Campesinos luchan por mantener vivas las semillas criollas en América Central

La agricultora salvadoreña Sonia Gutiérrez muestra algunas de sus mazorcas de maíz criollas y nativas, que cultiva en su parcela localizada en el cantón San Isidro, en el distrito de Izalco, en el oeste de El Salvador. Gutiérrez teme que el interés comercial de la industria de las semillas ponga en riesgo de la existencia de los granos autóctonos. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

IZALCO, El Salvador – El orgullo que siente la agricultora salvadoreña Sonia Gutiérrez por sus semillas de maíz criollas tiene que ver no solo con el sabor de las tortillas que elabora con ellas, que asegura que es espectacular, sino con que los granos son la base de la seguridad alimentaria de ella y su familia.

“Con esas mazorcas, yo tengo mi seguridad alimentaria asegurada, solo lo desgrano, lo cuezo, lo llevo al molino (de nixtamal) y hago mis totillas, que me quedan con un sabor ¡espectacular!”, afirmó Gutiérrez a IPS.

Se refería a un alimento omnipresente en la dieta de la población salvadoreña y de toda Mesoamérica, desde México a Costa Rica: unos panes planos y circulares, hechos de maíz nixtamalizado, con los que se acompaña cualquier vianda.

“No tengo necesidad de ir a comprar maíz, yo lo produzco de una forma natural, sin agrotóxicos, no dependo de empresas”: Sonia Gutiérrez.

Gutiérrez realizaba labores agrícolas cuando IPS visitó el huerto agroecológico que ella coordina, localizado en el cantón San Isidro, en el distrito de Izalco, en el oeste de El Salvador.

El huerto es parte de una cooperativa productora de café, caña y miel, de 5000 hectáreas, que fue propiedad de la familia Regalado, una de las más acaudaladas del país, hasta que se entregó a los campesinos como parte de la reforma agraria de 1980.

La producción de café de la cooperativa se exporta, y el azúcar se vende a uno de los principales ingenios del país. Las más de 5000 familias que viven dentro de la propiedad cultivan maíz para su consumo familiar, de la variedad híbrida en su gran mayoría, y solo un reducido porcentaje cosecha maíces criollos, como en el caso de Gutiérrez.

Los gobiernos de la región centroamericana fomentan los cultivos de maíz híbrido, cuyas semillas no se reproduce en las cosechas siguientes, con lo cual los campesinos se ven obligados a comprar esos granos en cada periodo de siembras. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

El negocio de las semillas

La agricultora dijo que también se siente orgullosa porque con esas semillas no depende de los comercios que venden los granos híbridos en el país, un negocio millonario en el que participan empresas locales y consorcios internacionales.

“No tengo necesidad de ir a comprar maíz, yo lo produzco de una forma natural, sin agrotóxicos, no dependo de empresas”, subrayó Gutiérrez.

Esos intereses mercantilistas han influido para que gobiernos de América Central propicien el cultivo de esas variedades híbridas o “mejoradas” en los laboratorios, en detrimento de las semillas autóctonas, conocidas como nativas y criollas, explicó la agricultora, enfundada en una blusa celeste manga larga, botas de hule y un sombrero gris.

Por décadas, esas semillas híbridas fueron comercializadas en El Salvador y otros países centroamericanos por consorcios como Semillas Cristiani Burkard.

Esa compañía la fundó el expresidente salvadoreño Alfredo Cristiani Burkard, que gobernó el país entre 1989 y 1994 por la derechista Alianza Republicana Nacionalista. A la empresa la adquirió en junio de 2008 la estadounidense Monsanto, comprada a su vez en 2018 por la alemana Bayer.

Desde 2003 los diferentes gobiernos salvadoreños han repartido gratuitamente un paquete agrícola a los campesinos, para incentivar la producción de granos básicos. Eso incluía una provisión de semillas de maíz híbrido o mejorado.

De ese modo, los cultivos de maíz híbrido fueron ampliándose con el tiempo en los territorios, poniendo en riesgo la existencia de los granos criollos, cuya genética puede contaminarse con aquellas variedades mejoradas.

Ante ese fenómeno, representantes de organizaciones que abogan por la seguridad alimentaria de Guatemala, Honduras y El Salvador, exigieron a esos gobiernos el reconocimiento y la protección de esas semillas criollas y nativas.

Deben considerarse “como un bien biocultural de los pueblos”, como reza la declaración final del encuentro, celebrado del 11 al 13 de marzo, en Esquipulas, en el este de Guatemala.

La actividad se denominó Encuentro Regional Mesoamericano para la Defensa de las Semillas Nativas y Derechos Campesinos, en el que también se rechazó “la contaminación genética de nuestras semillas nativas y criollas y el desplazamiento y perdida de nuestras variedades”.

Raquel Mejía trabaja en la colocación de «tutores» o hilos para que las plantas de pepino se expandan y produzcan, en el huerto agroecológico perteneciente a una cooperativa productora de café, caña y miel de abeja en el oeste de El Salvador. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Sobre las motivaciones de los gobiernos del área de seguir promoviendo los cultivos de semillas híbridas, participantes en el encuentro dijeron a IPS que persiste el argumento, esgrimido por décadas, de que las variedades híbridas ofrecen más y mejores cosechas y por ello son vitales para combatir el hambre en el mundo.

