Biodigestores potencian agricultura familiar en Brasil

Lucineide Cordeiro alimenta con excrementos de dos bueyes y dos becerros el biodigestor "sertanejo" que genera biogás para cocinar y biofertilizante para sus variados cultivos, en la finca agroecológica de solo una hectárea, que maneja sola en el municipio rural Afogados da Ingazeira, en una semiárida ecorregión del nordeste de Brasil. Imagen: Mario Osava / IPS

AFOGADOS DA INGAZEIRA, Brasil – “El biodigestor le da mucha vida a quien tiene el coraje de hacer las cosas”, aseguró Maria das Dores Alves da Silva, con base en su propia experiencia de toda una vida de campesina, a sus 63 años.

No dudó en aceptar la oferta de Diaconia, una organización social de las iglesias protestantes en Brasil, de hacerse con el aparato y producir el biogás en su finca en la zona rural de Afogados da Ingazeira, un municipio del estado de Pernambuco, en la región Nordeste de Brasil, con unos 38 000 habitantes.

Inicialmente no contaba con las reses cuyos excrementos necesita para la producción del biogás, que le permite ahorrar el gas licuado de petróleo, cuya bombona de 13 kilos cuesta 95 reales (20 dólares), un costo importante para las familias más pobres.

Traía el insumo de una finca vecina que se lo regalaba, en un recorrido de una hora con su carretilla, hasta que pudo comprar su primera vaca y luego otra con préstamos del estatal Banco del Nordeste.

“Buscamos promover la autonomía energética, alimentaria e hídrica para mantener agroecosistemas más resilientes, para la convivencia con las alteraciones climáticas, fortaleciendo el autogestión comunitaria con una mirada especial a la vida de las mujeres”: Ita Porto.

“Ahora me sobran excrementos”, celebró al recibir a IPS en su predio de cuatro hectáreas donde viven solos su marido y ella, desde que sus dos hijos se independizaron.

Das Dores, como es conocida, es un ejemplo entre las 163 familias beneficiadas por los “biodigestores sertanejos” que distribuyó Diaconia en el sertón (sertão, en portugués) de Pajeú, una microrregión semiárida de 17 municipios y 13 350 kilómetros cuadrados en el centro-norte de Pernambuco.

La campesina Maria das Dores Alves da Silva entre el estanque de recepción de los excrementos y el biodigestor «sertanejo» diseñado por Diaconía, una organización social de las iglesias protestantes de Brasil que ya instaló 713 de esas plantas de producción de biogás en ocho de los 26 estados brasileños. Imagen: Mario Osava / IPS

Biofertilizante

Ello porque, además del biogás, ella transformó en producto vendible el estiércol ya sometido a la biodigestión anaeróbica que le extrae los gases. Es el llamado digestato, un biofertilizante que la campesina envasa en bolsas plásticas de un kilo, tras secarlo y desmenuzarlo.

Cada sábado, vende 30 bolsas en la feria agroecológica de la ciudad de Afogados da Ingazeira, cabecera del municipio. A dos reales (0,40 dólares) cada bolsa, añade un ingreso de 60 reales (12,5 dólares) a sus ventas de las variadas tortas dulces que hornea en su casa, con costos reducidos por el biogás, y de las plántulas que también produce.

Las plántulas le generaron im nuevo negocio. “Los compradores me preguntaban si no tenía también el fertilizante”, explicó. Del biodigestor sale el suficiente para la venta en la feria y para abonar los propios cultivos de frijoles, maíz, árboles frutales, flores y hortícolas en la finca.

Esa diversidad es usual en la agricultura familiar del Semiárido brasileño, pero más aún en la práctica agroecológica que se expande en ese territorio de un millón de kilómetros cuadrados en el interior nororiental del país, con un bioma árido muy vulnerable al cambio climático, sujeto a frecuentes sequías, y áreas en proceso de desertificación.

La cuenca del río Pajeú es la microrregión elegida por Diaconia como prioritaria para sus acciones sociales y ambientales.

En la pequeña finca de Lucineide Cordeiro se intercalan cultivos de algodón, maíz, ajonjolí, girasol, yuca (mandioca) y árboles frutales, como recomienda la agroecología, en auge en las explotaciones familiares de la ecorregión del Semiárido brasileño, en el nordeste del país, a la que amenazan sequías más largas e inclementes por la crisis climática. Imagen: Mario Osava / IPS

Seguridad energética y alimentaria

“Buscamos promover la autonomía energética, alimentaria e hídrica para mantener agroecosistemas más resilientes, para la convivencia con las alteraciones climáticas, fortaleciendo el autogestión comunitaria con una mirada especial a la vida de las mujeres”, resumió para IPS Ita Porto, coordinadora en la ecorregión e Pajeau de Diaconia.

“La producción de biogás en escala familiar rural responde a las necesidades de energía para cocinar, tratamiento sanitario de residuos animales y reducción de la deforestación, además de elevar la productividad de alimentos, con el abono orgánico, y la salud humana”, acotó la agrónoma de 48 años.

