LIMA – Por lo menos ocho horas diarias dedica Pascuala Inga a realizar diversos trabajos por los que no recibe remuneración alguna, pero sin los cuales su familia no podría subsistir. Por ser mujer, la sociedad y su propio entorno consideran que son labores propias de su género, idea que ella también ha naturalizado.
“Yo me levanto antes de las seis de la mañana para hacer el desayuno y el almuerzo que mi hija lleva al trabajo”, contó a IPS esta mujer de 58 años que llegó hace 12 a Lima procedente del nororiental departamento de Amazonas, donde habitan 434 000 habitantes, 58 % de ellos en centros poblados rurales.
En su tierra natal, Chachapoyas, no pudo seguir estudios porque desde niña, tras la muerte de su madre, se la responsabilizó de apoyar a sus hermanos menores. A los 20 años dio a luz a su primera hija Cinthia, ahora con 38 años, a la que siguió Araceli de 36, luego Gilbert de 33 y por último Elizabeth, de 25. Nunca se casó y los dos padres de sus hijos nunca se responsabilizaron de su cuidado, que debió criar sola.
Ahora vive con su hijo varón y la hija menor, a quien los hermanos mayores ayudaron a costear sus estudios técnicos, cuando la familia se reunificó en Lima, después que los tres mayores vinieron a trabajar a la capital y seguir sus estudios, mientras ella llegó después con su hija menor.
“No se han logrado subvertir por completo los roles de género y siguen siendo las mujeres quienes asumen las labores domésticas y de cuidado no remuneradas”: Liz Meléndez.
Desde que se levanta hasta que se acuesta, son cerca de 16 horas las que Inga se encuentra en actividad, trabajando para atender las necesidades de su hogar y también generar algunos ingresos económicos con la venta de artículos tejidos que elabora.
Formada en la idea de que corresponde a las mujeres las labores de casa, se hace cargo de prácticamente todas las tareas domésticas: barrer, trapear, lavar, tender las camas, ir al mercado, cocinar y etc.
“Mi hijo no me ayuda, no le gustan esas cosas, pero sí ordena su cuarto. Mi hija sí me apoya los sábados y domingos que no va al trabajo, ella como mujer está más preparada que un hombre para los asuntos de la casa”, comentó.
El lavado es una de las tareas más pesadas en el pequeño departamento que habitan en el municipio de San Juan de Miraflores, uno de los más populares de Lima y ubicado en la zona sur de la capital, con una población de más de 420 000 habitantes.
“Acá tenemos poco espacio, coloco una batea en la ducha del baño y allí lavo la ropa, me deja la espalda molida porque tengo que estar arrodillada en el suelo y doblada. Por eso las prendas más grandes las dejo para el fin de semana que me ayuda mi hija”, agregó, tras reconocer que contar con una lavadora es un anhelo lejano.
Cuando son las tres de la tarde y tras culminar lo que ella llama sus “tareas de mujer”, Inga se dedica a lo que considera su pasión: el tejido de rosas, llaveros, tapetes y otros artículos que vende en las calles y que le permiten un ingreso mensual de unos 120 dólares.
Es poco y no le alcanza siquiera para renovar los anteojos que necesita con urgencia, pero suma al sueldo mínimo de su hija estimado en 277 dólares. De esa forma costean sus necesidades básicas.
Actualmente, el hijo no aporta económicamente pues recientemente terminó su último trabajo como obrero de construcción. “Cuando él gana también da para la casa”, señala su madre.
Sacando a flote una realidad
Inga se inserta en el 83 % de la población que a lo largo de su vida ha visto a las mujeres dedicarse a las tareas de cuidado en mucha mayor proporción que los hombres, según revela la encuesta de alcance nacional publicada en 2023 por el no gubernamental y feminista Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, en alianza con la internacional Oxfam y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
“Ese resultado es reflejo de una realidad invisibilizada que la pandemia contribuyó a sacar a flote, de que no se han logrado subvertir por completo los roles de género y que siguen siendo las mujeres quienes asumen las labores domésticas y de cuidado no remuneradas”, afirmó a IPS la directora del centro feminista, Liz Meléndez.
