Campesinos de Guatemala doblegan la sequía del Corredor Seco

Merlyn Sandoval junto al tanque de captación de agua de lluvia, construido en la pequeña parcela donde vive, en la aldea San José Las Pilas, dentro del municipio de San Luis Jilotepeque, en el departamento de Jalapa, en el este de Guatemala. Ella y su familia participan en un programa para aliviar los efectos de la sequía en el Corredor Seco Centroamericano. Imagen: Edgardo Ayala / IPS
Edgardo Ayala

SAN LUIS JILOTEPEQUE, Guatemala – La escasez de agua que golpea incesantemente a las comunidades rurales del este de Guatemala, localizadas en el llamado Corredor Seco Centroamericano, esparce una amenaza constante por las dificultades para producir alimentos, año tras año. Pero también es un aliciente para esforzarse a fin de doblegar las adversidades.

Las familias campesinas que viven en esta región luchan por salirle al paso a la desesperanza y, con la ayuda de la cooperación internacional, logran plantarle cara a la escasez hídrica. Con mucho esfuerzo producen alimentos, conscientes de la importancia de cuidar y proteger las microcuencas de la zona.

“Estamos en el Corredor Seco, y aquí cuesta producir las plantitas, aunque se haya intentado producirlas, por la falta de agua (los frutos) no dan su peso”, explicó a IPS Merlyn Sandoval, al frente de una de las familias beneficiadas con un proyecto que busca dar las herramientas y conocimientos necesarios para que las personas superen la inseguridad hídrica y produzcan sus propios alimentos.

Sandoval es oriunda de la aldea San José Las Pilas, del municipio de San Luis Jilotepeque, en el departamento de Jalapa, en el este de Guatemala. Su comunidad ha sido incluida en el programa, financiado por Suecia e implementado por varias organizaciones, como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

“Lamentablemente, el año pasado también se fue el invierno en septiembre y casi no cosechamos nada, no hubo invierno, no hubo agua. Entonces es difícil para nosotros aquí, por eso lo llaman el Corredor Seco, porque no tenemos agua”: Ricardo Ramírez.

La iniciativa, que arrancó en 2022 y termina este diciembre, alcanza a 7000 familias que viven en los alrededores de microcuencas de siete municipios de los departamentos de Chiquimula y Jalapa, en el este de Guatemala. Esos poblados son Jocotán, Camotán, Olopa, San Juan Ermita, Chiquimula, San Luis Jilotepeque y San Pedro Pinula.

El proyecto se enfoca en crear las condiciones para fomentar la seguridad alimentaria y nutricional y la resiliencia de la población, priorizando la seguridad hídrica que permita la producción de alimentos.

“La fortaleza de los objetivos (del proyecto) está en la capacitación y en la acción del concepto de las microcuencas… se capacitó a la gente dependiendo de si estaba aguas arriba, aguas abajo o a la mitad de la cuenca”, aseguró a IPS Rafael Zavala, representante de FAO en Guatemala.

Y agregó: “la zona es altamente expulsora de mano de obra debido a la migración y eso provoca que sean las mujeres las cabezas de familia”.

La cuenca del río San José es una de las que se busca proteger y preservar por su importancia en la seguridad hídrica de los poblados de San Luis Jilotepeque, en el este de Guatemala. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Sequía y pobreza

Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), señala que el área incluida en el programa muestra un importante deterioro de los medios de vida y una escasez de oportunidades económicas.

Se ha reportado, agrega, que en el departamento de Chiquimula 70,6 % de la población se encuentra en pobreza, mientras que en Jalapa, la cifra alcanza 67,2 %.

El Corredor Seco Centroamericano, de 1600 kilómetros de largo, cubre 35 % de América Central y en esa franja habitan más de 10,5 millones de personas.

En ese cinturón más de 73 % de la población rural vive en la pobreza y 7,1 millones de personas sufren inseguridad alimentaria grave, según datos de la FAO.

América Central es una región de siete naciones, con una población de 50 millones de habitantes, de los cuales 18,5 millones corresponden a Guatemala, el país más poblado, con una alta desigualdad y donde gran parte de las familias pobres son indígenas.

En la casa de la familia de Merlyn Sandoval, en San José Las Pilas, nunca falta el granero para guardar el maíz y el frijol, que tanto cuesta producir, debido a la falta de agua en la zona del este de Guatemala. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Aprendiendo a cosechar agua de lluvia

Como parte del proyecto, la joven Sandoval ha aprendido los puntos clave sobre la gestión de microcuencas y ha desarrollado acciones para cosechar agua de lluvia en su parcela, en el traspatio de su casa. Ahí tiene montado un tanque circular, cuya base está recubierta con una geomembrana de polietileno, impermeable, con capacidad de 16 metros cúbicos.

Cuando llueve, el agua baja del techo y, por medio de un tubo de PVC, llega al tanque que aquí llaman “cosechador”, que colecta el recurso para regar el pequeño huerto y los árboles frutales, y para proveerlo en la época seca, de noviembre a mayo.

En el huerto, Sandoval y su familia, compuesta por 10 personas, cosechan apio, pepino, cilantro, cebollín, tomates y chile verde. En frutas, bananos, mangos y jocotes, entre otros.

A un costado del cosechador se encuentra el estanque piscícola donde crecen 500 alevines de tilapia. La estructura, también con una geomembrana de polietileno en la base, mide ocho metros de largo y seis de ancho, y uno de profundidad.

