LIMA – Prohibición del uso del mismo baño, insultos y la animalización son algunas de las formas cotidianas del racismo en el Perú, un país pluricultural, multiétnico y multilingüe donde se entrecruzan diversas formas de discriminación.
“En las casas donde he trabajado siempre me han dicho: ‘Teresa, este es el baño de servicio, el que debes usar’, es como si les diera asco que yo pueda ocupar sus sanitarios”, contó a IPS Teresa Mestanza, de 56 años, quien desde adolescente se desempeña como trabajadora del hogar en esta ciudad.
Ella nació en un pueblo costero en del norteño departamento de Lambayeque, a donde sus padres migraron desde la vecina y empobrecida región de Cajamarca, tierra del actual presidente Pedro Castillo, un maestro rural y sindicalista de rasgos indígenas.
De origen quechua, se considera mestiza y cree que sus empleadoras la tratan diferente, haciéndola sentir menos, por el color de su piel.
Mestiza precisamente se percibe 60 % de la población de este país sudamericano de 33 millones de personas, según los Censo Nacional de 2017, el último realizado en Perú.
En el estudio por primera vez se incluyeron preguntas de autoidentificación étnica con la finalidad de que el Estado cuente con data oficial sobre la situación de la población indígena y afroperuana para elaborar políticas públicas orientadas a cerrar las brechas de desigualdad que afectan sus derechos.
Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) considera a Perú como el tercer país con mayor población indígena en la región, después de Bolivia y Guatemala.
Antes de la invasión de los españoles, diversos pueblos originarios habitaban su territorio, donde se llegó a constituir el Tahuantinsuyo, el gran imperio inca. En la actualidad la base oficial de pueblos indígenas registra 55 en total, 51 de la región amazónica y cuatro de la de los andes, los que conservan su propia lengua, identidad, costumbres y organización.
Según el censo, una cuarta parte de la población se autoidentificó como originaria del pueblo quechua (22 %), aimara (2 %) y como indígena de la Amazonía (1%), mientras que 4 % se autoidentificó afrodescendiente.
Durante el periodo de la colonia española también se esclavizó a mujeres y hombres traídos a la fuerza de África para actividades económicas y de servicio. No fue hasta tres décadas después de declararse la independencia que el país se abolió la esclavitud, en 1854.
Las poblaciones indígenas y afroperuana están históricamente discriminadas en Perú, en un país tradicionalmente con clases marcadamente segmentadas. Sus necesidades y demandas no han sido atendidas por el Estado pese a los marcos legales que garantizan la igualdad y no discriminación y derechos específicos para los pueblos indígenas.
Esta situación se refleja a nivel cotidiano en el racismo de cada día, problema que reconoce más de la mitad de la población (52 %) pero que asumen como tal apenas 8 % según una encuesta nacional realizada por el Ministerio de Cultura en el 2018.
“Se calla el racismo porque duele menos”
Periodista, activista, conductora de radio y televisión, y elegida por la revista Forbes Perú como una de las 50 mujeres más poderosas de este año, Sofía Carrillo es una afroperuana orgullosa de sus raíces que ha enfrentado a lo largo de su existencia los “no” con que se topó en la infancia, adolescencia, juventud y en su actual madurez.
“No era posible por ejemplo ser una niña estudiosa por ser afrodescendiente, por tanto, las personas negras no estábamos ligadas a la inteligencia. Y eso se representaba en la televisión y me generaba mucha rebeldía”, declaró a IPS en Lima.
Ante esos mensajes solo tuvo dos opciones. “O te lo crees o afrontas la situación como una posibilidad para dar cuenta de que no es así. No debería ser que deba demostrar más que el resto, pero en un país tan racista, tan machista como este, ese fue el reto que asumí y lo que me motivó a lo largo de todas las etapas de mi vida”, reflexionó.
En su hogar el racismo no fue un tema tabú, lo hablaban pero no era así en la familia extendida de primos y tíos “porque es mejor no ser consciente de la situación, así duele menos y es una manera de protegerte”, dijo al recordar.
