LA HABANA – “Me costó darme cuenta. Durante años volví una y otra vez sobre los malos momentos que pasé y solo ahora comprendí que todo eso fue violencia. Aguanté como una mula los dolores, las ofensas de una enfermera, la falta de privacidad, la ausencia de mi pareja y todo lo que me hicieron para acelerar mi parto sin decírmelo antes”.
Cuatro años después de haber tenido su niña, esta cubana de 29 años y que pidió no ser identificada no quiere volver a parir.
“Soñaba con tener dos hijos, pero ahora ni muerta: no pienso pasar por eso de nuevo. Es algo que no le he contado ni a mi esposo”, comentó a IPS en La Habana la joven que durante mucho tiempo estuvo convencida de que “todo había sido por el bien del bebé”.
Su percepción cambió al reconocerse en los testimonios recopilados por una investigación periodística independiente sobre la violencia obstétrica en Cuba. Con el título “Partos rotos”, la iniciativa incluye los resultados de una consulta aleatoria realizada a 514 mujeres que tuvieron al menos un parto en las últimas cinco décadas.
Algo similar vivió una enfermera en una provincia oriental del país. “Me vi retratada y sentí pena”, dijo Raquel Gómez, profesional con más de 10 años de experiencia y defensora de llamar a las cosas por su nombre. “Es violencia y debo reconocerlo. Es el primer paso si se quiere cambiar”, dijo a IPS desde la ciudad de Santiago de Cuba.
“La violencia obstétrica es un problema multifactorial, como cualquier problema de salud pública, y se inserta en una larga tradición biomédica en que los cuerpos de las mujeres han sido patologizados e intervenidos en exceso”: Michelle Sadler.
Poco más de 40 % de las mujeres consultadas en la investigación dijo haber sufrido algún episodio de violencia verbal o psicológica, 48 % no fue consultada sobre los procedimientos médicos, a 58 % le impidieron caminar para facilitar su labor de parto y 61 % no tuvo contacto con su bebé al nacer.
A 76 % de las que tuvieron parto vaginal se les practicó la episiotomía de forma rutinaria, en 73 % de los casos sin anestesia. Este corte profundo en el perineo que llega hasta el músculo del suelo pélvico, pensado para facilitar el parto solo cuando es necesario, puede dejar secuelas en la salud y vida sexual de las mujeres.
Un fenómeno global
Los debates a nivel global sobre el fenómeno se intensificaron en julio cuando el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Cedaw) emitió un histórico dictamen.
En él responsabilizó a España, como Estado parte de la Convención de toda forma de discriminación contra la mujer, por un caso de violencia obstétrica presentado ante esa instancia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Con anterioridad, un informe de la entonces relatora especial de la ONU sobre la violencia contra las mujeres y las niñas, Dubravka Šimonović, había confirmado que los maltratos en los servicios de salud sexual y reproductiva y durante el parto “se producen en todo el mundo y afectan a las mujeres de todos los niveles socioeconómicos”.
Las víctimas a menudo “son silenciadas o tienen miedo a hablar por temor a los tabúes, el estigma o la creencia de que la violencia que han sufrido podría constituir un acto aislado”. Pero los testimonios prueban “que el maltrato y la violencia durante el parto son práctica generalizada y arraigada en los sistemas de salud”, afirma el texto de 2019.
O, sencillamente, según se deduce de los estudios de organismos de la ONU y organizaciones internacionales de defensa de los derechos de la mujer, está tan naturalizada que las personas no las reconocen como tal.
En algunos casos como la esterilización forzada, la ampliación quirúrgica de la pelvis para facilitar el parto, las cesáreas innecesarias o la episiotomía rutinaria y sin previa consulta a la mujer, son consideradas incluso tortura por algunas de estas organizaciones.
“La violencia obstétrica es un problema multifactorial, como cualquier problema de salud pública, y se inserta en una larga tradición biomédica en que los cuerpos de las mujeres han sido patologizados e intervenidos en exceso”, explicó Michelle Sadler, directora del Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile.
