MONTEVIDEO – El 6 de mayo, la población acudió a las urnas en Chad, aparentemente para elegir a un presidente que instauraría un gobierno civil democrático. Diez días después, el Consejo Constitucional confirmó que no habría cambios: el presidente electo era Mahamat Idriss Déby, el líder del gobierno de transición, apoyado por los militares que supuestamente entregaban el poder.
En 2021, Déby tomó el relevo de su padre, que llevaba en el poder desde 1990 pero acababa de morir en un ataque rebelde. Fue un golpe de Estado; él no estaba en la línea de sucesión. A la cabeza de un Consejo Militar de Transición (CMT), se encargó de dirigir la transición que no se ha producido.
Según el recuento oficial, Déby obtuvo 61 % de los votos, consiguiendo fácilmente la mayoría absoluta necesaria para evitar una segunda vuelta. Hubo denuncias generalizadas de fraude.
La campaña estuvo marcada por el asesinato de un destacado líder de la oposición y la represión y muerte de manifestantes. La sociedad civil teme que los resultados legitimen un régimen autoritario, agraven las violaciones de los derechos humanos y restrinjan aún más el espacio cívico.
Sin democracia a la vista
Desde su independencia de Francia en 1960, Chad ha sufrido varios golpes de Estado y un largo periodo de gobierno autoritario.
El general Idriss Déby, padre del ahora presidente electo, depuso al anterior presidente en 1990 y vio refrendado su régimen autocrático con seis elecciones rituales entre 1996 y 2021.
Inmediatamente después de las elecciones de 2021, los rebeldes lo mataron en una visita a las tropas gubernamentales, lo que llevó a su hijo a instalarse como «líder interino», perpetuando una dinastía política en su cuarta década.
Inicialmente, los militares aseguraron que la transición terminaría con la celebración de elecciones en octubre de 2022, pero a medida que se acercaba la fecha, lanzaron un «Diálogo Nacional Soberano Inclusivo», que prolongó el gobierno de Déby durante más de dos años.
Tras el diálogo, se disolvió la CMT y Déby pasó a encabezar un nuevo gobierno de transición, con un antiguo líder de la oposición como primer ministro.
El nuevo calendario preveía elecciones para noviembre de 2024. Más de 60 personas murieron en las protestas que siguieron a este anuncio, que el gobierno denunció como un intento de golpe de Estado. Numerosos manifestantes fueron condenados a penas de cárcel.
El gobierno impuso un toque de queda y tres meses de prohibición de la actividad política, detuvo a destacados líderes de la oposición e intimidó y hostigó a voces críticas y a periodistas. Se detuvo o desapareció a activistas, y algunos se vieron obligados a huir.
En noviembre de 2022, el gobierno prohibió a Wakit Tama (ha llegado la hora), una coalición de grupos de la sociedad civil, sindicatos y partidos de la oposición, que se movilizó por primera vez para exigir democracia cuando Idriss Déby aspiraba a un sexto mandato.
Posteriormente se prohibió cualquier intento similar de coordinación amplia.
Si algo salió del diálogo nacional fue la necesidad de decidir si Chad debía organizarse de forma federal o centralizada.
Pero el referéndum celebrado en octubre de 2023 no lo sometió a votación. En su lugar, pretendía validar una nueva constitución hecha a medida para hacer permanente el gobierno del presidente interino.
La sociedad civil y los grupos de la oposición llamaron al boicot, pero como en todas las votaciones celebradas en Chad, los dados estaban cargados.
La nueva constitución, aprobada al parecer por 86 % de los electores, rebajaba la edad requerida para presentarse a las elecciones presidenciales, lo que permitió la candidatura de Mahamat Déby, que entonces tenía 38 años.
Además, exigía que tanto el padre como la madre del presidente fueran ciudadanos chadianos, algo que sus principales rivales no podían demostrar fácilmente. Todos los miembros de la junta y del gobierno de transición pudieron concurrir a las elecciones.
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Como parte de un acuerdo para allanar el camino a unas elecciones mínimamente competitivas, el gobierno emitió entonces una amnistía general para los implicados en las protestas de 2022 y permitió a los líderes exiliados regresar y presentarse.
Entre ellos estaba Succès Masra, que había huido de la persecución y regresó tras firmar un acuerdo que le convertía en primer ministro. Se presentó por el partido Transformadores, quedando en un lejano segundo lugar.
El tercer puesto lo ocupó Albert Pahimi, de la Agrupación Nacional de Demócratas Chadianos, que fue primer ministro entre 2016 y 2018, y de nuevo entre 2021 y 2022, pero que ahora se presentaba como el que podía impedir que el presidente en funciones llevara al país al abismo.
Brilló por su ausencia quien se esperaba que fuera el principal aspirante. Yaya Dillo fue asesinado el 28 de febrero cuando las fuerzas de seguridad entraron por la fuerza en la sede de su Partido Socialista Sin Fronteras. Ello sucedió días después de un violento ataque contra la sede de la Agencia de Seguridad Nacional del que el gobierno culpó a Dillo y a su partido.
Con una lista incompleta, un terreno de juego muy inclinado a favor del régimen y una jornada electoral plagada de violencia y prácticas fraudulentas que proliferaron en ausencia de observación independiente, los resultados eran previsibles.
El panorama internacional
Los socios extranjeros de Chad no presionan precisamente en favor de la democracia.
Chad, rico en petróleo, ha sido durante mucho tiempo un aliado clave de los Estados occidentales en su lucha contra la insurgencia yihadista, colaborando con Francia y Estados Unidos contra las operaciones de Al Qaeda y el Estado Islámico en el Sahel, la región que divide el norte y el sur de África, compuesto por 10 países.
Mientras otros países francófonos bajo gobierno militar -Burkina Faso, Malí y Níger- han echado a las potencias occidentales y pivotado hacia Rusia, Chad se ha mantenido hasta ahora en el redil.
En marzo de 2024, la fuerza aérea de Chad pidió a Estados Unidos que retirara sus tropas -menos de 100- de una base militar francesa. No estaba claro por qué, pero Estados Unidos se retiró, al menos temporalmente. Sin embargo, todo lo demás, incluidos los cerca de 1000 soldados franceses, ha permanecido en su lugar.
Francia, que durante mucho tiempo ha apoyado a los gobernantes autoritarios de Chad, se ha cuidado de no agitar las cosas. En marzo, el enviado especial de Francia a África se reunió con los dos candidatos «oficiales», Déby y Masra, y confirmó la permanencia de las tropas francesas.
Dado que los gobernantes autoritarios de Chad cuentan desde hace tiempo con el apoyo de Francia, los activistas por la democracia han volcado cada vez más su ira contra el país.
Los manifestantes han prendido fuego a banderas francesas y han atacado edificios pertenecientes a la petrolera francesa TotalEnergies. Wakit Tama denuncia cada vez más la presencia de tropas francesas.
Esta reacción refuerza el apoyo francés al régimen autoritario, por miedo a las alternativas. El gobierno francés ha respaldado sistemáticamente a los líderes que apuntalan su posición en la región.
Esto hace que sea incoherente en su apoyo a la democracia, condenando los golpes militares de las fuerzas antifrancesas en Burkina Faso y Malí, pero apoyando las maniobras para mantener caras amigas al mando en Chad.
Mientras esta situación continúe, parece haber pocas esperanzas de que se instaure una auténtica democracia en Chad.
Inés M. Pousadela es especialista sénior en Investigación de Civicus, codirectora y redactora de Civicus Lens y coautora del Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de la organización.
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