“No es poco común que personas afrodescendientes incluso digan que no se sienten afectadas con el racismo o con las prácticas discriminatorias, porque eso también nos lo han enseñado en nuestras familias: que va a hacer mella en ti si es que tú lo identificas, pero si tú te haces que no pasa, entonces es mucho más fácil afrontarlo”, analizó.
Su experiencia de ser una mujer negra ha sido la recibir insultos desde niña y ser acosada sexualmente en los espacios públicos, en el transporte, en la calle “ser mirada como objeto sexual, ser deshumanizada”.
Y también lidiar con prejuicios acerca de sus capacidades en el empleo. Y aunque nunca dejó de alzar su voz de protesta, hubo mella.
“Ahora puedo reconocer que hubo una afectación a mi salud mental, me generó etapas de depresión muy fuertes, no entendía por qué, cuáles eran las razones, porque también uno trata de ocultarlas, trata de meterlas muy dentro, pero entendí que una forma de sanar es dar cuenta de mis propias experiencias”, reveló.
Agresión hasta la animalización
Enrique Anpay Laupa, de 24 años, hizo la carrera de sicología en una universidad en Lima, gracias al programa estatal Beca 18 que beneficia a estudiantes en pobreza o pobreza extrema de alto rendimiento.
Originario de la comunidad campesina de Pomacocha, conformada por unas 90 familias quechuas, en la región centro andina de Apurímac, todavía le cuesta identificar y recordar las expresiones de racismo que soportó durante su permanencia en Lima, hasta que se graduó el año pasado.
Dialogó con IPS desde la ciudad de Andahuaylas, en Apurímac, donde ahora vive y ejerce su profesión de sicólogo. “En el 2017 ingresamos 200 becarios a la universidad, más que otros años, y notamos incomodidad entre los estudiantes de Lima”, recordó.
“Decían que desde que llegamos los baños estaban más sucios, que se perdían las cosas, las laptops… me chocó bastante, era una cuestión de piel”, detalló.
Inclusive, durante un trabajo de grupo, un compañero de la capital le dijo “calla llama” cuando hizo un comentario. La llama es un auquénido originario de las zonas andinas de Perú.
“Me quedé en silencio y nadie dijo nada tampoco”, comenta. Aunque prefiere no entrar en más detalles, la experiencia de lo vivido hizo que no motivara a su hermano menor a postular a Beca 18 y más bien promovió sus estudios en la universidad pública de Andahuaylas.
El racismo afecta a todo el país
El racismo se vive en la experiencia personal pero afecta a comunidades y a todo el país.
“Eso lo podemos ver en los niveles de empobrecimiento: el último censo del 2017 indica que 16 % de personas que se autoidentifican blancas y mestizas están en pobreza a diferencia de la población afroperuana que está en alrededor de 30 %, la población indígena amazónica en 40 % y la población indígena andina en 30 %”, recalcó Carrillo.
Un estudio del oficial Instituto Nacional de Estadística e Informática sobre la evolución de la pobreza monetaria entre 2010 y 2021 mostró que la pobreza afectó en mayor medida a la población con lenguas originarias maternas, es decir a los indígenas.
El porcentaje en pobreza y pobreza extrema fue de 32 %, ocho puntos porcentuales más en comparación a 24% que registró la población que tiene como lengua materna el castellano.
Carrillo consideró indispensable reconocer la existencia de un racismo institucional, entenderlo como un problema público que afecta a las personas y a los pueblos históricamente discriminados y excluidos, que tienen el derecho a ser parte de todos los espacios y desarrollarse plenamente desde los principios de igualdad y no discriminación.
Criticó que desde las autoridades se piense frente al racismo solo en acciones punitivas en vez de considerar una política integral que aborde la prevención para frenar su reproducción y transmisión generacional. Y dentro de ello una educación antirracista que revalore el aporte de los distintos pueblos en la construcción de Perú.
ED: EG