CUSCO, Perú – “Cuando era niña no padecíamos como ahora de la falta de agua. Hoy vivimos más sequías, nuestros manantes se están secando y no podemos quedarnos de brazos cruzados”, dijo a IPS la campesina Kely Quispe, de la comunidad de Huasao, ubicada a media hora de esta ciudad, capital del imperio inca de Perú.
Ella es una de las 80 integrantes de la Escuela Agroecológica del no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, institución que ha promovido en esta zona del departamento surandino de Cusco, la recuperación del caudal de fuentes hídricas a través de técnicas tradicionales conocidas como siembra y cosecha de agua.
Muñapata, Huasao y Sachac son las tres comunidades campesinas y quechua hablantes de la provincia de Quispicanchi, situadas entre los 3150 y 3800 metros sobre el nivel del mar, beneficiadas hasta ahora con el proyecto. La institución de orientación feminista impulsa soluciones basadas en la naturaleza y el trabajo comunitario para enfrentar el problema de la escasez de agua y prácticas inadecuadas sobre su uso.
“Queremos contribuir a la seguridad hídrica con igualdad de género porque son dos caras de una misma moneda”, declaró a IPS Elena Villanueva, quien el 14 de diciembre presentó en esta ciudad los resultados de esta iniciativa desarrollada en su primera fase en 2020 y 2021, con el apoyo de la Agencia Vasca de Cooperación y de Mugen Gainetik, asociación internacional para la cooperación con los países del Sur.
Perú es según la Autoridad Nacional del Agua (ANA), el octavo país en el planeta con mayor disponibilidad hídrica al contar con una rica hidrodiversidad entre glaciares, ríos, lagos, lagunas y acuíferos. Sin embargo diversos factores como un manejo ineficiente del recurso y la contradictoria distribución territorial de la población, al que se suma el cambio climático, impiden satisfacer las demandas de consumo.
“La falta de agua golpea severamente a las familias de zonas rurales porque dependen de la actividad agropecuaria a pequeña escala para subsistir. El derretimiento de los glaciares así como el incremento de la frecuencia e intensidad de las sequías por el cambio climático disminuye la disponibilidad de este recurso”, explicó Villanueva.
Este impacto, remarcó, no es neutral. Por las discriminaciones de género y desventajas sociales en que se encuentran, son las mujeres rurales quienes se llevan la peor parte pues se incrementa su ya pesada carga de trabajo, se perjudica su salud, y se limita aún más su participación en espacios de formación e instancias de toma de decisiones.
“Es más, aunque son las que emplean el agua para garantizar el alimento, la limpieza, el aseo, la salud, y para el riego de sus cultivos, no son parte de las decisiones sobre su manejo y distribución”, subrayó.
La especialista refirió que precisamente en respuesta a la demanda de las productoras de la Escuela Agroecológica, donde reciben capacitación técnica y en derechos para la afirmación de su ciudadanía, apostaron por la recuperación de técnicas para la captación de agua usadas en el antiguo Perú, promoviendo que en ese proceso las directivas de las comunidades campesinas garanticen la participación equitativa de las mujeres.
Informó que aproximadamente 700 familias en situación de pobreza, unas 3500 personas -cerca de 11 % de la población de las tres comunidades-, se beneficiarán de las obras que se vienen realizando.
Cosechando el agua
Hasta el momento, esas obras se concentran en la forestación de 15 hectáreas y la construcción de seis rústicas cochas (pequeñas lagunas naturales o construidas en la tierra, en quechua) y de una zanja de infiltración, en un plan que se ampliará con otras iniciativas durante los próximos dos años.
La zanja es de un kilómetro de extensión y se encuentra en la parte alta de la comunidad por tramos de 10 metros. Tiene 60 centímetros de profundidad y 40 de ancho y su finalidad es acopiar el agua de lluvia en vez de que discurra por las laderas.
La técnica empleada permite que se infiltre para alimentar los manantes, los manantiales naturales, y los bofedales, los humedales de altura o pequeñas praderas nativas de humedad permanente, así como las cochas ya construidas.
En las faenas comunales han trabajado con materiales locales y han empleado mantas agrocelar, las usadas en los invernaderos, para retener mejor el agua. Además, han aprovechado la tierra extraída para elevar la altura de la zanja y prevenir que el líquido se escape.
Si bien la zanja ha estado recibiendo el agua de lluvia de la temporada iniciada en este mes de diciembre, se espera que el impacto ecosistémico sea más visible en unos tres años cuando las cochas tengan disponibilidad de agua durante todo el año y se evite la escasez de la época de seca, entre los meses de mayo a octubre.
