Mujeres de barrios precarios argentinos afrontan juntas la violencia

El barrio Padre Carlos Mugica parece otra ciudad dentro de la ciudad, que la mayoría de sus habitantes suelen ver desde de las alturas de una autopista, pero nunca visitaron. Es un asentamiento informal en el corazón de la capital argentina, de enorme vitalidad y donde las mujeres se organizan para hacer frente a las distintas violencias que las afectan
Mujeres reunidas en el local del Punto de Violeta, centro en el que distintos organismos del Estado buscan hacer un abordaje de la violencia de género que padecen las mujeres del precario barrio Padre Mugica, o Villa 31, en la capital de Argentina. Crédito: Daniel Gutman / IPS

BUENOS AIRES – El barrio Padre Carlos Mugica parece otra ciudad dentro de la ciudad, que la mayoría de sus habitantes suelen ver desde de las alturas de una autopista, pero nunca visitaron. Es un asentamiento en el corazón de la capital argentina, de enorme vitalidad y donde las mujeres se organizan para hacer frente a las distintas violencias que las afectan.

“Tengo una historia de violencia de género. Y lo que me encontré acá es que muchas pasaron por situaciones parecidas en sus vidas”, cuenta Graciela, sentada a la mesa del semanal Encuentro de Mujeres, en un pequeño local ubicado en el sector más moderno de barrio, que se llama Punto Violeta y  se ha convertido en referencia para las víctimas de violencia .

Tradicionalmente conocido en Buenos Aires como Villa 31 y con más de 40 000 habitantes, el barrio homenajea con su nombre a un sacerdote católico de destacada trayectoria social, asesinado durante la última dictadura militar (1976-1983).

Son más de 70 hectáreas de terrenos ferroviarios a pocos minutos del centro capitalino y apenas separadas por las vías del tren de Recoleta, uno de las zonas más caras y sofisticadas de la ciudad. El lugar fue ocupado hace 90 años y se fue poblando con las sucesivas crisis de la economía argentina y con la llegada de inmigrantes pobres de Paraguay, Bolivia y Perú.

“Centralizamos la atención en el Punto Violeta porque, si bien las violencias aquí no son distintas a las de otras partes de la ciudad, a muchas mujeres les es difícil salir del barrio, por desconocimiento”: Carolina Ferro.

Distintos gobiernos se plantearon erradicarlo a lo largo de la historia, pero en los últimos años la mirada oficial sobre el barrio cambió. Hoy la Villa 31 está a mitad de camino de un lento y trabajoso proceso de urbanización e integración a la ciudad que la administración local puso en marcha en 2015.

Así, se ha convertido en un lugar extraño, que en un solo lugar mezcla la esperanza de que un horizonte mejor es posible y el drama social de la pobreza y el hacinamiento.

Hay calles anchas por las que circula el transporte público y modernos bloques de viviendas construidas en hormigón donde antes solo había una brutal ausencia del Estado. Pero también siguen existiendo muchos pasillos o pasadizos angostos y oscuros, donde viviendas precarias de ladrillo y chapa de hasta cuatro pisos de altura parecen a punto de desmoronarse unas sobre otras.

Vista de uno de los pasillos del barrio Padre Mugica, un asentamiento informal ubicado en el corazón de Buenos Aires. En 2015 se pusieron en marcha obras para urbanizarlo e integrarlo a la ciudad, pero el proceso está a mitad de camino y los pasadizos con casas precarias conviven con estructuras modernas. Crédito: Daniel Gutman / IPS

La lucha por una vida mejor

Graciela, quien fue madre soltera a los 18 y que tiene seis hijos a los que ha tenido que criar sola, cuenta que vivía en la occidental provincia de Santa Fe y decidió mudarse a Buenos Aires en busca de una vida mejor, luego de un accidente laboral en el que perdió una mano.  “Si quería obtener la pensión por invalidez, tenía que estar acá”, explica. Así llegó a la 31.

Cuenta que este año su expareja quiso matarla y le hizo varios cortes en el cuello con un cuchillo, por lo que hoy tiene un botón antipánico que le dio la policía.

Ella comparte las cosas que le pasan en el Encuentro de Mujeres de cada miércoles, un espacio donde se buscan salidas colectivas para vidas difíciles, marcadas por dificultades económicas, hacinamiento en las viviendas, estudios interrumpidos, falta de oportunidades, familias con conflictos y una lucha permanente por salir adelante.

“Es un encuentro semanal donde invitamos a todas las vecinas del barrio y trabajamos en el fortalecimiento emocional, como estrategia preventiva en contra de las violencias. A veces las mujeres naturalizan lo que viven en las casas”, cuenta Carolina Ferro, psicóloga del Programa Encuentro de Mujeres de la Subsecretaría de Seguridad Ciudadana y Orden Publico  del Ministerio de Justicia y Seguridad de la Ciudad.