El “biodigestor sertanejo”, un modelo desarrollado por Diaconía hace 15 años, ya tiene por lo menos 713 unidades implantadas en Brasil. A las 163 en el sertón do Pajeú, se suman 150 en el vecino estado de Rio Grande do Norte y otras 400 distribuidas por otros seis estados brasileños, financiadas por la Caja Económica Federal, un banco estatal enfocado en el área social.

“Ojalá el gobierno lo convierta en una política pública, como ya hizo con las cisternas de acopio de agua de lluvia en el Semiárido”, anheló Porto.

Ya se construyeron más de 1,3 millones cisternas de agua potable, pero faltan unas 350 000 para su universalización en el medio rural, según la Articulación del Semiárido (Asa), una red de 3000 organizaciones sociales que encabezó el transformador programa.

Maria Das Dores examina el depósito del biofertilizante que sale del biodigestor, sin los gases de los excrementos de los animales. Ese subproducto lo vende en la feria agroecológica de la ciudad de Afogados da Ingazeira, cabecera del municipio donde se ubica su finca de cuatro hectáreas, por el que obtiene un ingreso promedio de 12,5 dólares semanales. Imagen: Mario Osava / IPS

El valor de los excrementos

“Una vaca es suficiente para producir el biogás consumido en el fogón (cocina)”, apuntó Lucineide Cordeiro, en su finca de solo una hectárea donde produce algodón, maíz, ajonjolí (o sésamo) y frutas, todos consorciados, o asociados, como exige la agroecología, junto con gallinas, cerdos y peces en un estanque.

Además tiene dos bueyes y dos becerros, que mostró orgullosa a IPS durante la visita a su explotación.

“Las heces de cerdo producen el biogás más rápidamente, pero no me gusta su mal olor”, confesó a IPS esta agricultora de 37 años y también directora de Políticas para Mujeres en el Sindicato de los Trabajadores Rurales de Afogados da Ingazeira.

Es notable la diferencia de los cultivos antes y después de su fertilización por el subproducto de los biodigestores, según destacan ella y otras campesinas del municipio.

Ella cuida sola de sus muchos cultivos, aunque a veces la ayudan algunas amigas, además de contar con varios equipos como una desbrozadora (o cortacésped) y un microtractor.

«Es la mejor invención», celebra Lucineide Cordero, mientras muestra la sembradora creada por los japoneses para la pequeña agricultura, que le permite sembrar en media jornada el terreno que antes le llevaba cuatro días, en su finca de una hectárea en Afogados da Ingazeira, en el Nordeste semiárido de Brasil. Imagen: Mario Osava / IPS

“Pero la sembradora es la mejor invención para mi vida, la inventaron los japoneses. La siembra que me costaba dos días de trabajo ahora la hago en medio día”, celebró Cordeiro.

Se trata de una pequeña maquina impulsada por la persona, con una rueda donde se ponen las semillas y en que sobresalen 12 boquillas que se puede abrir o cerrar, según la distancia adecuada para sembrar bajo tierra cada semilla.

Es reciente el surgimiento de los aparatos apropiados para la agricultura familiar, en un sector que en Brasil privilegió a los grandes agricultores.

Protagonismo femenino choca con violencia machista

Para el éxito de la agricultura familiar local es importante el apoyo de la Asociación Agroecológica del Pajeú (Asap), de la que Cordeiro es integrante y una “multiplicadora”, como se llama a las campesinas que son ejemplo para otras de buenas prácticas.

Sobresale en la actividad el protagonismo femenino, que en muchos casos fue una respuesta a la violencia machista o a la opresión masculina.

Llamas azules emanan de las hornillas de la cocina alimentada con biogás de Maria Das Dores, en su vivienda en Afogados da Ingazeira, en la semiárida región del Nordeste, en Brasil. Un solo buey o vaca es suficiente para producir más biogás que lo que necesita una familia para sus necesidades domésticas. Imagen: Mario Osava / IPS

“La primera violencia la sufrí de mi padre que no me dejó estudiar. Solo estudié hasta el cuarto año (la primaria), en el campo. Para seguir, tendría que ir a la ciudad, lo que mi padre no permitió. Me casé para escapar a la opresión paterna”, contó Cordeiro, que también se separó de su primer marido a causa de su violencia.

Luego de vivir en una gran ciudad con el padre de sus dos hijas, se separó y volvió al campo en 2019. “Renací” al convertirse en agricultora, ante el desafío de asumir esa actividad y contra el descrédito, incluso de la familia, para quien una mujer sola no podría manejar la exigente producción agrícola.


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El algodón ecológico, promovido y adquirido en la región por la Vert, una compañía franco-brasileña que produce calzado y vestuario con insumos ecológicos, volvió a expandirse en el Nordeste brasileño, tras la casi extinción del cultivo a causa de la plaga del picudo en los años 90.

En el caso de Das Dores, una mujer pequeña, enérgica y activa, es buena la convivencia con el marido, pero ella mantiene sus propios negocios. Las ganancias le permitieron comprar una pequeña camioneta, pero la maneja su marido, quien trabaja fuera y la ayuda en la finca cuando tiene libre.

“Él conduce porque se niega a enseñarme a hacerlo, para que yo no pueda salir sola con el vehículo y viajar por todas partes”, bromeó.

ED: EG

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