Diferentes comuneros comentaron a IPS que ahora van a cosechar el agua de la zanja y de paso se cuidarán los suelos, porque la lluvia fuerte los lava y deja sin nutrientes. Se beneficiarán unas 150 parcelas agrícolas que gracias al proyecto cuentan con el sistema de riego por aspersión.
Al ser la agricultura el principal medio de vida de las familias y depender esta actividad del agua de lluvia, el principal impacto será la garantía de contar con el recurso hídrico durante los cada vez más prolongados periodos de seca, para regar sus cultivos, asegurar las cosechas y no pasar hambre; así como para su consumo y el de los animales.
Eucalipto y pino, chupadores del agua
El presidente de la comunidad de Sachac, Eugenio Turpo Quispe, reveló a IPS que es la primera vez que en su territorio se realizan prácticas de siembra y cosecha de agua. “No habíamos tenido antes la oportunidad, ha sido gracias a las mujeres que plantearon forestar, construir cochas y zanjas que hemos empezado con estas obras”, dijo.
La autoridad campesina lamentó que debido a la desinformación hace dos décadas sembraron pino y eucalipto en las zonas altas de su comunidad. “Han secado los manantes y cuando llueve el agua se va, no hay filtración, ahora sabemos que de diez litros de lluvia que cae al suelo, ocho se lo consume el eucalipto y dos lo devuelve a la tierra”, explicó durante la jornada que IPS pasó en la comunidad.
Turpo mencionó que habían visto algunas experiencias de forestación y construcción de cochas y zanjas en otras comunidades, pero no sabían cómo replicarlas, y que recién con el proyecto del Centro Flora Tristán han podido impulsar estas soluciones frente al grave problema de la disminución creciente de las fuentes de agua.
En Sachac se han desarrollado las tres técnicas con la participación de mujeres y hombres a través de faenas comunales iniciadas a las seis de la mañana y culminadas a las cuatro de la tarde. “Juntos hemos estado pico con pico sembrando las plantas nativas, cavando las zanjas y moviendo las piedras para las cochas”, refirió con orgullo el presidente comunal.
En esta comunidad se sembraron 9000 plantones de queuñas (Polylepis) y chachacomos (Escallonia Resinosas), especies que se utilizaban en los tiempos de los incas. “Estas plantas consumen dos litros del agua de la lluvia y ocho entrega a la pachamama”, comentó. Como parte de sus compromisos, la comunidad ha construido cercos para proteger los cultivos y ha reubicado las áreas de pastoreo de sus animales.
“Nosotros hemos plantado y en 10 o 15 años nuestros hijos y nuestros nietos verán todos nuestros cerros verdes y con los manantes vivos para que no sufran por no tener agua”, expresó Turpo.
El anhelo es compartido por Kely Quispe de la comunidad de Huasao: “Con agua podemos regar nuestra papa, el choclo, las hortalizas; incrementar nuestra producción para salir a vender y tener un dinero extra; cuidar nuestra salud y de toda la familia, prevenir la enfermedad de la covid”.
“Pero así como usamos el agua para la vida también nos toca participar de igual a igual que los hombres en los comités de riego y las directivas de las comunidades para decidir cómo se distribuye, conserva y gestiona”, añadió.
En el Decenio de la Seguridad Hídrica
Villanueva, la representante del Centro Flora Tristán, reflexionó sobre la importancia de que las autoridades locales y regionales del país se comprometan con garantizar la seguridad hídrica en las zonas rurales en el marco de lo que establecen además los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Agua para el Desarrollo Sostenible ha sido denominada la década del 2018-2028 por Naciones Unidas y entre las metas del ODS 6, el dedicado al agua y saneamiento, se encuentra asegurar el acceso universal y equitativo de este recurso, proteger y restablecer los ecosistemas relacionados al agua, y apoyar la participación de las comunidades locales en la mejora de la gestión y el saneamiento.
“En el plano nacional se tienen que fortalecer las políticas públicas orientadas a la siembra y cosecha de agua porque permite recuperar saberes ancestrales de las comunidades, son prácticas sostenibles de bajo impacto ambiental y contribuyen a garantizar la seguridad alimentaria de las familias”, indicó.
Sin embargo, remarcó, para cumplir sus objetivos, estas medidas no solo tienen que promover la participación equitativa de hombres y mujeres, sino ir acompañadas de acciones que cierren las brechas de género en educación, acceso a recursos, capacitación y violencia que obstaculizan la participación y desarrollo de las productoras rurales.
ED: EG