Cuando los peces alcancen el peso de medio kilo, ya podrán ser comercializados en la comunidad.

“Los cosechadores se llenan con lo que se recoge de las lluvias y eso ayuda para darle un recambio de agua a las tilapias y también para darles agua a los árboles frutales”, contó Sandoval, de 27 años.

La joven también se dedica a la producción de maíz y frijol, en otra parcela cercana, de media hectárea, aproximadamente. Estas siembras, más extensas que los huertos y los frutales en el traspatio, no pueden ser cubiertas con el riego del tanque.

Ricardo Ramírez muestra el interior del macrotúnel (un pequeño invernadero) donde ha logrado cosechar pepinos, tomates y chiles verdes, y en el que ahora ya se perciben las plantas del nuevo sembrado de tomates, en su pequeña finca en el este de Guatemala. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Como consecuencia esos cultivos, en esta región del Corredor Seco, son siempre vulnerables a los vaivenes climáticos: se pueden echar a perder tanto por la falta de lluvias como por el exceso, durante el mismo ciclo lluvioso, de mayo a noviembre.

Sandoval ha perdido ya 50 % de la cosecha, por exceso de lluvias, afirmó, con un dejo de tristeza.

Eso ha sucedido también a Ricardo Ramírez, otro residente en San José Las Pilas, quien ha experimentado esos vaivenes de falta y exceso de agua, en su cultivo de maíz y frijoles, básicos en la dieta de los centroamericanos.

“Lamentablemente el año pasado también se fue el invierno en septiembre y casi no cosechamos nada, no hubo invierno, no hubo agua. Entonces es difícil para nosotros aquí, por eso lo llaman el Corredor Seco, porque no tenemos agua”, narró Ramírez, de 59 años, refiriéndose a su cultivo de frijol, sembrado en dos parcelas que totalizan media hectárea, de las cuales ha perdido más o menos la mitad.

Desde el tanque de captación de agua de lluvia, Ricardo Ramírez logra regar, por goteo, los cultivos en el macrotúnel, como se llama a este tipo de invernadero. El sistema le ha permitido cosechar productos a pesar de la inseguridad hídrica en el este de Guatemala. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Esperanza verde

No obstante, el apoyo del programa impulsado con los fondos de la cooperación sueca ha sido vital para Ramírez, no solo para mantenerse a flote económicamente, como agricultor, sino también para apostarle, con esperanza y entusiasmo, a la tierra que lo vio nacer.

Por medio de esa iniciativa internacional, Ramírez pudo montar también un tanque colector de agua lluvia, con capacidad para 16 metros cúbicos, así como un macrotúnel agrícola: una especie de pequeño invernadero, con una estructura modular cubierta de una malla que protege los sembradíos de plagas y otros bichos.

Dentro del macrotúnel sembró pepinos, tomate y chile verde, entre otros, y los estuvo regando por goteo a través de una manguera que llevaba el agua desde el tanque, a apenas a tres metros de distancia.

“A un surco le saqué 950 pepinos y al tomate le saqué 450 libras (204 kilos) y al chile ya no digamos, no deja de dar. Pero fue porque había agua en el cosechador y yo solo le abría la llavecita, le daba media hora nomás, por goteo y se mojaba bien la tierra”, sostuvo Ramírez a IPS, mientras revisa un racimo de bananas o guineos, como se les conoce en América Central.

Todo eso le generó ingresos suficientes para ahorrar 2000 quetzales (unos 160 dólares), con los cuales pudo instalar el servicio de electricidad en su parcela y también compró un generador eléctrico para bombear agua de un nacimiento dentro de la propiedad, para cuando el tanque de captación se le acabe, en unos dos meses.

De ese modo, Ramírez podrá mantener el riego y la producción.

San José Las Pilas cuenta con un sistema comunitario de agua, provisto por un nacimiento localizado en las cercanías. El tanque está instalado en la zona alta del caserío para que baje por gravedad, pero el recurso es racionado a solo unas horas al día, dada la escasez.

Nicolás Gómez aún tiene que caminar dos horas, como muchas otras personas, para obtener agua de un río, cuando su tanque de captación se acaba, en la época seca, en el este de Guatemala. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Largas caminatas para obtener agua

Sin embargo, no todos tienen la suerte de Ramírez, la de contar con un nacimiento de agua en su propiedad y regar huertos cuando el tanque de captación se acabe.

Cuando eso sucede, Nicolás Gómez tiene que caminar casi dos horas para llegar al río San José, el más cercano, y acarrear agua desde ahí, cargándola en su hombro, en recipientes, para suplir las necesidades elementales de higiene y cocina.


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“Entonces ahora, en el invierno, tenemos depositada el agua en este tanque. Pero para el verano no tenemos nada, hasta el río vamos a jalar agua, a un nacimiento que está bien lejos, como a dos horas de camino, eso es lo que nos cuesta a nosotros obtenerla”, aseguró Gómez, un campesino de 66 años, que también ha sufrido las embestidas climáticas de sequía y exceso de agua en sus cultivos de maíz.

Gómez vive en Los Magueyes, un asentamiento rural, también dentro de San Luis Jilotepeque. La pobreza aquí es más aguda y visible que en San José Las Pilas. No hay sistema comunitario de agua ni electricidad y las familias tienen que alumbrarse con velas, en la noche.

“Aquí la vida es dura”, sentenció Gómez, en medio del humo que producía el fogón de leña con el que cocinaba alguna comida, cuando IPS lo visitó, el 21 de octubre.

ED: EG

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