Explicó que al considerar la sociedad que son roles naturales de las mujeres, no se toma en cuenta el impacto negativo que tiene en sus vidas, en su desarrollo profesional y en su salud mental.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) establece este trabajo como el tiempo que las personas dedican a las tareas y provisión de servicios que permiten mantener en funcionamiento los hogares.
En ellos se incluyen preparar alimentos, lavar utensilios, asear los ambientes de la casa, además del cuidado de personas dependientes sean niñas o niños pequeños, personas adultas mayores u otras con alguna enfermedad o discapacidad.
Las luchas feministas aportaron a cuestionar el hecho de que este trabajo se asignara como una responsabilidad natural de las mujeres, por lo que en varios países se hicieron encuestas sobre el uso del tiempo para dar visibilidad a su desigual uso según género.
En Perú, la última gran encuesta realizada sobre el tema por el estatal Instituto Nacional de Estadística e Informática tiene más de 13 años. Aun así, puso en evidencia que las mujeres asumen una carga global de trabajo mayor que los hombres porque sobre ellas recae el que se efectúa sin reconocimiento económico y que se encuentra dentro del ámbito de lo privado y familiar.
Mayor desigualdad en zonas rurales
El estudio mostró, además, desigualdades intra género, entre las mujeres de zonas urbanas y rurales, quienes invierten más tiempo en asegurar las tareas de cuidado debido a que sus viviendas carecen muchas veces de redes de agua y desagüe, emplean leña o bosta como combustible para preparar los alimentos y están a cargo de atender las necesidades de sus animales y cultivos.
A la semana, las mujeres del campo trabajan en promedio 10 horas adicionales a sus pares de las ciudades.
Benedicta Churo tiene 52 años y es una de ellas. Vive en el poblado rural de Muñapata, en el municipio de Quispicanchi, en el surandino departamento de Cusco.
Se levanta todos los días antes de las cuatro de la mañana para que el tiempo le alcance. “Primero doy de comer a mis cuyes (Cavia porcellus) y gallinas y luego preparo mis alimentos. Cuando mis hijos eran pequeños hacía tempranito su desayuno antes que se fuesen a la escuela, ahora ya están grandes y vivo solo con mi esposo”, relató a IPS durante una visita en enero a su comunidad.
“Con él trabajamos la chacra (finca agrícola) pero si consigue trabajitos como obrero me quedo yo sola porque sale a las cinco de la mañana. Yo limpio, cocino, corto pasto para los animales y por la tarde, cuando baja el sol, voy a ver mis hortalizas. Siempre tenemos qué hacer las mujeres”, agregó.
Hasta las 10 de la noche en que se acuesta luego de juntar agua en bidones del manante cercano junto con su esposo, han transcurrido 18 horas, muchas de ellas dedicadas al trabajo de cuidados de su hogar y sin remuneración.
Urgencia de la agenda de cuidados
Meléndez, socióloga de profesión, sostuvo que las desigualdades en los cuidados son una barrera para el logro de la igualdad real en Perú, un país sudamericano con 33 millones de habitantes.
“Como institución perseguimos la igualdad sustantiva y no solo formal, son importantes los avances normativos en materia de violencia de género, por ejemplo, pero se necesita una transformación socio cultural que contribuya a situar a las mujeres en un escenario de mejores oportunidades”, remarcó.
Vinculó la permanencia de los roles tradicionales de género con la violencia a las mujeres pues opera como un mecanismo de poder y sanción cuando ellas se salen de los parámetros socialmente establecidos.
Planteó la urgencia de realizar una nueva encuesta nacional del uso del tiempo con enfoque de género para obtener cifras oficiales a gran escala que den evidencia para definir la inversión del Estado en un Sistema Nacional de Cuidados con servicios, políticas y medidas según la diversidad cultural y territorial del país.
“Promovemos que el Estado asuma una agenda de cuidados, que se apruebe una ley en ese sentido y que el derecho al cuidado sea un derecho humano. En el actual contexto de post pandemia tendría una relevancia mayor si se hubieran internalizado los aprendizajes que nos dejó”, puntualizó.
ED: EG