Peores condiciones en zonas rurales de Cuba aumentan brechas de género

Este artículo integra la cobertura de IPS por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de Marzo.

Una mujer camina por un sendero de un caserío en el municipio de San Cristóbal, en la provincia de Artemisa, al este de La Habana. Las desventajas económicas e infraestructurales en entornos rurales, se terminan traduciendo a menores oportunidades para que las mujeres desarrollen su máximo potencial y logren encaminar sus proyectos de vida. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

LA HABANA – El machismo y las desigualdades de género inherentes a la sociedad patriarcal de Cuba, sitúan en mayor vulnerabilidad a las mujeres residentes de comunidades rurales; en gran medida, por las peores condiciones socioeconómicas de esas zonas con respecto a espacios urbanos.

Las manifestaciones más comunes de la violencia en Cuba son las ofensas, pero también los roles de servidumbre que se le han dado a la mujer en el ámbito doméstico, dijo a IPS Lenin Masó, de 54 años, coordinador del proyecto SoLuna, asociado a la Universidad de la Matanzas, que enfrenta desde la educación la violencia de género, la comunitaria, la escolar y la racial.

“En el campo, los estereotipos están más rígidos, y más inculcados en la cultura profunda. La familia es más tradicional que en la ciudad y, aunque las mujeres trabajen en la agricultura, no se consideran proveedoras”, agregó.

Yaniela Vega, psicóloga y activista de género residente en Guantánamo, la provincia más oriental de la isla, opinó en diálogo con IPS que “tal vez es un estigma afirmar que en el campo la masculinidad es esencialmente ruda y violenta, mientras que la sumisión y la debilidad representarían el prototipo de mujer guajira (de zonas rurales)”.

De todas formas, insistió en que la violencia de género en contextos rurales se diferencia de la manifestada en entornos urbanos a través de elementos más cualitativos, que cuantitativos.

“Existe una tendencia popular a homogeneizar la visión de lo que es una mujer empoderada, autónoma, con autoestima equilibrada o con sentido de realización personal, una visión muchas veces configurada desde un urbano-centrismo, que termina siendo excluyente para nosotras, las mujeres rurales: Yaniela Vega.

Aun así, el Observatorio de Cuba sobre Igualdad de Género cuantificó que, al cierre de 2023, 34,1 % de las mujeres mayores de 15 años residentes zonas rurales se ocupaban exclusivamente de los quehaceres del hogar, mientras que los hombres representaban 0,9 %, brecha que ha ido disminuyendo con respecto a años anteriores, pues en 2020, era de 45,1 % y 0,5 %, respectivamente.

Todavía es notable la diferencia con respecto a zonas urbanas, que en 2023, eran 24,2 %, las mujeres, y 0,7 %, los hombres.

Semejante desigualdad no solo parte de un mayor o menor grado de arraigo de la ideología machista, sino de condiciones infraestructurales que dejan en mayor vulnerabilidad a mujeres rurales, según las consultas realizadas por IPS, en vísperas del Día Internacional de la Mujer, el 8 de Marzo, tema “Para las mujeres y niñas en TODA su diversidad: Derechos, igualdad y empoderamiento”.

Una mujer transita con unos niños con uniforme escolar en un caserío en el municipio San Cristóbal, en la provincia de Artemisa, al oeste de La Habana. En 2023, 34,1 % de las mujeres mayores de 15 años residentes zonas rurales se ocupaban exclusivamente de las labores del hogar y de los cuidados. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Raíces económicas de la desigualdad

Según el último anuario de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, de las 2 468 649 millones de personas que vivían en zonas rurales en 2023 –de una población total de unos 10 millones de habitantes–, eran mujeres 46,7 % . En espacios urbanos, 51,8 % eran mujeres.

La tendencia a la feminización de los espacios urbanos y la masculinización de los rurales, se manifiesta en cada una de las provincias del país; varios estudios coinciden en que el fenómeno ocurre, en parte, debido a una mayor migración interna de mujeres.

Vega misma es una migrante de retorno, que vivió en La Habana y luego regresó a su provincia natal, en el este de Cuba.

Lideró a finales de 2024 el proyecto “Raíces que Conectan: identidad, empoderamiento y redes sociales de mujeres inmigrantes”, iniciativa que creó redes de apoyo para consolidar una comunidad de mujeres del oriente de la isla radicadas en La Habana, sobre bases feministas, interculturales y sostenibles.

Según la psicóloga, las desventajas económicas e infraestructurales y condiciones de vida que se asocian a entornos rurales, se terminan traduciendo a menores oportunidades para que las mujeres desarrollen su máximo potencial.

“Las mujeres de comunidades rurales tienen varios desafíos ante sí:  las dificultades en el acceso a la estudio y el empleo, por lejanía o escasez de opciones; a financiamiento y medios de producción, por ser, en menor medida, propietarias de tecnologías o recursos productivos; a puestos de dirección…”, dijo.

