ROMA – El sábado 28 de octubre murió Armita Geravand, la adolescente iraní de 16 años golpeada por la policía un mes antes por no llevar correctamente puesto el velo islámico en el metro de Teherán.
La muerte de la adolescente se producía 13 meses después de la de Jina Amini, la joven kurda golpeada hasta la muerte tras ser detenida en Teherán. También llevaba mal colocado el velo.
Precisamente, el asesinato de Amini fue el detonante de una de las mayores oleadas de protestas que han sacudido la República Islámica de Irán desde su fundación en 1979.
Miles de mujeres y hombres jóvenes tomaron las calles al grito de “Mujeres, vida, libertad”. El gobierno respondió con una oleada de represión que se saldó con centenares de muertos y miles de detenidos entre 2022 y 2023.
Quitarse el velo en público, o incluso quemarlo, ha sido un gesto recurrente en todo el país para denunciar la constante violación de los derechos de las mujeres en Irán.
Se trata de una imagen tan poderosa que ha acabado capitalizando una protesta en la que también existen reivindicaciones de las minorías del país.
“Si los persas quieren perpetuarse en el poder, habrá una guerra civil”: Faisal al Ahwazi.
Tanto el régimen monárquico anterior (1925-1979) como el actual han construido una identidad nacional como una sociedad homogénea persa, a espaldas del resto de las naciones de Irán.
Así, el farsi es la única lengua oficial en un país donde toda seña identitaria que no sea la persa es perseguida, e incluso castigada. Pero resulta que las minorías son mayoría: más de 60 % de entre casi 90 millones de iraníes no son persas.
Es el caso de los baluchís, un pueblo que suma unos cuatro millones en el extremo sudeste de Irán, fronterizo con Pakistán y Afganistán.
“Los baluchís llevamos muchos años luchamos por nuestros derechos más elementales como nación. Abogamos por un Estado laico, descentralizado y democrático, pero eso no significa que renunciemos a nuestro derecho a la autodeterminación”, explica a IPS, desde Londres y vía telefónica, Shahzavar Karimzadi.
Antiguo preso político, Karimzadi es hoy el vicepresidente del Movimiento por un Baluchistán Libre, un partido político prohibido en Irán que aglutina a baluchís de los tres territorios (Irán, Pakistán y Afganistán).
Según parece, el Baluchistán iraní es el único rincón de Irán donde la protesta no se ha apagado. Karimzadi recuerda que su gente se sigue manifestando cada viernes en Zahedan, la capital provincial, a 1100 kilómetros al sudeste de Teherán. Y lo hace, remarca, “a pesar de la violencia con la que responde el régimen”.
Es cierto. Un informe de Amnistía Internacional publicado el jueves 26 de octubre denuncia casos de tortura a detenidos en arrestos masivos en Baluchistán entre los que se incluyen niños.
La organización conminaba a las autoridades iraníes a que permitieran el acceso a una misión de las Naciones Unidas para investigar violaciones de los derechos humanos relacionados con la protesta.
Las cifras hablan por sí solas. Si bien los baluchís en Irán constituyen 4 % de la población total del país, un estudio de la oenegé iraní Iran Human Rights asegura que 30 % de los ejecutados por el Estado en 2022 pertenecían a este grupo étnico.
De las montañas al mar
Al igual que los baluchís, los kurdos son también mayoritariamente de confesión musulmana suní, algo que se convierte en un hándicap añadido a su etnia distinta de la persa en la teocracia chií que gobierna Irán.
Con una población estimada entre 10 y 15 millones, se concentran en el noroeste del país, en las fronteras de Turquía e Irak.
En una entrevista concedida a IPS en las montañas entre Irak e Irán en el otoño de 2022, Zilan Vejin, copresidenta del Partido para una Vida Libre en Kurdistán (PJAK) recordaba que aquel eslogan, “Mujer, vida y libertad”, había sido acuñado por el movimiento kurdo durante una reunión 2013.
“La protesta arrancó en Kurdistán liderada por mujeres y de ahí se extendió por todo el país porque aglutina a gente de todas las nacionalidades dentro de Irán”, explicó la guerrillera.
La reivindicación contra el uso obligatorio del velo islámico, decía Vejin, no es más que “la excusa para una revuelta que pide libertad y democracia”.
Vejin desgranó su proyecto político no solo para Irán, sino para la región en su conjunto. Se trata de un modelo descentralizado, “una democracia construida de abajo arriba que aboga por la laicidad, la igualdad de género y el derecho de todos los pueblos a desarrollar su cultura y su lengua”.
Podría tratarse de una solución que los ahvazís de Irán también podrían dar por buena.
Suman unos 12 millones y se concentran a orillas del Golfo, justo en la frontera con Irak. Han pagado con décadas de represión -tanto del régimen anterior como del actual- por su lengua y cultura árabes.
Lo recuerda Faisal al Ahwazi, portavoz del Frente Popular Democrático Ahvazí, una de las organizaciones políticas principales de esta minoría. En conversación con IPS vía telefónica y desde Londres, Al Ahwazi explica por qué su pueblo se ha mantenido casi al margen de la última oleada de protestas.
“Ha pesado la represión que sufrimos en noviembre de 2019. Más de 200 ahvazís que protestaban de forma pacífica fueron asesinados por el régimen entonces. Aquella protesta no tuvo réplicas en el resto del país y no sentimos solidaridad hacia nosotros”, aclara Al Ahwazi.
El portavoz del movimiento subraya la “falta de coordinación” en las protestas más recientes y alerta de peligros que puedan surgir un cambio de régimen ejecutado en falso. “Si los persas quieren perpetuarse en el poder, habrá una guerra civil”, asegura Al Ahwazi.
“Separatistas”
Una de las características de la oleada de protestas en Irán ha sido la gran participación de los jóvenes y su apuesta por un movimiento “horizontal”. La ausencia de liderazgo se ha tomado como una virtud, pero muchos analistas lo identifican como una de las claves de su fracaso.
Mehrab Sarjov, un analista político y observador de la cuestión iraní también apunta a la falta de un proyecto común. “Ni siquiera sabemos qué modelo de país se reclama para cuando los clérigos ya no estén”, explica Sarjov a IPS desde Londres y vía telefónica.
El experto también recuerda que la principal minoría del país son los azeríes y destaca tanto los lazos de estos tanto con Turquía como con Azerbaiyán.
“Aunque se trate de autonomistas que solo piden una descentralización y una democratización del país, a todos los no persas, se trate de kurdos, azeríes, etc, siempre se les tacha de ‘separatistas’ y se les descarta automáticamente”, explica Sarjov.
“Es la retórica del ‘centro desarrollado’ frente una ‘periferia’ cuyo atraso económico y social es consecuencia, dicen, de su alejamiento de ese centro”, matiza.
Ante la falta de un proyecto inclusivo desde el núcleo persa del país, Sarjov ve a las minorías como “la fuerza principal de oposición al gobierno”. Pero aún falta dar un paso más.
“Hasta los persas más laicos y progresistas siguen sin reconocer al resto de los pueblos de Irán. Aún hará falta tiempo hasta que entiendan que han de sentarse a hablar con ellos y articular un movimiento con posibilidades de éxito”, zanja el experto.
ED: EG