Jóvenes agricultores impulsan con muchas trabas proyectos sostenibles en Chile

Matías Gómez en el invernadero que explota en el municipio de San Bernardo, en la periferia del sur de Santiago de Chile, donde cultiva hortalizas hidropónicas y utilizan agua de lluvia y plaguicidas orgánicos. Imagen: Orlando Milesi / IPS

SANTIAGO – Es todo un desafío la situación de miles de jóvenes campesinos chilenos que desean permanecer en el espacio rural e impulsar diversos proyectos productivos, pero carecen de recursos para adquirir tierra propia donde concretar iniciativas agroecológicas.

Muchos usan predios pertenecientes a sus familias para efectuar proyectos de agricultura sostenible y acercar a los consumidores hortalizas saludables y ricas en nutrientes.

“Me he enfocado en que a la gente le dure la hortaliza y le llegue lo más fresca posible. Que pueda sentir  sabores y cualidades organolépticas únicas”, relata en su predio Matías Gómez, de 28 años, impulsor de un huerto-invernadero en el municipio de San Bernardo, en la periferia sur de Santiago.

La instalación, limpia y pulcra que visitó IPS, tiene 830 metros cuadrados de los cuales 680 son productivos. Fue construida en una parcela de 3600 metros propiedad de sus abuelos.

La falta de tierra, problema crítico

Según Fernando Huerta, presidente nacional de las juventudes rurales, durante ya muchos años se ha hecho evidente la falta de recambio generacional en el campo chileno.

“Los campos se están agotando, hay menos agua, menos suelos, menos recursos para poder invertir. Y estos están muy acotados y principalmente en la agricultura convencional”, aseveró.

En declaraciones a IPS desde el municipio de Codegua, a 75 kilómetros al sur de Santiago, Huerta indicó que los jóvenes tienen poco espacio para desarrollar alguna actividad productiva por falta de recursos y de acceso a suelos.

El dirigente juevenil consideró que la falta de acceso a la tierra es un punto crítico que impacta en el abandono del campo por los jóvenes, pese a que sean muchos los que se quedarían si hubiese condiciones para desarrollar su vida en condiciones adecuadas.

“Es un problema supercomplejo porque hay un alza inmobiliaria, un alza en los precios de los terrenos para cultivar lo que hace imposible que los jóvenes se puedan comprar un terreno. Aproximadamente hace 20 años que se dispararon todos los precios en los campos, lo que ha hecho complejo el acceso a los jóvenes, incluso para arrendar”, aseveró.

“No existen las bases políticas de desarrollo para que la juventud rural tenga  permanencia, subsistencia y la posibilidad de decidir vivir en el campo y dedicarse a producir alimentos¨: Fernando Huerta.

Muchos terrenos rurales explotados por los jóvenes pertenecen a sus familiares, porque ellos no tienen capacidades ni recursos para acceder a ellos. Se añade una enorme presión inmobiliaria para construir en terrenos agrícolas.

Huerta explicó que la situación de los jóvenes campesinos puede calificarse como “critica”, debido a que “no existen las bases políticas de desarrollo para que la juventud rural tenga  permanencia, subsistencia y la posibilidad de decidir vivir en el campo y dedicarse a producir alimentos”.

Este tema del acceso a la tierra fue incluido en el Manifiesto Por el Futuro de las juventudes rurales de Chile suscrito el 26 de junio como conclusión de una reunión nacional a la que asistieron 150 jóvenes campesinos de todo el país, realizada en el sureño municipio de Fresia.

Los jóvenes rurales propusieron “la creación de un fondo de crédito específico para jóvenes agricultores, que les permita acceder a tierras productivas a tasas preferenciales y con plazos de pago flexibles”.

El Manifiesto plantea también el problema de acceso al agua, financiamiento y fomento productivo, sellos de calidad para la producción orgánica, conectividad rural y asesorías y capacitación.

Valeria Bertens, diseñadora de profesión y campesina de vocación, cosecha acelgas en el predio que cultiva en el municipio de La Pintana, en la periferia sur de Santiago de Chile. El lugar está rodeado de industrias y resiste los avances urbanos para producir y comerciar hortalizas, cultivadas en forma sostenible. Imagen: Orlando Milesi / IPS

Productos orgánicos con acceso masivo

En medio de un sector habitacional, el horticultor Gómez vende con éxito hortalizas que produce en una feria de su municipio donde es un vendedor muy requerido.

“Los sábados tengo unos 140 clientes y los domingos unos 300.  Son unas 500 familias que se ven beneficiadas y para mí eso es espectacular”, dice entusiasmado.

En el invernadero instaló un sistema para captar agua de lluvia mediante tuberías  surtidas por un gran estanque que permite circular el líquido por camas hidropónicas.

“Presenté un proyecto en Indap (Instituto de Desarrollo Agropecuario) y obtuve 3,5 millones de pesos (3684 dólares) para la inversión. El plan incluyó un estanque de 5500 litros y otros cinco de 1300”, detalla.

Gómez inició su explotación en septiembre del 2023. Ahora, superada una larga sequía en el país, ha contado con un año con lluvias normales sobre Santiago, planea construir un estanque de 12 000 litros para el acopio de más agua.

“Como funciona ahora, este sistema me abastece tres meses al año con agua de lluvia y para mí es bastante importante ese alto ahorro económico en agua potable”, indicó.

