Olas de calor, eventos mortales y aún descuidados en Brasil

Zezinho, una favela de São Paulo, la mayor ciudad de Brasil. El hacinamiento y el amontonado de cemento, con escasa ventilación, contribuyen a crear islas de calor urbano que deteriora las condiciones sanitarias principalmente de la población anciana. Imagen: Mario Osava / IPS

RÍO DE JANEIRO – Ana Clara Benevides, estudiante de sicología, murió a los 23 años, durante un concierto de la cantante estadounidense Taylor Swift el 17 de noviembre de 2023, en un estadio de fútbol en la Zona Norte de la ciudad brasileña de Río de Janeiro.

Pareció una solitaria muerte a causa del calor excesivo que castigó gran parte de Brasil, especialmente el centro-sur, desde septiembre, en un verano que se prolongó por 6,5 meses, al empezar precozmente en septiembre, cuando aún no terminaba el invierno, y tomar toda la primavera, además del verano austral mismo, del 22 de diciembre al 20 de marzo.

Pero las olas de calor, que se hicieron frecuentes en ese período, son más mortales de lo que parecen. Provocaron la muerte de 48 075 personas en las 14 mayores regiones metropolitanas de Brasil, entre 2000 y 2018, estimó un artículo publicado en enero en la revista científica estadounidense Plos One.

Esa cifra, basada en el exceso de muertes durante las olas de calor, en comparación con los promedios regulares, equivale a 20 veces la cantidad de víctimas de derrumbes en el mismo período, según el estudio.

“El calor extremo se mantiene como un desastre descuidado en Brasil”, concluyen sus autores, 12 investigadores de dos universidades brasileñas y una portuguesa y de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), principal organización brasileña de salud pública, vinculada al Ministerio de Salud.

“Las condiciones sociales y económicas dictan la capacidad de adaptación a las olas de calor. El clima es el mismo, pero afecta menos a uno que tiene más recursos, más escolaridad, más movilidad y acceso al saneamiento básico. En un barrio rico llueve igual, pero no mueren sus pobladores como mueren en los barrios pobres”: Renata Gracie.

Los termómetros se acercaban a 40 grados en los barrios más calientes de Río de Janeiro, pero la sensación térmica alcanzó 59,3 grados cuando cerca de 60 000 personas se aglomeraron para oír y ver a Taylor Swift en la noche del 17 de noviembre.

Eso provocó el agotamiento por calor y la consecuente hemorragia pulmonar y tres paradas cardíacas en Benevides, la joven que viajó 1400 kilómetros en avión desde Rondonópolis, ciudad de 245 000 habitantes en el la región del Centro-Oeste brasileño, para ver el show en un estadio sin agua suficiente ni ventilación para tanta gente.

Renata Gracie, geógrafa con maestría y doctorado en salud pública, es coautora del estudio que estimó en 48 075 las muertes asociadas al calor extremo de 2000 a 2018 y revela el aumento de las olas de calor «en frecuencia, intensidad y duración» desde 1970. Imagen: Cortesía de Renata Gracie

Olas de calor intensas y prolongadas

Las olas de calor no se sucedieron desde entonces y superaron los 60 grados de sensación térmica este mes de marzo. El récord histórico se alcanzó el 17 de marzo con 62,3 grados de sensación térmica en la barra de Guaratiba, un barrio del extremo oeste de Río de Janeiro.

Fue entonces cuando la ciudad carioca registró la mayor temperatura en una década, lo que junto con 80 % de humedad, característica de esta ciudad atlántica del sureste brasileño, eleva aún más la sensación térmica en Río, que ha roto seis veces el récord de temperatura en las últimas semanas, antes de que en el país se iniciase el 20 de marzo la estación del otoño astronómico austral.

Los climatólogos atribuyen ese calor intenso y prolongado al fenómeno El Niño combinado con el cambio climático. Aportes locales, como extensas áreas de hormigón y asfalto, deforestación y eliminación de cuerpos de agua, agravan el calentamiento urbano donde se forman las llamadas islas de calor.

Las grandes ciudades del centro-sur de Brasil en general registraron temperaturas de hasta cinco grados arriba del promedio histórico, en el verano recién terminado.

Faltan en Brasil los protocolos que orienten las medidas de prevención y atención a los daños de las olas de calor, como los hay, aunque insuficientes, para otros eventos extremos del clima, como inundaciones y derrumbes, observó Renata Gracie, una de las autoras del estudio como tecnóloga del Instituto de Comunicación e Información Científica y Tecnológica en Salud de la Fiocruz.

Cuando las lluvias torrenciales provocan inundaciones y derrumbes fatales, u ocurren incendios forestales y sequias devastadoras, los gobiernos locales decretan emergencia para facilitar soluciones, con la colaboración de otras esferas gubernamentales e incluso internacionales. No así en el caso de las olas de calor, lamentó Gracie.