Lejos de entender el parto como un proceso normal del ciclo fisiológico, “muchas escuelas médicas todavía enseñan una obstetricia tremendamente intervencionista”, negando las recomendaciones más actualizadas de organismos internacionales sobre el “cuidado centrado en las personas, un cuidado digno”, alertó la antropóloga social en una entrevista con IPS desde Santiago.
Algunos pasos adelante
En sus “recomendaciones para una experiencia positiva durante el parto”, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la violencia obstétrica “como parte de una forma continuada de las violaciones que se producen en el contexto más amplio de la desigualdad estructural, la discriminación y el patriarcado, y también son consecuencia de una falta de educación y formación y de la falta de respeto a la igual condición de la mujer y a sus derechos humanos”.
Las conclusiones de organismos multilaterales y organizaciones de derechos de las mujeres emergen de los testimonios de madres en todo el mundo, en ocasiones en redes sociales, medios informativos y declaraciones diversas, dada la ausencia de estadísticas nacionales comparables que permitan documentar las tendencias.
En América Latina y el Caribe, Venezuela se convirtió en el primer país en legislar sobre violencia obstétrica en 2007, seguido por Argentina (2009), México (2014), Suriname (2014), Brasil (2017) y Uruguay (2017). Bolivia legisló sobre violencia contra los derechos reproductivos, mientras Uruguay y Colombia regularon sobre el parto humanizado.
De vuelta a las parturientas
Un número creciente de mujeres buscan hoy opciones frente al ya tradicional ingreso hospitalario, por su denunciada deshumanización. Crecen las habitaciones alternativas en los propios hospitales, los centros independientes y los servicios a domicilio. Las parteras, en un tiempo relegadas, juegan cada vez un papel más relevante tanto en espacios rurales como urbanos.
Consciente de que el parto en casa es una opción para mujeres saludables y nunca para embarazos de alto riesgo, la partera colombiana Carolina Zuluaga ha acompañado más de 700 alumbramientos de este tipo en algo más de una década e impulsado iniciativas como Parto ConSentido y La revolución del amor.
“Las madres gozan de libertad de movimiento, de escuchar su música, de usar su ropa, de comer y beber, de adoptar las posiciones más cómodas, de emplear el tiempo que necesiten para parir sin presiones, de acceder a múltiples herramientas para manejar el dolor y contar el apoyo de su la pareja, enumeró Zuluaga en entrevista con IPS desde Bogotá.
Como beneficio adicional destaca el “corte óptimo” del cordón umbilical, una práctica que garantiza el traspaso total al recién nacido de la sangre placentaria, donde se concentra una cantidad importante de hierro, inmunoglobulinas y calcio, entre otros elementos fundamentales para la vida fuera del vientre materno.
Mientras en otros países se promueven movimientos de parteras y el parto en casa, en Cuba alrededor de 99 % de los partos ocurre en instituciones de la salud pública. Los resultados se aprecian en el descenso de la mortalidad infantil a 4,9 por 1000 nacidos vivos hasta los cinco años y la materna a 40 por 100 000 nacidos vivos, según datos de 2020.
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Los estudios disponibles sobre la violencia obstétrica en este país insular caribeño datan de hace unas dos décadas y, en buena medida, han sido realizados por personal de enfermería.
En evidente respuesta a esta problemática, una guía publicada este año por el Ministerio de Salud Pública traza las pautas para el “parto respetuoso” en las instituciones sanitarias.
El folleto forma parte de un proyecto piloto para la Atención al Parto Respetuoso que se realiza con apoyo de la oficina en Cuba del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en tres centros maternos de la isla, incluido el Hospital Docente Ginecobstétrico Ramón González Coro, de La Habana.
Como en el caso de esta propuesta, cada vez es más frecuente oír de parto “humanizado” o “respetuoso” sin reproducir el término de violencia obstétrica.
Hay quienes plantean que no debería llamarse así “pues genera una hostilidad innecesaria con los equipos de salud. Yo pienso que es tremendamente necesario porque se trata de una violencia estructural, que hay que deconstruir desde sus orígenes”, afirmó la especialista Sadler.
Más que “un cambio en conductas particulares” se trata de “una transformación profunda de estructuras sociales y culturales”, concluyó.
ED: EG