Las mujeres, las peor tratadas en el empleo latinoamericano poscovid

El panorama laboral de las mujeres en América Latina sigue enfrentando obstáculos para llegar a niveles previos a la irrupción de la covid-19. Pero una recuperación sostenible e inclusiva requerirá medidas que cierren las brechas de género que ya afectaban el empleo de la población femenina en la región antes de la pandemia. Foto: Mariela Jara / IPS

LIMA – La pandemia de covid-19 no golpeó a todos por igual y el empleo muestra un claro impacto diferenciado por género. A dos años de comenzar la pandemia, a las mujeres les es más difícil que a los hombres recuperar sus puestos de trabajo, y eso se refleja nítidamente en América Latina.

El Panorama Laboral de América Latina y el Caribe 2021,  de la Oficina Regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), evidencia las diferencias al respecto.

Mientras que se han recuperado 25,5 millones de puestos de trabajo ocupados por hombres, perdidos entre el cuarto trimestre del 2019 y los meses posteriores al inicio de la pandemia, a las mujeres les quedan cuatro millones de ocupaciones por recobrar de las 23,6 millones que resultaron perdidas en el mismo periodo.

“Y esto es así porque ingresamos a la pandemia sin haber resuelto problemas estructurales de la división sexual del trabajo, mujeres y hombres están en posiciones distintas en el mercado laboral formal como consecuencia del orden patriarcal”, analizó para IPS la socióloga feminista peruana Karim Flores, especialista en género y empleo.

Explicó que si bien en las últimas décadas hubo un incremento acelerado de las mujeres en el mercado laboral formal, persistían brechas de género en cuanto a los salarios, acceso a cargos de decisión, precarización dentro de la propia formalidad y puestos feminizados.

“No solo eso, otras graves asimetrías como la tasa de desempleo que es mayor en mujeres que en hombres, no se habían superado. Además, no estaba resuelta la relación familia-trabajo que es un grave problema estructural”, detalló.

La especialista sostuvo que ese conjunto de factores marcó un ingreso de las mujeres a la pandemia en situación de desventaja, lo que ahora hace más difícil y lento el proceso de recuperación de sus empleos.

Actividades como manufactura, comercio, turismo, restauración y hotelería, caracterizados por una mayor fuerza laboral de mujeres, fueron de los más impactados con la crisis. Se contrajeron  y hasta paralizaron al comienzo de la pandemia.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reportó que 56,9 % de la población femenina de América Latina y 54,3 % de la del Caribe laboraban en los sectores que resultaron más golpeados por esta crisis.

La OIT reportó que al segundo trimestre del 2020, la tasa de participación económica femenina en la región era de 43,5 %.  Eso se debe en parte a que las mujeres que perdieron sus puestos de trabajo no se quedaron inactivas o de brazos cruzados. Migraron a diversas actividades.

La vida de Aracelli Alava dio un giro total con la pandemia. Ella es operadora turística en Machu Picchu, la emblemática ciudadela inca en el sur de Perú, donde aparece en la imagen. La paralización del sector la obligó a reconvertirse como traductora en línea y solo ahora comienza a retomar su oficio y su pasión. Foto: Cortesía de Aracelli Alava

Instinto de supervivencia

Aracelli Alava, de 40 años, refleja esa realidad. Esta peruana de 40 años vivía 100 % del turismo. Traductora titulada en inglés, se dedicaba al traslado de turistas a diferentes puntos del país con su empresa prestadora de servicios a agencias de viajes.

“Viajaba cuatro veces al mes de forma rutinaria, cuando de pronto se cerraron las fronteras y se paralizaron los vuelos. La sensación fue terrible, cuando te quitan algo que te apasiona y es tu motor y motivo, te deprime. Es allí que salió mi instinto de supervivencia”, recordó.

Veía que sus colegas empezaron a vender variados productos, trataban de emprender negocios. Ella hizo valer su título y empezó a realizar traducciones diversas en línea para poder mantenerse, superando muchas veces la sensación de no querer levantarse de la cama.

“¡Gracias a Dios que no tengo familia dependiente!”, exclamó a IPS en una entrevista telefónica desde la histórica ciudadela inca de Machu Picchu, en Cusco, donde está acompañando nuevamente a un grupo de turistas.

Comenta que la actividad turística se ha empezado a recuperar aunque muy lentamente. “Mis ingresos no se han nivelado todavía, la brecha es grande, yo sigo con las traducciones pero confío en que a mitad de año estemos un poco mejor”, remarcó.

Pese a que en 2021 se ha registrado una mayor recuperación de los puestos de trabajo de las mujeres por la reactivación de sectores de la economía, impulsada por los procesos de vacunación masiva,  esta no es suficiente para alcanzar los niveles del 2019.

La tasa de desempleo es de 12,4 % según el informe de OIT, varios puntos por encima del 9,7 % precovid.

A esta situación debe sumarse la afectación en las condiciones laborales y en el nivel de ingresos en aquellos empleos que han podido sostenerse o recuperarse.

Antes de la pandemia, Yolanda Castro, de 45 años, cumplía su jornada laboral de ocho horas diarias en un centro educativo privado de la capital peruana y de retorno al hogar se dedicaba a su familia.