“Todo eso es parte de una narrativa, una visión falsa para solucionar el problema del hambre, con la idea de desplazar y apropiarse de los conocimientos ancestrales”, dijo a IPS desde Ciudad de Guatemala, vía telefónica, David Paredes, coordinador de la Red Nacional para la Defensa de la Soberanía Alimentaria en Guatemala.

A su juicio, “por eso el gobierno (guatemalteco) actúa así, está controlado por las empresas”.

Las semillas nativas y criollas han sido cultivadas históricamente por comunidades indígenas y campesinas siguiendo técnicas ancestrales que se van pasando de generación en generación. Las primeras son propias de una región, y las segundas, son un cruce entre nativas de otras regiones.

Esas simientes son parte de la cosmovisión de los pueblos originarios mesoamericanos, que las consideran sagradas, sobre todo las de maíz. El Popol Vuh, el libro que recoge la mitología del pueblo maya, explica que la especie humana nació de esa planta.

Con las cosechas del maíz criollo o nativo, los campesinos centroamericanos suelen guardar semillas para las siguientes siembras, y así aseguran las producciones venideras, pero las variedades híbridas se degradan luego de la primera cosecha, volviéndolas improductivas en los cultivos posteriores.

Con ello, la venta de semillas híbridas es un negocio seguro, pues los campesinos se ven obligados a comprarlas en cada ciclo de siembras.

La declaración del encuentro regional también denuncia la monopolización, privatización y despojo de las semillas y conocimientos ancestrales y la criminalización del intercambio y resguardo de semillas nativas, impulsada por corporaciones transnacionales semilleristas.

Esas empresas se aglutinan, añade el documento final de la reunión, en Crop Life, que incluye a Bayer-Monsanto, Syngenta, Basf, Corteva, así como sus filiales en los territorios “con el respaldo de políticas y normativas que promueven los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas en detrimento de los derechos de los pueblos”.

La actividad en Esquipulas fue parte de un esfuerzo de organizaciones sociales por hacer incidencia en el tema de las semillas, sobre todo a partir de la existencia de acuerdos regionales promovidos por los Estados del istmo en el marco del Sistema de Integración Centroamericana (Sica), que claramente fomenta la producción de los maíces híbridos.

Uno de esos instrumentos es el Reglamento Técnico de Bioseguridad de Organismos Vivos Modificados, para usos agropecuarios en Guatemala, Honduras y El Salvador, aprobado en 2018 y que en teoría no se ha puesto en práctica.

Las semillas criollas y nativas, principalmente de maíz pero también de frijol como las de la imagen, aún se intercambian en los territorios rurales en América Central, pese al avance de las semillas híbridas o «mejoradas», que se comercializan en toda la región. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

Presencia de transgénicos

Sin embargo, la presencia de variedades incluso más riesgosas que las híbridas, como las transgénicas, enciende las alarmas en algunos países del istmo centroamericano, donde habitan 50 millones de personas.

Esas variedades representan un nivel más complejo de manipulación genética del ADN de la planta, y consecuentemente, su desarrollo en los países plantea muchas dudas sobre los efectos en el medio ambiente y, sobre todo, en la salud humana.

“Hemos detectado la proteína CP4, de Monsanto, que es resistente al glifosato, esa proteína es transgénica”, afirmó el guatemalteco Paredes. Detalló que eso lo confirmaron muestras realizadas en granos en el este de Guatemala, en la región del pueblo maya chortí.

Según reportes especializados, Honduras fue el primer país de la región centroamericana en dar luz verde a los cultivos genéticamente modificados, ya que en 2002 aprobó el maíz transgénico tolerante a herbicidas y también permitió el cultivo de arroz transgénico.

Por su parte, el salvadoreño Carlos Cotto, de la Mesa por la Soberanía Alimentaria, sostuvo que también en El Salvador se estaría comercializando una variedad de maíz que se sospecha es de origen transgénico, conocida como Dekalb.

“No se especifica si es transgénica, no se dice nada, pero en otros países se señala que es transgénica”, recalcó a IPS Cotto, que participó en el encuentro en Esquipulas.

Advirtió que nuevas tecnologías en el campo de la biogenética plantean nuevos riesgos para la biodiversidad y en particular para las variedades de semillas criollas de la región.

Mencionó por ejemplo la técnica conocida como “edición genómica”, por medio de la cual es posible cortar, agregar o alterar el material genético de las plantas.

“Esas tecnologías dan más miedo que la que genera los transgénicos, las consecuencias que eso traiga son insospechadas”, planteó Cotto.

Resaltó que es claro que las semillas criollas y nativas, que se han venido intercambiando entre campesinos, están en un grave riesgo de desaparecer.

Mientras tanto, en el huerto del cantón San Isidro, la salvadoreña Gutiérrez afirmó que para evitar que sus maíces criollos y nativos se contaminen o se crucen incluso de las variedades híbridas, ella suele sembrar 20 días después de la fecha en que lo hacen el resto de agricultores de la cooperativa.

De ese modo, ese desfase de 20 días impide que las plantas de Gutiérrez sean polinizadas por las variedades híbridas.

“Cuando esos maíces se están polinizando, mi maíz no, está salvaguardado. Ellos siembran híbridos y no sabemos si son transgénicos también”, finalizó.

ED: EG

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