GINEBRA – Los eventos relacionados con el clima cobraron 312 000 vidas entre 1998 y 2020 en América Latina y el Caribe, y en el futuro la región seguirá castigada por el calentamiento global y el cambio climático, advirtió este martes 17 un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
La región “enfrenta y seguirá enfrentando graves crisis socioeconómicas debido a los eventos hidrometeorológicos extremos. Esto se ha visto agravado por los impactos de la covid-19, y la recuperación posterior a la pandemia será un gran desafío”, dijo el secretario general de la OMM, Petteri Taalas.
Muestras de la “nueva normalidad” son las peores sequías en 50 años en el sur de la Amazonia y el récord de huracanes e inundaciones en América Central durante 2020, según el Reporte del Estado del Clima en América Latina y el Caribe 2020.
El reporte señaló que los eventos relacionados con el clima y sus impactos cobraron más de 312 000 vidas en América Latina y el Caribe y afectaron a más de 277 millones de personas entre 1998 y 2020.
«(La región) enfrenta y seguirá enfrentando graves crisis socioeconómicas debido a los eventos hidrometeorológicos extremos. Esto se ha visto agravado por los impactos de la covid-19, y la recuperación posterior a la pandemia será un gran desafío”: Petteri Taalas.
En los años por venir serán más intensos los efectos e impactos del cambio climático, como olas de calor, disminución del rendimiento de los cultivos, incendios forestales, agotamiento de los arrecifes de coral y eventos extremos del nivel del mar.
El informe, basado en 1700 puntos de observación en la región y divulgado en la sede de la OMM en esta ciudad suiza, es contundente al asegurar que es vital limitar el calentamiento global por debajo de dos grados centígrados, según lo pactado en el Acuerdo de París.
Ese acuerdo, adoptado por 196 países y otras partes en 2015, prevé reducir la emisión de gases de efecto invernadero para frenar el calentamiento del planeta, hasta no más de dos grados Celsius este siglo con respecto a los niveles preindustriales, con la meta de no más de 1,5 grados antes del año 2050.
El informe destaca que 2020 fue uno de los tres años más cálidos, 0,8 y 1,0 grados centígrados sobre el promedio de 1998-2010 para el Caribe y América Central, y el segundo más caliente en América del Sur, 0,6 grados sobre el período de referencia.
La sequía generalizada tuvo un impacto significativo en las rutas de navegación, el rendimiento de los cultivos y la producción de alimentos, lo que provocó un empeoramiento de la seguridad alimentaria en muchas áreas.
En América del Sur los impactos fueron extremos. La intensa sequía en el sur de la Amazonia y la región del Pantanal (Brasil) fue la peor de los últimos 50 años.
Los déficits de precipitación son graves para la región del Caribe, ya que varios de sus territorios se encuentran en la lista mundial de países con mayor estrés hídrico.
Un monzón débil en América del Norte y temperaturas de la superficie del mar más frías de lo normal a lo largo del Pacífico oriental, asociadas con La Niña (enfriamiento anómalo de ese océano), provocaron la sequía en México.
Hacia fines de año, las lluvias causaron deslizamientos de tierra e inundaciones repentinas en las zonas rurales y urbanas de América Central y del Sur.
El año 2020 superó a 2019 y se convirtió en el año de incendios más activo en el sur de la Amazonia, y la sequía fue un factor determinante.
La cuenca del río Amazonas, que se extiende a lo largo de ocho países de América del Sur y almacena 10 por ciento del carbono global, ha experimentado una mayor deforestación en los últimos cuatro años debido a la tala para crear pastizales para el ganado y la degradación producida por los incendios.
Si bien todavía es un sumidero neto de carbono, la Amazonia se tambalea y podría convertirse en una fuente de emisión de carbono –lo que aceleraría el calentamiento global- si la pérdida de bosques continúa al ritmo actual.
América Latina y el Caribe contiene 57 por ciento de los bosques primarios del mundo, almacenando unas 104 gigatoneladas de carbono y albergando entre casi 50 por ciento de la biodiversidad mundial y un tercio de todas las especies de plantas.
Y mientras la sequía afectaba a gran parte de México y América del Sur, 2020 trajo un inédito récord de 30 tormentas con nombre en la cuenca del Atlántico.
Usualmente en noviembre la temporada de huracanes está por terminar, pero el año pasado presenció a los huracanes Eta e Iota, de categoría cuatro en una escala de cinco, tocar tierra en la misma región con apenas una semana de diferencia.
Guatemala, Honduras y Nicaragua fueron los países más afectados, con centenares de víctimas y más de 964 000 hectáreas de cultivos dañadas. Los daños al producto interno en esos tres países pasaron de 2000 millones de dólares.
También en la región, con un alza promedio de 3,6 milímetros anuales entre 1993 y 2020, el nivel del mar crece más que el promedio mundial (3,3 mm), con riesgos para entre seis y ocho por ciento de la población, que vive en áreas costeras.
La temperatura del océano sube, lo que contribuye a aumentar los huracanes y tiene impacto en la pesca, en particular sobre los pequeños pescadores artesanales.
Y a lo largo de la Cordillera de los Andes los glaciares han retrocedieron y la pérdida de masa de hielo se ha acelerado desde 2010, con aumento de temperaturas estadcionales y reducción de las precipitaciones.
Los fenómenos meteorológicos extremos afectaron a más de ocho millones de personas en América Central, agravando la carestía de alimentos en países que ya estaban semiparalizados por crisis económicas, conflictos y la covid.
La OMM sostuvo que la región requiere reforzar el monitoreo de las amenazas climáticas, fortalecer sus sistemas de alerta temprana y nuevos planes de acción temprana para reducir el riesgo de desastres y sus impactos.
Como ejemplo de medida, el informe sugiere promover la protección de manglares como ecosistema que almacena más carbono que la mayoría de los bosques y brinda servicios como estabilización de costas y conservación de la biodiversidad.
Sin embargo y a pesar de estos beneficios, las zonas de manglar se redujeron alrededor de 20 por ciento en las dos primeras décadas del siglo XXI.
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