En el invernadero controla las plagas usando métodos naturales.

“Usamos productos bastante costosos, pero orgánicos….Utilizo ácidos húmicos que son una fuente muy buena para el crecimiento, desarrollo y fortalecimiento celular de las plantas», explica.

Estos ácidos estimulan biológicamente las plantas y la actividad de microorganismos.

“Antes estaba lleno de plagas. Usábamos agroquímicos, pero se hacían cada vez más resistentes. Y llegué al bacilo thuringiensis que uno aplica encima de las plantas y es orgánico natural. La larva lo come, se destruye su intestino y muere. Es un proceso limpio”, detalla.

Descubierto hace más de un siglo, este bacilo es hoy una herramienta importante para el manejo de la plaga de insectos.

Para combatir los pulgones, Gómez implementó un corredor biológico con plantas que alojan la plaga sin afectar los cultivos.

Mario Castro exhibe una de las calabazas que vende en la feria aledaña al municipio de El Monte, al suroeste de Santiago. Allí vende otros productos cultivados en una parte del terreno cedido por su padre donde practica métodos sostenibles. Imagen: Orlando Milesi / IPS

Amenazas sobre jóvenes campesinos

Chile, un largo país sudamericano, es un potente agroexportador, un sector controlado por grandes empresas agrícolas. El año pasado 3,54 % de su producto interno bruto (10 090 millones de dólares) lo aportaron las exportaciones agrícolas.

La agricultura familiar campesina destina casi toda su producción al abastecimiento interno de los 19,5 millones habitantes del país.

Un 12 % de los agricultores acreditados en Indap son jóvenes rurales.

Esa cifra era más baja hace un año, pero también incide que se aumentó de 35 a 40 años el tramo etario.

“Estamos súper atrasados respecto a políticas públicas que entreguen posibilidades para que los jóvenes puedan vivir en el campo y desarrollarse”, explicó Huerta.

Agregó que para un recambio generacional se necesitan aproximadamente unos 500 000 agricultores al año a fin de asegurar una soberanía alimentaria real.

“Y eso no está ocurriendo. Algo pasa en los programas públicos que siguen subvencionando proyectos que muchas veces no son tan sostenibles respecto a lo que podría hacer un joven”, aseveró.

Macarena, Matías, Benjamín y Melanie integran el equipo de jóvenes que trabajan en el invernadero de Cultivos Naturales Garden, en San Bernardo, donde producen hortalizas hidropónicas que venden con éxito, sábados y domingos, en la feria del municipio al sur de Santiago de Chile. Imagen: Orlando Milesi/ IPS

Otras dos apuestas jóvenes por el campo

Valeria Bertens, de 36 años, es una diseñadora de profesión y  agricultora de vocación que creó Huertos Familiares Mapuhue en una hectárea de terreno de la familia en el popular municipio de La Pintana, en el área urbana sur de Santiago.

“Cuando fui mamá quise ver cómo alimentar mejor a mi hija. Me di cuenta que en la parcela los alimentos eran  mucho más ricos que los que se consigue en un supermercado”, cuenta a IPS durante una visita a su pequeña parcela.

“Cada vez nos alejan más de poder alimentarnos sanamente y por eso entré en todo este cuento”, añade.

En su predio cultiva diversas hortalizas, pero ahora solo tiene acelgas a la espera que crezcan otros almácigos de su invernadero y de la próxima temporada de  tomates.

Todo lo vende directamente usando contactos familiares, pero está coordinándose con otros pequeños productores para enfrentar juntos la comercialización.

“A quienes me compran tomates les digo que los coseché hoy día y que llegan a su mesa. Es una maravilla porque su aroma es otra cosa. Es un alimento vivo”, asegura.

Bertens participa en una mesa de jóvenes rurales a nivel nacional y se integró al programa de transición a la agricultura sostenible de Indap.

«Vivir acá es una resistencia y un escape. Es estar en medio de la ciudad, del bullicio y del esmog y simultáneamente en el campo. En las calles hay industrias y también carretas con caballos”, asegura.

Pero siente la amenaza del crecimiento urbanístico.

“Creo que esto está destinado a que en algún momento  se venda. Probablemente va a ser industrial y la ciudad se va a ir quedando con menos tierras agrícolas que son excelentes”, se lamenta.

Mario Castro, de 31 años, estudió gastronomía durante cuatro años, pero antes que ser chef prefirió dedicarse a cultivar habas, papas, zapallos (calabazas) y otras hortalizas en la tierra de su padre en el municipio de El Monte, 48 kilómetros al suroeste de Santiago.

“Él me presta dos hectáreas.  Pero tener recursos para trabajar esas dos hectáreas es imposible. Es mucho dinero”, cuenta a IPS en una feria al costado del edificio municipalidad donde vende sus hortalizas.

“Hacer agricultura es un desafío porque conlleva una vida entera de sacrificio, de esfuerzo, de continuidad.  Ojalá que esto nunca se acabe porque al momento que se acabe la gente deja de comer”, agrega.

Estos jóvenes campesinos producen alimentos de calidad. Un 70% de su producción tiene características de sostenibilidad, agricultura regenerativa y mejor aprovechamiento de recursos.

Según Huerta, ellos están poniendo sobre la mesa la necesidad urgente de generar producciones que se sostengan y que puedan, a la vez, sostenerlos en el campo.

ED: EG

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