argentina, una organización dedicada a la conservación, realizó un modelado de la trayectoria de derrames utilizando una herramienta irrefutable de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (Noaa, en inglés). 

¿Los resultados? Aunque la trayectoria del hidrocarburo es distinta en invierno o en verano, en todos los escenarios un derrame llega a las costas, impactando en distintos momentos a diez áreas protegidas, incluyendo a península Valdés.

 “En todos los escenarios, independientemente de la estación del año, punto y volumen de vertido, el hidrocarburo impacta la costa con demoras máximas de 6-8 días. El derrame alcanza, en todos los casos, ambientes de extrema sensibilidad ecológica”, indica WCS.  

“En los escenarios de verano, el petróleo impacta, en menos de 12 horas, el Parque Nacional y la Reserva Natural  Islote Lobos. Luego avanza hacia Puerto Lobos y Península Valdés, impactando el golfo San José. En invierno la Reserva “Caleta de los Loros” es la que primero se afecta”, agrega.

Imagen: Diego Canut

Sopa II

Cuando emerge una ballena del agua, nadie puede evitar una exclamación de admiración y sorpresa. La presencia de cetáceos genera una emoción incomparable y un vínculo de conexión que no sólo modifica vidas de personas sino que transforma economías completas, como es el caso de Puerto Madryn, cuyo éxito depende de que vengan cada año las ballenas a destetar a sus crías. 

Esto no siempre fue así porque la ballena franca austral fue muy vapuleada por la caza comercial hasta casi su extinción. Eran muy buscadas por los balleneros porque una vez muertas, quedan flotando en el agua. Pero gracias a los esfuerzos de conservación, el año 2025 fue un récord, al punto de que la gente empezó a hablar de “una sopa de ballenas”.

Pero sus números siguen siendo pequeños en relación a los términos históricos de la especie, que hoy, además, está sujeta a más estresores como el cambio climático, que amenaza su alimentación. La ballena, a su vez, influye en la captura de carbono, esencial para mantener un clima sano en la tierra. Cada uno de sus cuerpos es como un bosque vivo.

Igualmente, cada posible impacto en la vida de las ballenas es un golpe también en las sociedades, no simplemente un sueño de “ambientalistas”: no solo por la economía, sino por todo el oxígeno que contribuyen a generar. 

Estos proyectos hidrocarburíferos amenazan a las ballenas de tres maneras: por la contaminación, por la posible colisión con buques de todo tipo de calado y tamaño (lo que puede provocar heridas letales y subletales hasta golpes mortíferos) e interferencia acústica, fundamental para la comunicación entre individuos.

“Los barcos de gran porte emiten ruidos que tienen una frecuencia similar a los sonidos que emite una ballena franca. Entonces enmascara los sonidos de la comunicación natural de las ballenas”, explica Mariano Sirioni, biólogo del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB).

El científico habla desde un mirador ubicado en un acantilado junto a la playa El Doradillo, que es un festival de ballenas en pleno proceso lúdico. Madres y crías aprendiendo juntas a vivir. 

Entonces, Roxana Schteinbarg, cofundadora del ICB, las mira por la ventana y dice: “hago un ejercicio mental de imaginar esos buques y esas mega boyas. No podemos dejar que esa zona se convierta en un sacrificio ambiental”. Sus ojos se llenan de lágrimas. Y el nudo se le rompe en la garganta.

Este artículo forma parte de la Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, que integra IPS América Latina.

RV: EG

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