La declaratoria el 16 de marzo del 2020 del estado de emergencia en el país y el establecimiento de medidas restrictivas modificó completamente su rutina como  coordinadora del área de tutoría del nivel primaria.

“Trasladar la dinámica del trabajo a casa fue una odisea, si bien aprendí el monstruo de lo virtual, lo más difícil ha sido afectar a mi familia, coger sus espacios, decirles que se mantengan en silencio, sostener jornadas superiores a las ocho horas en esas condiciones. Y cumplir aceptando una reducción de la mitad de mi sueldo”, afirmó.

Para cubrir parte del déficit de su presupuesto mensual apeló a sus habilidades culinarias y los fines de semana cocinaba para vender. En la práctica se quedó sin descanso porque trabajaba de lunes a domingo.

Yolanda Castro, coordinadora de tutorías en un centro educativo privado de la capital peruana, en la salar de su hogar, reconvertida en su lugar de trabajo desde que comenzó la pandemia de covid, que también redujo su ingreso y la obligó a completar sus ingresos con otras labores y a trabajar siete días a la semana. Foto: Mariela Jara / IPS

Castro recuerda que en los primeros meses de la pandemia, durante la inmovilización obligatoria y patrullaje militar, salía a la calle con su bandera blanca para ir a dejar a las casas vecinas los pedidos de papa rellena, caldo de gallina, sopa seca o pastel de papa.

Esos ingresos le aportaban un dinero adicional pero no lo suficiente para mantener sus estudios de especialización, los que debió suspender por falta de tiempo y de presupuesto.

Hasta ahora no recupera su sueldo prepandemia y si bien el gobierno ha anunciado que este año se retomarán las clases escolares presenciales, las instituciones educativas peruanas aún están evaluando si lo asumirán en forma total o parcial, de lo cual dependerá la modalidad de los contratos y remuneraciones.

Empleo decente y en condiciones de igualdad

La socióloga Flores remarcó que hablar de niveles pre pandemia no debe invisibilizar las brechas de desigualdad de género en el empleo que necesitan ser corregidas de cara a una escenario poscovid.

Planteó la necesidad del establecimiento de pactos de empleo pospandemia para lograr una política promotora del trabajo decente en América Latina y el Caribe, la región más desigual del mundo, también en lo laboral.

“Según la OIT es el trabajo digno que respeta los derechos, que no discrimina por género ni otra causa, que respete la sindicalización, la negociación colectiva, garantiza un ingreso justo, un seguro de desempleo”, precisó.

Incluyó en la propuesta la atención de la salud mental, afectada por los altos niveles de angustia y estrés vividos por la incertidumbre y la carestía, y de la brecha digital de género.

“Esa brecha ya existía, estaba vinculada al acceso y a la calificación, con la pandemia estos dos factores han excluido del teletrabajo a muchas mujeres”, dijo.

En la iniciativa de los pactos estarían comprometidos tanto el sector público como la empresa privada, y deberían tener como un norte claro avanzar hacia la igualdad de género en el empleo.

A sus 24 años y terminados sus estudios universitarios, Mariana Navarro es parte de la población juvenil que lucha por encontrar una oportunidad laboral en un contexto con mayores desafíos por la pandemia. Comparte una sonrisa de confianza en un mejor futuro laboral, en un centro comercial de la ciudad de Lima. Foto: Mariela Salazar / IPS

El caso de las jóvenes

Flores se refirió también a la desocupación de la población joven, que según el informe de la OIT se sitúa en 21,4 % a nivel de la región. Aunque es menor al 23% de 2020, se mantiene más de dos puntos por encima de la tasa prepandemia, de 18 %.

En ese punto incidió en las barreras que enfrentan las profesionales egresadas de universidades o jóvenes que intentan acceder a puestos de mayor calificación.

“Persisten estereotipos de género en la gestión del potencial humano desde los procesos de convocatoria, selección y evaluación hasta la contratación, que terminan marginando a las mujeres” expresó.

Además de todo ello,  prevalece la idea de que por ser jóvenes tendrían que estar dispuestos a aceptar regímenes de explotación.

Es lo que le sucedió a Mariana Navarro, de 24 años y con un grado universitario de administración, quien durante buena parte del 2021 trabajó en un centro médico privado.

“Era un trabajo presencial como administradora, pero era el único personal ajeno al área de salud así que también debía ver los asuntos comerciales, de logística, recepción, y lo que surgiera. Eran demasiadas responsabilidades para una sola persona, no me querían incrementar el sueldo y yo estaba muy estresada”, reveló.

No imaginó que tras renunciar no podría encontrar otro empleo. Lleva postulándose a diferentes convocatorias desde hace cuatro meses.

“He visto infinidad de solicitudes y me he dado cuenta que han elevado los requisitos, piden experiencia en el sector público y privado, manejo de programas, especializaciones… mi currículum no es suficiente para los reclutadores, ¡cómo podría cubrir esas expectativas si estoy empezando, qué opciones tenemos!”, cuestionó.

Depender económicamente de sus padres afecta su autoestima y economía, y también limita sus opciones, pero no está dispuesta a emplearse en condiciones de explotación o en alguna actividad ajena a su profesión.

“Estoy perseverando, luchando por una posibilidad de empleo digno”, subrayó Navarro.

ED: EG

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