RÍO DE JANEIRO – El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comprueba desde la Casa Blanca la fuerza electoral de la extrema derecha en el mundo actual y a la vez sus debilidades, incluso tendencias suicidas, cuando asciende al poder.
Los “arancelazos” y las amenazas de expansionismo territorial de Trump provocaron vuelcos electorales inesperados en Canadá (28 de abril) y Australia (3 de mayo), en que candidatos progresistas triunfaron sobre los conservadores que las encuestas apuntaban como francos favoritos a comienzos del año.
Ahora ese “efecto Trump” ocurre en Brasil, donde el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del izquierdista Partido de los Trabajadores, tiende a recuperar la popularidad que perdió desde fines de 2024 y, en consecuencia, mejora las condiciones de enfrentar un Congreso legislativo que le ha impuesto conseutivas derrotas a sus propuestas.
Trump anunció el 9 de julio que a partir del primero de agosto todos los productos brasileños serán gravados en 50 % en Estados Unidos, un arancel que, según los especialistas, prácticamente inviabiliza las exportaciones a ese país.
La amenaza sorprendió a los especialistas en las relaciones económicas con Estados Unidos porque se trata del nivel más elevado de los nuevos aranceles comunicados a 24 países y la Unión Europea (UE) en lo que va de julio y que varían de 20 % a 40 %, con la excepción de Brasil.
Además, Trump justificó el castigo extraordinario a Brasil por “déficits comerciales insostenibles” que estaría sufriendo su país. Pero los datos de todas las fuentesoficiales y privadas coinciden en que Estados Unidos disfruta de superávit en el intercambio con Brasil desde 2009.
El déficit total acumulado en lo últimos 15,5 años fue de 90 280 millones de dólares, según las estadísticas brasileñas. Se trata del único país castigado por registrar un comercio deficitario, entre las víctimas de los “arancelazos” de julio.
Lula habla de un déficit brasileño muy superior, de 410 000 millones de dólares en 15 años, pero eso incluye servicios, además del comercio de bienes.
En todo caso, se hizo evidente que la medida contra Brasil es política también porque Trump divulgó su amenaza a Brasil mediante su propia plataforma digital Truth Social (verdad social), no por un comunicado al gobierno, con una exigencia: el juicio al expresidente brasileño Jair Bolsonaro, su colega en la ultraderecha, “debe acabar inmediatamente”.
Califica como “una vergüenza internacional”, una “cacería de brujas”, la manera como Brasil trata a Bolsonaro, que es acusado de un intento de golpe de Estado ante el Supremo Tribunal Federal que debe concluir el juicio este semestre. La previsión es que sea condenado a prisión junto con generales y civiles allegados.
El patriotismo cambia de bando
Lula y otras autoridades brasileñas reaccionaron en defensa de la soberanía nacional contra una injerencia “inaceptable” en asuntos internos en manos de la justicia y destacaron los datos equivocados de la balanza comercial para justificar una medida ilegítima, una sanción contra el país, más que una retaliación comercial.
El ataque de Trump cambió el clima político en Brasil, donde los líderes de la extrema derecha saludaron inicialmente la acción de Washington en apoyo a Bolsonaro. “Una traición a la patria, un crimen contra Brasil”, calificó el diplomático Roberto Abdenur, quien fue embajador brasileño en Estados Unidos entre 2004 y 2006.
La situación se volvió más grave porque uno de los hijos del expresidente, el diputado Eduardo Bolsonaro, que se “autoexilió” en Estados Unidos hace cuatro meses, se adjudicó una labor personal ante Trump y políticos estadounidenses que culminó en la medida arancelaria contra Brasil.
La familia Bolsonaro, que cuenta también con un senador, Flavio Bolsonaro, defiende una amnistía general al expresidente y otros acusados del intento de golpe como forma de cancelar los sobrearanceles. Es un chantaje explícito, señalaron muchos comentaristas políticos.
El conflicto dividió la extrema derecha y debilitó políticamente el gobernador del estado de São Paulo, Tarcisio de Freitas, señalado como probable sustituto de Bolsonaro en las elecciones presidenciales de 2026, por haber apoyado Trump y su acción supuestamente contra Lula, pero vista por la mayoría contra Brasil.
Su pecado fue más grave porque São Paulo es el estado que más sufrirá las consecuencias del “arancelazo” si Trump lo confirma en agosto y no vuelve atrás como hizo en varias otras medidas de su gobierno.
La razón es que São Paulo es también el estado más industrializado del país y Estados Unidos es el principal mercado importador de bienes manufacturados brasileños, en contraste con China, mayor comprador de productos brasileños, pero primarios en su casi totalidad, como petróleo crudo, mineral de hierro y soja.

Economía exige negociar
Esa realidad haría sufrir mucho a los brasileños, en términos económicos y de empleo, ya que los aranceles afectarían principalmente a la industria.
También resultaría penoso para los consumidores estadounidenses privarse de las exportaciones brasileñas de café y jugo de naranja, de los que son los mayores consumidores externos. El golpe se concentraría en su desayuno.