Se trata de una preocupación mundial. Europa, Estados Unidos y Japón ya adoptaron protocolos ante el agravamiento de la crisis climática. En 2003 Europa registró más de 70 000 muertes debido al calor excesivo en un verano funesto.

Las playas de Río de Janeiro han estado atestadas de gente que buscaba alivio para las temperaturas récord en marzo, un mes en que ha habido varios récords de temperatura y se alcanzó la sensación térmica sin precedentes de 62,3 grados el día 17. Imagen: Municipalidad de Río de Janeiro

Mortalidad difusa y desigual

Una dificultad inicial es reconocer la gravedad de las olas de calor, porque su mortalidad y otros daños no son visibles como en otros eventos extremos. En general las muertes derivadas de las altas temperaturas son asociadas a enfermedades crónicas, principalmente las circulatorias y respiratorias, la diabetes y la hipertensión.

Por eso las victimas más numerosas son los ancianos, en general portadores de algunas enfermedades o vulnerabilidades que al final se apuntan como causa mortis.

El estudio se hizo para desvelar el problema y promover medidas, sostuvo Gracie a IPS en entrevista en Río de Janeiro.

“Es necesaria la atención básica de salud, con un diagnóstico preciso de esas enfermedades crónicas para definir un tratamiento adecuado que evite los efectos dañinos del calor”, recomendó la geógrafa con maestría y doctorado en salud pública y colectiva.

Reducir las desigualdades es otro remedio, acotó.

Además de los ancianos, las mujeres, especialmente las embarazadas, los pobres, los afrodescendientes y las personas de menos escolaridad constituyen los grupos más afectados por las olas de calor.

“Las condiciones sociales y económicas dictan la capacidad de adaptación a las olas de calor. El clima es el mismo, pero afecta menos a uno que tiene más recursos, más escolaridad, más movilidad y acceso al saneamiento básico. En un barrio rico llueve igual, pero no mueren sus pobladores como mueren en los barrios pobres”, apuntó Gracie.

“Las islas de calor que se generan en los grandes centros urbanos no alcanza a todos. Escapa por ejemplo quien tiene su aire acondicionado y una alimentación adecuada, con ensaladas y frutas, por ejemplo, pero no los que no pueden comprar el aparato de aire acondicionado y necesitan trabajar al sol, sin protección”, acotó.

Ambiente urbano adverso

En términos de salud pública, el ambiente urbano no se limita a la naturaleza, a “los árboles y ríos”, pero comprende también la parte construida, las residencias ventiladas y las hacinadas en las favelas (barrios muy pobres en Brasil), la densidad poblacional, la infraestructura y los servicios, como recolección de la basura, y todo eso se distribuye de forma muy desigual, explicó la investigadora.

A ella no le parece correcto comparar la mortalidad del calor excesivo, estimada por las estadísticas y de forma amplia, que incluye las asociadas a comorbilidades, con la de inundaciones y derrumbes, limitada al momento de los eventos.

También esos desastres dejan secuelas duraderas, tanto físicas como sicológicas, que pueden anticipar muertes o discapacitar sus víctimas.

“Las inundaciones provocan otras muertes posteriores, hospitales inundados dejan de atender enfermos graves, muchos quedan sin los medicamentes de que dependen, los derrumbes imponen traumas y pérdidas del hogar y parientes, todo contribuye a enfermedades mentales”, señaló Gracie.


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Pero a las olas de calor se puede atribuir, de forma indirecta, las muertes de la actual epidemia de dengue, según Viviane Bordignon de Souza, enfermera responsable de la vigilancia epidemiológica del Hospital de Paulinia, una ciudad de 110 000 habitantes a 120 kilómetros de São Paulo, en el sureste del país.

“El brote del dengue tuvo su estacionalidad anticipada este año debido al fenómeno El Niño. Empezamos a sufrir antes y quedó más difícil controlarlo y no sabemos si se estabiliza o se reduce la cantidad de casos”, dijo a IPS por teléfono desde Paulinia

La epidemia ya reconocida en casi todo el país ya mató 758 personas y infectó a 2 265 935 desde el inicio del año hasta el 25 de marzo, según el Ministerio de Salud. Hay otras 1252 muertes aún en análisis por sospechas que se deben al dengue.

Las olas de calor vienen aumentando “en frecuencia, intensidad y duración” hace cinco décadas y todo indica que mantendrán esa tendencia, apuntó el estudio en que participó Gracie, que tiene como título “Desigualdades demográficas y sociales en las muertes asociadas al calor en áreas urbanas brasileñas en el siglo XXI”, en libre traducción del inglés.

ED: EG

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