Análisis

Los cimientos combados de Turquía

Pasada una semana del terremoto, la gran maquinaría realiza trabajos de desescombro en la ciudad de Adiyaman, en el sureste de Turquía, justo en el epicentro del seísmo. Foto: Cortesía de Lara Villalón

ROMA – La placa anatolia se ve presionada por la arábiga, la euroasiática y la africana. Así, con frialdad académica, es como la geología zanja las claves del terrible seísmo en Turquía y Siria del 6 de febrero. Pero los muertos se cuentan por decenas de miles.

Ya sobre la superficie, es la geopolítica la que recurre a conceptos como “falla”, “tensión” o “fractura” para explicarse. Cuando se mira hacia Turquía, los mapas que manejan ambas disciplinas pueden llegar a coincidir.

Sin ir más lejos, el seísmo ha tenido su epicentro en el centro de Anatolia, justo sobre esa sima que sigue abriéndose desde que, tras la I Guerra Mundial (1914-1918), se dejó sin Estado al pueblo kurdo. Son más de 40 millones de personas repartidas entre las fronteras de Irán, Turquía, Siria e Iraq.

La mitad de ellas viven en la región suroriental de Turquía. No es por casualidad que la división socioeconómica Norte-Sur rota se trace allí de oeste a este.

Los turoperadores lo confirman con sendas ofertas turísticas: uno puede elegir entre recorrer el oeste del país en el sentido de las agujas del reloj, o en el contrario. El este nunca es una opción.

No importa que se pierda el monumento megalítico más antiguo conocido: Gobekli, o el mismísimo nacimiento del Tigris y el Éufrates, entre tantos otros tesoros dignos de ser disfrutados.

Y es que “Kurdistán” ha sido siempre un término tabú para el relato nacional turco, que ha preferido usar un eufemismo como “el sudeste” para referirse a esa región del país. Al fin y al cabo, ¿qué nombre dar a lo que ni siquiera existe?

Durante décadas no se habló de kurdos, sino de “turcos de las montañas”, y su lengua, el kurmanyi, sigue sin llegar ni a periódicos ni escuelas. Sí, hay un canal de televisión en kurdo -en la vecina Iraq rondan el medio centenar-, pero es gubernamental y sus contenidos no se saltan una coma del discurso oficial.

Sin salir del epicentro del seísmo, la ciudad de Kahramanmaras debe su nombre a la turquificación de su Maras original (de origen disputado) al que se le añade el turco Kahraman, “héroe”. Tampoco vale buscar “Amed” en los mapas si quieren llegar hasta Diyarbakir, la principal ciudad kurda de Turquía.

Son dos de entre miles de ejemplos que hablan de esa pulsión por borrar todo rastro “foráneo” de los mapas.

Una imagen del centro de la ciudad de Diyarbakir tras la ofensiva turca sobre las principales localidades kurdas del país durante 2015 y 2016. Foto: Congreso Nacional de Kurdistán

El siguiente paso es hacerlo físicamente. Como cuando se inundó la ciudad de Hasankeyf, un tesoro arqueológico de 12 000 años de antigüedad al que ni la Unesco pudo salvar.

Quedó totalmente sumergida en 2020 bajo una red de presas con la que, de paso, se cortan hoy los caudales de agua del Tigris y el Éufrates a Siria e Iraq.

Las ciudades más modernas tampoco se libran. En las décadas de los 80 y los 90 del siglo pasado, miles de localidades kurdas fueron incendiadas por el Ejército turco en la guerra contra la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).

Entre 2015 y 2016, los escombros en varias de ellas tras la enésima operación militar lanzada por Ankara recordaban a los del último terremoto. Una vez más, los civiles se llevaron entonces la peor parte.

“No sois kurdos, sois armenios y vamos a hacer lo mismo que hicimos con vosotros hace cien años”, oyó este analista gritar, en septiembre de 2015, a un oficial de policía turco a través de un megáfono durante el asedio de la ciudad de kurda de Cizre.

Precisamente, dos terremotos (en 1912 y 1914) anunciaban el que había de convertirse en el primer genocidio del siglo XX, cuando más de un millón y medio de armenios se desplomaron por esa misma falla.

Hoy apenas suman 60 000 en Turquía los náufragos de esa placa Euroasiática, y el seísmo se extiende hasta la pequeña Armenia.

“Dichoso aquel que se llama a sí mismo turco”, rezan murales por todo el país parafraseando al controvertido padre de la Turquía moderna, Kemal Atatürk. “La patria es indivisible”, es otro de los más recurrentes.

La paradoja más cruel decreta que la patria celebre sus cien primeros años de existencia abriéndose en canal. El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, ya ha declarado el estado de emergencia durante tres meses en 10 regiones asoladas.

Las denuncias de que el socorro no llega se multiplican, y eso es algo que también deja en una situación aún más precaria a los más de tres millones de refugiados llegados desde Siria, desde el inicio de la guerra allí, en 2011.

La tierra revienta bajo sus pies tras más de una década desde que la guerra estallara en su país. Son las víctimas más directas de la placa Arábiga, esa sobre la que gobiernan autócratas como Bashar al Asad en Siria, el general Abdulfatah al Sisi en Egipto o los sátrapas del Golfo.

Todos comparten con Erdoğan una obsesión por perpetuarse en el poder y un discurso excluyente sobre el que articular sus respectivos modelos de país.

Más paradojas de la historia hacen que Erdoğan llegara al poder al rebufo del terremoto de Izmir, en 1999 -más de 17 000 muertos-, y que este último se produzca en vísperas de unas decisivas elecciones en mayo.

Pero puede que la falla más profunda sea la de la democracia.

Tras más de dos décadas en el poder, Erdoğan había blindado su reelección inhabilitando a Ekrem Imamoglu, alcalde de Estambul y su rival más directo en el opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP).

También ilegalizó a la tercera fuerza política, el prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP). Sus líderes, Selahattin Demirtas y Figen Yüksekdağ, llevan en prisión desde 2016.

«Si mi lengua sacude los cimientos de tu Estado, eso significa que has construido tu Estado en mi tierra», decía el periodista y escritor kurdo, Musa Anter, asesinado por la inteligencia turca en 1992.

Súmense a eso las sacudidas de la geología, y el desastre está servido.

ED: EG

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