IGUAZÚ, Argentina – La historia comenzó hace más de 20 años, cuando el Ejército argentino cedió 2000 hectáreas de tierra al municipio de Iguazú, en la triple frontera de Argentina con Brasil y Paraguay. Era comienzos de los 2000 y miles de personas castigadas por el colapso económico y social del país se organizaron para ocuparlas antes de que fueran destinadas a un negocio inmobiliario.
“Yo trabajaba en un comercio y mi esposo era albañil. Teníamos en ese momento cinco hijos y nos quedamos sin trabajo. Como se había ido extendiendo boca a boca la noticia de la ocupación, en 2002, nos vinimos para acá”, cuenta a IPS Andreia Capelari dos Santos, una mujer criada en el estado brasileño de Mato Grosso, que vive en Argentina desde que tenía 11 años.
“Esto era todo monte, con vegetación muy cerrada. No había ni siquiera caminos y nadie tenía herramientas. La gente fue abriendo como pudo picadas para poder entrar”, aporta a IPS, por su lado, Irma Galeano, quien había trabajado en tiendas y hoteles en Iguazú.
El terreno quedó bautizado como “2000 Hectáreas” y fue así ganado definitivamente por quienes lo necesitaban en un momento límite de Argentina, cuando la pobreza se disparó y alcanzó a 65 % de la población.
Un momento bastante parecido al actual en cuanto al cuadro social en este país sudamericano, aunque el deterioro económico fue aquella vez más abrupto y, por lo tanto, tomó a muchos por sorpresa.
“Queríamos diferenciarnos con un producto sin venenos y también hacer un aporte comunitario. Vender lo que producimos, no al mejor precio que podamos, sino a un precio que cubra nuestras necesidades y que también permita que al consumidor le alcance para comprar siempre lo que precisa para su familia. Entendemos que no hay agroecología sin cuidado social”: Andreia Capelari dos Santos.
La ocupación de las 2000 Hectáreas fue un hecho relevante, además, por el valor turístico de Iguazú, cuyas célebres cataratas atraen cada año más de un millón de visitantes de todo el mundo, y donde avanzan grandes emprendimientos comerciales que suelen dejar escaso o ningún beneficio a los habitantes de la zona.
Iguazú y sus cataratas, que pueden visitarse en el lado argentino y en el brasileño, son una maravilla natural. Un conjunto de casi 300 saltos de agua de hasta 70 metros de altura que conforman un espectáculo único en medio de la llamada selva paranense, un ecosistema de bosque húmedo, con vegetación exhuberante y gran biodiversidad.
A pocos kilómetros de allí, en el mismo ecosistema y dentro del municipio de Iguazú, están las 2000 Hectáreas.
Al día de hoy, en el lugar viven más de 3000 familias. Hay zonas que han sido urbanizadas y tienen calles de asfalto y partes que son rurales. Los pobladores tienen red de electricidad desde hace solo nueve años, toman agua de pozo y cocinan con leña o garrafas.
Aunque todavía la gente no ha podido formalizar su propiedad, las 2000 Hectáreas siguen siendo refugio en un momento también de enorme deterioro social en Argentina, con el último indicador oficial de pobreza en casi el 53 %.
Alimentos de la tierra
En las 2000 Hectáreas, el escenario llevó a la gente a buscar caminos para cultivar sus propios alimentos. Durante los primeros años muchos aprendieron a desarrollar sus huertas y gracias al trabajo de capacitación de técnicos de la Pastoral Social, rama de la Iglesia católica que trabaja en todo el país al lado de los sectores más vulnerables.
“Nos juntábamos en grupos de unas 10 familias para aprender cómo la tierra podía ser productiva y organizábamos las primeras ferias de semillas, para intercambiar insumos, o de venta de alimentos”, recuerda Irma Galeano.
“Fue un cambio muy grande. Nos dimos cuenta de que la tierra nos podía dar el alimento”, agrega.
Con el paso de los años algunos decidieron ir por más y desde 2018 comenzaron a explorar una experiencia de agricultura sostenible orientada no solo a autoabastecerse y generar ingresos, sino también a tejer lazos de solidaridad entre las familias.
