¿Será la ONU un posible objetivo de un Estados Unidos vuelto loco?

El rascacielos acristalado a orillas del río Este en Nueva York, que es la sede principal de la ONU y que algunos especulan que podría tener que abandonarse, si el gobierno de Donald Trump se retirase del organismo mundial o rompiese el tratado bilateral que estableció a Nueva York como su sede desde 1947. Imagen: Flickr / Wikimedia

NACIONES UNIDAS – El segundo gobierno de Donald Trump, encabezada por el asesor principal Elon Musk, ha protagonizado en sus dos primeros meses un alboroto salvaje: despidos masivos de empleados públicos, la destrucción de agencias federales, el desmantelamiento del Departamento de Educación y la Usaid, eldesafío a un juez federal y amenazas a universidades con recortes drásticos en subvenciones y contratos.

Son decisiones que en su mayoría diseñó y aplicó el recien creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge, en inglés), en manos de Musk.

Y seguramente haya mucho más por venir.

Los recortes quedaron especialmente simbolizados con una imagen de Musk empuñando una pesada motosierra con la que pretendía acabar con el «gasto innecesario». La motosierra fue un regalo del presidente argentino, el ultraderechista Javier Milei, que tiene esa herramienta como símbolo de su propio mandato.

Pero los despidos y las posteriores revocaciones de parte de ellos han provocado el caos en la capital del país.

Y la indignación política se está convirtiendo rápidamente en la norma.

Musk, el multimillonario de la tecnología, que actúa como un primer ministro virtual para el presidente Trump, ha pedido a Estados Unidos que abandone la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) y las Naciones Unidas.

«Estoy de acuerdo», escribió en respuesta a una publicación de un comentarista político de derecha, diciendo que «es hora» de que Estados Unidos abandone la Otan y la ONU.

La amenaza contra la ONU se ha reforzado tras la iniciativa de varios legisladores republicanos, el partido de Trump, que han presentado un proyecto de ley sobre la salida de Estados Unidos de la ONU, alegando que la organización no se alinea con la agenda de «Estados Unidos primero» de la administración en el poder desde el 20 de enero.

¿Qué es lo siguiente?

¿La derogación del Acuerdo de Sede de 1947 entre Estados Unidos y la ONU estará entre los próximos pasos?

Ese acuerdo de hace 78 años ayudó a establecer el organismo mundial en lo que entonces era un antiguo y decrépito matadero de Turtle Bay, en la ribera del río Este, en Nueva York.

El Acuerdo es un tratado internacional y, según el derecho internacional, los tratados son generalmente vinculantes para las partes que los firman. Sin embargo, Estados Unidos tiene su propio proceso constitucional para retirarse de los tratados.

En un artículo publicado en The Wall Street Journal el 14 de marzo, titulado «La ONU está estafando a Estados Unidos en Nueva York», Eugene Kontorovich, investigador principal de la derechista Fundación Heritage y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad George Mason, señala que los tiempos han cambiado drásticamente desde que Estados Unidos suscribió ese tratado.

Recuerda que cuando el país se ofreció a acoger la recién creada ONU, se acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y existía una ola de optimismo sobre la capacidad de la organización para prevenir futuras guerras.

John D. Rockefeller Jr. donó el terreno y la sede recibió un préstamo interestatal gratuito de Washington que hoy en día valdría miles de millones.

Las Naciones Unidas no serán trasladadas a menos que el distrito de la sede deje de utilizarse para ese fin, dice el acuerdo. Algunos funcionarios de la ONU han interpretado que esto significa que la ONU no puede ser desalojada.

«Pero el acuerdo es un tratado, y la norma por defecto del derecho internacional es que los tratados, a menos que digan lo contrario, duran tanto como las partes lo deseen», argumenta Kontorovich.

A su entender, «si Estados Unidos cancela el tratado, todo el acuerdo desaparece, nada en el texto del tratado prohíbe la retirada».

De hecho, plantea, «si se hubiera pretendido un acuerdo irrevocable, el Congreso (de Estados Unidos), que es necesario para aprobar los tratados, no habría permitido que el acuerdo se aprobara sin hacerlo explícito».

Aunque el tratado se refiere a la sede «permanente» de la ONU, esto simplemente significa «duradera», dice el ideólogo ultraconservador. Muchos tratados internacionales utilizan «permanente» de esta manera, para significar duradero, no eterno. Pone como ejemplo que La Corte Internacional de Justicia Permanente duró de 1922 a 1946.

«Trump debería reabrir el acuerdo de 1947 sobre la ubicación de su sede. Fue un terrible negocio inmobiliario», considera Kontorovich.

Stephen Zunes, profesor de Política y Estudios Internacionales en la estadounidense Universidad de San Francisco, dijo a IPS que la extrema derecha lleva mucho tiempo defendiendo la idea de trasladar la sede de las Naciones Unidas fuera de Estados Unidos, y que en general se considera una idea marginal que no debe tomarse en serio.

Sin embargo, como ya ha demostrado la administración Trump, incluso las propuestas ideológicas más extremas pueden acabar aplicándose como política, advirtió.

«Estados Unidos no siempre ha cumplido con sus obligaciones en virtud del tratado», detalló.

Zunes puso como ejemplo lo sucedido en 1988, cuando la administración de Ronald Reagan se negó a permitir que el presidente de la Organización de Liberación de Palestina, Yaser Arafat, se dirigiera al organismo mundial.