Además buena parte de lo que exporta de Brasil son bienes intermedios, como el acero y el aluminio, ya afectados por sobrearanceles de 25 % anunciados en febrero y que se duplicarían a partir de agosto, que abastecen la industria de bienes finales en Estados Unidos.
Son hechos que favorecen las negociaciones que podrán reducir los aranceles anunciados o eximir algunos productos, según las autoridades brasileñas.
Las consecuencias políticas favorecen al gobierno brasileño y al intento de reelección de Lula, a quien Trump regaló una bandera que enarbolaba la oposición de ultraderecha, la defensa de la patria.
“Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” es la consigna de Bolsonaro, ahora vaciada por su apoyo al ataque de Trump contra el país, en busca de beneficios personales.
Bolsonaro, además de estar enjuiciado por el intento de golpe de fines de 2022 y comienzo de 2023, fue inhabilitado como candidato hasta 2030 por otros delitos electorales. La disputa por la herencia de sus votos ultraderechistas involucra a su mujer, Michelle Bolsonaro, y por lo menos tres gobernadores de estados.
La Procuraduría (fiscalía) General entregó la noche del 14 de julio su acusación formal, que propone condenar a Bolsonaro y otros siete cabecillas -entre ellos cinco generales-, el llamado «núcleo crucial», por cinco delitos: intento de golpe de Estado, violencia del Estado de derecho, organización criminal, daños calificados y deterioro del patrimonio histórico.
En total Bolsonaro, el jefe, podrá ser condenado a 43 años de cárcel, si se asume la petición de la fiscalía, en un juicio que si se cumplen los plazos procesales podría quedar listo para su sentencia en septiembre.
La acusación es el resultado de investigaciones sobre una conspiración en diciembre de 2022, luego de la derrota electoral de Bolsonaro frente a Lula, en que se planificó incluso el asesinato de Lula, el vicepresidente Geraldo Alckmirn y el juez del Supremo Tribunal Federal Alexandre de Moraes, ahora relator del juicio.
También se les procesa por la invasión de la sede de los Tres Poderes, con destrucción de muebles, ventanas y obras de arte, el 8 de enero de 2023, con el propósito de provocar una intervención militar contra el gobierno de Lula, que había asumido el poder el primer día del año.

Drama ultraderechista
La extrema derecha en Brasil y en otros países es fuerte electoralmente y debe seguir así, pese a los percances eventuales, porque cuenta con la fidelidad de los marginados de la civilización contemporánea, la gran cantidad de personas que no asimilaron los avances civilizatorios de los últimos 60 u 70 años.
Buena parte de la población de este país, de 212 millones, quizás su mayoría, se mantiene en el fondo racista, xenófoba, machista y homofóbica. La educación, la revolución de la diversidad ocurrida en los años 60, los avances científicos y culturales mitigaron esas opiniones y sentimientos, pero solo superficialmente.
Sigue siendo numerosa la gente que aplaude los discursos de Trump y Bolsonaro que suenan repugnantes para los llamados bien educados, por racistas y misóginos. Son “auténticos, dicen la verdad”, para sus seguidores, reacios a cualquier evolución en sus creencias.
Su utopía está en el pasado, de valores sobrepasados pero infundidos en el alma. Por eso el llamado al “great again (grande otra vez)”, una vuelta al pasado supuestamente grandioso, está presente en los discursos de casi todos los ultraderechistas, aunque en formas distintas.
Son producto de la inercia cultural, que se evidencia principalmente en países que vivieron una larga revolución, como la socialista de Europa oriental, o una profunda modernización, como Japón y Corea del Sur, pero mantienen sus costumbres tradicionales, sus idiosincrasias y religiosidad.
Las redes sociales, sumadas al teléfono celular, les permitió articularse como un movimiento político e ideológico, alzarse contra la opinión dominante formada por el periodismo, las universidades, la ciencia, el ambientalismo, el políticamente correcto y el “globalismo” del sistema multilateral, sus enemigos jurados.
“Los idiotas dominarán el mundo, no por su capacidad, sino por su cantidad. Ellos son muchos”, es un dicho muy difundido en Brasil, ante el ascenso de la extrema derecha. Su autor fue uno de los mayores dramaturgos brasileños del siglo XX, Nelson Rodrigues, un conservador que incluso se definía como “reaccionario”.
La internet se reveló, con sus plataformas digitales, el medio de comunicación ideal para la extrema derecha con sus creencias simples, de corta enunciación, como “solo hay dos sexos, el masculino y el femenino” y “uno es pobre porque no quiere trabajar”, el rechazo al Estado, a políticas sociales y a impuestos.
Los discursos progresistas, especialmente de izquierda, exigen largos razonamientos, argumentos complejos, librescos.
“Internet dio voz a una legión de imbéciles”, según el escritor italiano Umberto Eco.
El talón de Aquiles de la extrema derecha es que, con sus creencias y la negación de la ciencia, suelen protagonizar desastres cuando están en el poder, como el brexit que retiró el Reino Unido de la Unión Europea, por un plebiscito en 2019, el suicidio moral que está cometiendo el gobierno israelí en Gaza y ahora el “arancelazo” de Trump.
ED: EG