“Queríamos diferenciarnos con un producto sin venenos y también hacer un aporte comunitario. Vender lo que producimos, no al mejor precio que podamos, sino a un precio que cubra nuestras necesidades y que también permita que al consumidor le alcance para comprar siempre lo que precisa para su familia”, aporta Capelari.
“Entendemos que no hay agroecología sin cuidado social”, asegura.
Certificación participativa
Capelari y Galeano son actualmente dueñas de dos de las tres chacras (fincas productivas) de las 2000 Hectáreas que han sido certificadas por sus prácticas sostenibles por el gobierno de la provincia de Misiones, que está en el extremo noreste de la Argentina, en la que es considerada el área de mayor biodiversidad en el país.
Lo lograron en el marco de la ley de fomento a la producción agroecológica de la provincia, sancionada en 2014 con el fin de estimular procesos de producción, comercialización y consumo de alimentos saludables con sostenibilidad ambiental, económica, social y cultural
Algunos de los elementos que deben respetarse en la producción agroecológica, de acuerdo a la ley provincial, son el mantenimiento suelo cubierto, para su conservación y la del agua; el suministro regular a la tierra de materia orgánica y la prevención de plagas y enfermedades con productos naturales.
Pero la norma no prevé solamente cuestiones agrícolas, sino también de contenido económico y social. Así, se creó un sistema de certificación participativa, con la participación de la Subsecretaría de Agricultura Familiar y Desarrollo Rural de la provincia, familias de productores, organizaciones sociales y consumidores.
La certificación, dice la ley, debe apuntar a promover la soberanía, seguridad y salubridad alimentaria; favorecer el acceso de toda la población a los productos agroecológicos y estimular una comercialización con precios justos para el productor y accesibles para el consumidor.
El proceso de certificación fue completado por 12 chacras de hasta 25 hectáreas en toda la provincia y hay otras 80 que están n el proceso de certificación.
De acuerdo al manual operativo de la agroecología en Misiones, los productores deben organizar en grupos de entre 5 y 12 familias que deben reunirse al menos una vez al mes y compartir sus tares.
“Estamos juntos en todo porque, por ejemplo, si se detecta que una chacra usa venenos en sus cultivos, caen todas las certificaciones del grupo”, explica Capelari.
Ella cuenta que los problemas también se abordan de manera colectiva: “Si tenemos una invasión de hormigas, buscamos una solución natural entre todos. La relación social y la confianza es la base del grupo”.
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El manual operativo de la agroecología en Misiones, que fue aprobado por decreto del gobierno, incluye también normas estrictas en cuanto al manejo de la basura que tienen que hacer las chacras, el mantenimiento de árboles en pie en los sectores de siembra y la utilización de cultivos de cobertura.
“Sin fertilizantes químicos, los cultivos tardan un poco más en crecer, pero terminan saliendo”, dice a IPS María Aurelia Recalde, quien en 2023 logró la certificación de su chacra.
Recalde, quien trabajaba como empleada de comercio en Iguazú, llegó hace más de 20 años con su marido y sus ocho hijos a las 2000 Hectáreas.
“Yo tenía un cáncer de tiroides y el médico me había dicho que tenía que despedirme de la ciudad. Pero íbamos a la Dirección de Tierras a ver si había alguna posibilidad de acceder a un terreno y nunca conseguíamos nada. Finalmente nos vinimos a las 2000 Hectáreas en un grupo de 80 familias”, dice a IPS.
Hoy, los agricultores agroecológicos venden sus productos en ferias y mercados e incluso han llegado a hoteles y restaurantes de Iguazú, además de producir para autoconsumo y para otras familias de la zona.
El proceso va incorporando gente nueva permanentemente, alguna con experiencia en agricultura y otra que llega habiendo vivido siempre en ciudades y comienza a aprender a de a poco.
El proceso lleva tiempo pero se transita de forma colectiva. Como dice Andreia Capelari: “Vamos al ritmo nuestro, que hoy es el ritmo de la naturaleza”.
ED: EG