Ferro explica que el objetivo es apuntalar la autoestima de las mujeres víctimas de violencia. “Ya fortalecidas, pueden salir a trabajar para tener independencia económica o volver a estudiar. Las ayudamos a ser ellas”, dice durante el último encuentro de septiembre, en que se permitió participar a IPS.

“Esta es una parte de un proyecto de atención integral. Centralizamos la atención en el Punto Violeta porque, si bien las violencias aquí no son distintas a las de otras partes de la ciudad, a muchas mujeres les es difícil salir del barrio, por desconocimiento”, agrega.

El barrio Padre Carlos Mugica parece otra ciudad dentro de la ciudad, que la mayoría de sus habitantes suelen ver desde de las alturas de una autopista, pero nunca visitaron. Es un asentamiento informal en el corazón de la capital argentina, de enorme vitalidad y donde las mujeres se organizan para hacer frente a las distintas violencias que las afectan
Graciela, madre de seis hijos a los que ha tenido que criar sola, es una de las participantes del Punto Violeta de Padre Mugica, donde las mujeres buscan salir juntas de situaciones de violencia y empoderarse para mejorar sus vidas, las de sus familias y la comunidad. Foto: Daniel Gutman / IPS

Cuando la psicóloga pregunta a las mujeres cuál ha sido el mayor logro en sus vidas, surgen respuestas emocionadas. “Haber criado sola a mis hijos”, dice una; “haber vuelto al colegio de grande y terminarlo”, afirma otra; “haber dejado de trabajar limpiando casas de familia para abrir mi propio saloncito donde hago masajes terapéuticos”, aporta una tercera.

“Es la primera vez en mi vida que hablo con una psicóloga”, cuenta una de las participantes de la reunión, que transmite su angustia porque su hijo, a quien ella soñaba ver como profesional universitario, dejó los estudios. La coordinadora y las compañeras le insisten, entonces, en la necesidad de no concentrar las expectativas sobre otra persona, cuya vida no se puede manejar, para alejar la frustración.

Violencia que no cesa

En 2021, en Argentina hubo 251 mujeres muertas por violencia de género, un promedio de un asesinato cada 35 horas, de acuerdo al Registro Nacional de Femicidios, que realiza la Corte Suprema de Justicia desde 2015. En 88 % de los casos, la víctima conocía a su agresor, y en 39 % convivía con él. En 62 % de los casos era su pareja o expareja.

El máximo tribunal realiza el relevamiento desde 2015 y las cifras no han variado demasiado, con aproximadamente 20 % de los femicidios o feminicidios de la ciudad de Buenos Aires cometidos en asentamientos informales. De todas maneras, durante 2020, el año más crítico de la pandemia de covid-19, se quintuplicaron las llamadas a los números de emergencias.

El barrio Padre Carlos Mugica parece otra ciudad dentro de la ciudad, que la mayoría de sus habitantes suelen ver desde de las alturas de una autopista, pero nunca visitaron. Es un asentamiento informal en el corazón de la capital argentina, de enorme vitalidad y donde las mujeres se organizan para hacer frente a las distintas violencias que las afectan
Vista aérea del barrio Padre Mugica, o Villa 31, como muchos le siguen llamando, con el centro de Buenos Aires al fondo. El asentamiento tiene 90 años y hoy se extiende a ambos lados de una autopista y tiene más de 40 000 habitantes, a pocos minutos del corazón de la capital argentina. Foto: Ciudad de Buenos Aires

Justamente durante la pandemia fue que nació el Punto Violeta, como respuesta estatal a una demanda concreta que venía desde hace tiempo en el barrio, de contar con un Centro Integral de la Mujer.

“Cuando arrancó la pandemia y se impusieron las restricciones de movilidad fue una época muy difícil en el barrio, en el que algunas vecinas nos plantearon que no teníamos que olvidarnos de las mujeres víctimas de violencia, que habían quedado encerrada en sus casas con los agresores”, dice a IPS Bárbara Bonelli, defensora del Pueblo Adjunta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires e impulsora del espacio.


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Punto Violeta es el nombre que reciben en Argentina y en otros países los espacios diseñados para promover la defensa de los derechos de las mujeres y de minorías sexuales, en los cuales organismos públicos se articulan con organizaciones sociales.

El de Mugica integra a varios organismos públicos, que se turnan los distintos días de la semana, con la misión de dar una abordaje integral a la problemática de la violencia.

Así, allí se puede realizar una denuncia penal de violencia de género ante el ministerio público, obtener una medida de protección  o acceder a atención psicológica o un asistente social.

“El Punto Violeta vino a resolver una demanda que había en el barrio. Yo diría que la problemática de violencia contra las mujeres no es distinta en los barrios populares, pero sí necesita un abordaje arraigado en el lugar”, dice Bonelli.

“Como cuesta mucho que salgan, el Estado no llegaba a esas mujeres. Aspiramos a que el Punto Violeta sea un dispositivo que contribuya a la inserción efectiva en materia laboral, educativa, financiera, económica y social de las mujeres del barrio”, concluye.

ED: EG

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