Ese veto, recordó, «provocó que toda la Asamblea General se trasladara a Ginebra para escuchar su discurso». En la ciudad suiza tienen su sede varios organismos de la ONU, entre ellos todos los vinculados a los derechos humanos.

Para el especialista en asuntos internacionales,  trasladar la sede de las Naciones Unidas fuera de Estados Unidos «simbolizaría el fin del liderazgo mundial que hemos tenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados victoriosos establecieron el organismo mundial».

Junto con la decisión de la administración Trump de disolver la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), el Programa Fulbright y otros símbolos del liderazgo estadounidense a nivel internacional, acabaría con cualquier apariencia de que Estados Unidos siga siendo una fuerza preeminente en la cooperación internacional.

Pero Zunes reflexionó que ya antes del regreso de Trump a la Casa Blanca, tras gobernar el país entre 2017 y 2021, Estados Unidos se ha convertido cada vez más en un caso atípico en lo que respecta a la comunidad internacional, en lugar de un líder o socio.

«Esto es cierto incluso bajo administraciones demócratas, como indican las posiciones rebeldes de Joe Biden con respecto a la guerra de Israel en Gaza, el Estado palestino, la Corte Internacional de Justicia, la Corte Penal Internacional y otras instituciones de la ONU», dijo.

Tener la sede de la ONU en un lugar más neutral puede acabar siendo lo mejor, consideró Zunes, quien ha escrito extensamente sobre la política de las Naciones Unidas.

Desde el 20 de enero, Estados Unidos se ha retirado del Consejo de Derechos Humanos de la ONU  y de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Además, ha advertido de que otras dos organizaciones de la ONU «merecen un nuevo escrutinio»: la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Medio Oriente (Unrwa).

Es una advertencia que se considera una amenaza velada de retirada de Estados Unidos  de las dos agencias de la ONU.

Además, Estados Unidos ha recortado 377 millones de dólares en fondos para el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), un organismo de la ONU que atiende la salud reproductiva y sexual.

Entre tanto, hay indicadores de que los organismos de la ONU están trasladando algunas de sus funciones fuera de Estados Unidos.

El propio secretario general de la ONU, António Guterres, dijo a los periodistas en una sesión informativa en febrero, que «hemos estado invirtiendo en Nairobi, creando las condiciones para que Nairobi reciba servicios que ahora se encuentran en lugares más caros».

La capital de Kenia es ya sede permanente del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), por lo que el organismo mundial tiene una infraestructura básica allí.

«La Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) pronto transferirá algunas de sus funciones a Nairobi. Y el Unfpa se trasladará esencialmente a Nairobi. Y puedo daros muchos otros ejemplos de cosas que se están haciendo y que corresponden a la idea de que debemos ser eficaces y rentables», dijo Guterres.

Preguntado sobre la posible retirada de Estados Unidos del organismo mundial, Martin S. Edwards, decano asociado de Asuntos Académicos y Estudiantiles de la Escuela de Diplomacia y Relaciones Internacionales de la estadounidense Universidad de Seton Hall, dijo a IPS que no estaría claro cuál sería la intención al respecto de Washington.

De hecho, lo que es seguro, señaló, es que sería un error de proporciones gigantescas.

A su juicio, la administración Trump, únicamente para ganarse el favor de una pequeña fracción de su base más ailacionista, estaría entregando una enorme victoria diplomática a China, que no dudaría en aprovechar la oportunidad de albergar la sede de  la ONU.

«Incluso esta Casa Blanca tiene que ver eso, así que no veo que esto promueva los intereses de Estados Unidos de ninguna manera. Al contrario, si la Casa Blanca no considerara importante la ONU, no habrían designado a Elise Stefanik como su embajadora ante la ONU», planteó.

En un artículo publicado en Washington Examiner en enero, se recordaba que Stefanik había sido hasta su nuevo encargo la cuarta republicana en rango en la Cámara de Representantes, lo que significaba que Trump había seleccionado para la ONU a una figura de alto nivel.

Además, la nueva embajadora ante la ONU ya se había comprometido a utilizar sus habilidades como legisladora para investigar el financiamiento al organismo mundial y recortar su presupuesto de ser necesario.

«Como integrante del Congreso, también entiendo profundamente que debemos ser buenos administradores del dinero de los contribuyentes estadounidenses», dijo entonces  Stefanik.

Para la nueva embajadora, «Estados Unidos es,  con diferencia, el mayor contribuyente de la ONU. Nuestros impuestos no deberían ser cómplices en el apoyo a entidades que van en contra de los intereses estadounidenses, son antisemitas o se dedican al fraude, la corrupción o el terrorismo».

En la actualidad, como su mayor contribuyente individual, Estados Unidos aporta 22 % del presupuesto ordinario de las Naciones Unidas y 27 % del presupuesto de mantenimiento de la paz.

Pero Washington adeuda al día de hoy 1500 millones de dólares al presupuesto ordinario de la ONU, lo que contribuye particularmente a la crisis de liquidez del organismo mundial.

De hecho, entre el presupuesto ordinario, el presupuesto de mantenimiento de la paz y los tribunales internacionales, la cantidad total de la deuda de Estados Unidos con el organismo mundial asciende a 2800 millones de dólares.

T: MF / ED: EG

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