También mencionó otros obstáculos como las brechas salariales y la segregación laboral al realizar labores de menor paga, así como “el desequilibrio en cuanto a los usos del tiempo, con mayor carga doméstica y menos opciones de ocio, disfrute y recreación”.

En 2023, las mujeres rurales entre 15 y 74 años, dedicaban 22,8 % del tiempo diario al trabajo en sus hogares cuidados no remunerados. En zonas urbanas, empleaban 20, 8 % de su tiempo

Otro reto consiste, de acuerdo a Vega, en que las propias mujeres rurales construyan visiones alternativas sobre su propia realidad, pues también se han producido “lógicas de opresión” desde un “feminismo hegemónico”:

“Existe una tendencia popular a homogeneizar la visión de lo que es una mujer empoderada, autónoma, con autoestima equilibrada o con sentido de realización personal, una visión muchas veces configurada desde un urbano-centrismo, que termina siendo excluyente para nosotras, las mujeres rurales”, sentenció.

La productora Virginia Creach labora en los cultivos de plátano de su finca La Mambisa, en el municipio de Marianao, en la provincia de La Habana. Cuenta que mucha gente la pregunta si no le avergüenza trabajar en la agricultura y vestirse como jornalera, y ella responde que está orgullosa de su labor y de provenir de una familia campesina. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Mujeres en la agricultura

En 1992, Virginia Creach emigró a La Habana desde un entorno rural en la oriental provincia de Santiago de Cuba. En 2001, recibió del gobierno, en usufructo, una tierra de 1,57 hectáreas en el municipio de Mariano, al oeste de La Habana, que denominó Finca La Mambisa.

Hoy, a sus 54 años, cultiva con esfuerzo propio y técnicas agroecológicas, hortalizas y frutas, principalmente.

“Mucha gente me ha preguntado si no me da pena que me vean trabajando en la agricultura, así vestida como me visto. Y yo les digo: ‘para nada, vengo de una familia campesina; si la tierra lo da todo”, dijo Creach a IPS.

Diversos estudios evidencian una disminución en la cantidad de mujeres que se dedican a labores agrícolas.

Según un informe elaborado por la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw, en inglés), publicado en octubre de 2024, en el sector agropecuario cubano laboran 219 772 mujeres, 25 % del total de las fuerzas; de ellas, 13 % lo hacen en tareas productivas; a su vez, son 96 669 mujeres cooperativistas agrícolas, un 44 % del gremio.

A más de 17 000 mujeres se han otorgado posesión de tierras en usufructo, y unas 10 900 eran propietarias al cierre de 2018.

Esas cifras representan aproximadamente 16 % y 32% del total de usufructuarios y propietarios, respectivamente, según refirió el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe (Semlac) en octubre de 2023.


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Entre las razones por las que mujeres no se suman a labores agrícolas, están las malas condiciones de trabajo, los bajos salarios y la sobrecarga de responsabilidades del hogar o de cuidado no remunerados, dijo a IPS Marcos Naranjo, director nacional del proyecto “Ellas también producen”.

La iniciativa pretende diseñar, en la occidental provincia de Matanzas, sistemas alimentarios más sostenibles, resilientes y equitativos, mientras fortalece los liderazgos de mujeres en el proceso.

“También existe el riesgo de que las autoridades gubernamentales y agrícolas no den prioridad a los enfoques de sostenibilidad y equidad de género en el desarrollo de los sistemas alimentarios locales, debido a la falta de concienciación y priorización”, agregó.

Por otra parte, Naranjo enfatizó en que muchas de las tradiciones, costumbres y las normas sociales que rigen el espacio rural, constituyen raíces del machismo en el campo cubano y limitan a las mujeres su capacidad de participar en las labores agrícolas, en igualdad de condiciones con los hombres.

“Nosotros las mujeres trabajamos mucho más que los hombres, sobre todo cuando se trata de una pequeña agricultora, que tiene que atender los quehaceres de la casa, a los hijos y, en ocasiones, a nietos y abuelos”, argumentó Creach.

Múltiples veces se asignan a las mujeres tareas como deshierbar, elaborar comidas, criar animales en patios y corrales, un trabajo que no se contabiliza ni remunera, mientras subyace la creencia de que los hombres son mejores en puestos directivos.

“En muchas familias se hereda la tenencia de tierras y otros bienes a los hombres. Además, los criterios de los esposos tienen mucho valor, por eso ellas encuentran más dificultades para tomar decisiones sobre la utilización de los bienes y sobre sus proyectos de vida”, dijo Naranjo.

A su juicio, “cuestionar ese ideal (machista), es un desafío para promover la participación y el liderazgo de las mujeres en el sector agrícola.

ED: EG

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