“El biogás para nosotros vale oro, ya no podemos vivir sin él”, sentenció con entusiasmo Claudete Volkswey, una avicultora del municipio de Toledo, en el suroccidental estado de Paraná, en Brasil, sobre la fuente de energía que le devolvió las noches bien dormidas, antes turbadas por los ritmos de la leña.
Ademar Luiz y su mujer, Zenilde Nunes Luiz, también celebran la alternativa que los liberó de la leña y les permite tener agua caliente las 24 horas del día, una bendición en los helados inviernos de Laurentino, municipio del también sureño estado de Santa Catarina.
En el Nordeste, la región más pobre de Brasil, el biogás se inserta en el movimiento que está contribuyendo a superar la pobreza rural en el Semiárido, al diseminar las llamadas tecnologías sociales, de las cuales la más conocida es la de las cisternas de acopio de agua de lluvia, para consumo humano y el riego en la agricultura familiar.
Multiplicar los biodigestores como se hizo con las cisternas, que suman más de 1,3 millones, es el sueño de Ita Porto, coordinadora de la Diaconia en el Sertão (sertón) do Pajeú, un territorio de 20 municipios en el interior del estado nordestino de Pernambuco.
“Para eso tienen que convertirse en una política pública como ya son las cisternas. Agrega la seguridad energética a la seguridad hídrica y alimentaria ya contempladas”, sostuvo Porto a IPS por teléfono desde Afogados da Ingazeira, donde la Diaconía tiene una de sus sedes.
Su organización social y ecuménica y de inspiración cristiana es una activa participante en la Articulación Semiárido de Brasil (ASA), una red de 3000 asociaciones diversas que buscan un desarrollo territorial basado en la convivencia con el ecosistema, en oposición a malogradas estrategias oficiales de “combate a la sequía”.
El Biodigestor Sertanejo, un modelo diseñado por Diaconia, ya tiene cerca de 800 unidades construidas en Brasil, la mayoría en la nordestina ecorregión del Semiárido. La iniciativa ganó una descripción en la tercera edición, de 2019, de la revista RedBioLAC, de la Red de Biodigestores para América Latina y el Caribe.
El biogás se está convirtiendo en una fuente energética importante en este país sudamericano de 212 millones de habitantes, tanto para la generación de electricidad o de calor como para la producción del biometano que sustituye combustibles fósiles.
Su organización social y ecuménica y de inspiración cristiana es una activa participante en la Articulación Semiárido de Brasil (ASA), una red de 3000 asociaciones diversas que buscan un desarrollo territorial basado en la convivencia con el ecosistema, en oposición a malogradas estrategias oficiales de “combate a la sequía”.
El Biodigestor Sertanejo, un modelo diseñado por Diaconia, ya tiene cerca de 800 unidades construidas en Brasil, la mayoría en la nordestina ecorregión del Semiárido. La iniciativa ganó una descripción en la tercera edición, de 2019, de la revista RedBioLAC, de la Red de Biodigestores para América Latina y el Caribe.
El biogás se está convirtiendo en una fuente energética importante en este país sudamericano de 212 millones de habitantes, para la generación de electricidad o de calor y en la producción del biometano que sustituye combustibles fósiles.
La enorme cantidad de residuos agrícolas, industriales y urbanos representa un potencial de que se aprovecha solo dos por ciento actualmente, según Alessandro Gardemann, presidente de la Asociación Brasileña de Biogás, que agrupa a las empresas y productores del sector.
El avance de la producción comercial se hace en los rellenos sanitarios, en grandes unidades agrícolas e industriales. En el sur de Brasil el desarrollo de la porcicultura y avicultura impulsa la biodigestión de sus excrementos, para agregar ganancias, reducir costos y atender las crecientes exigencias ambientales.
Pueden cumplir un importante papel en el sistema energético, al aportarle potencia y equilibrio, ante el gran avance de las fuentes intermitentes, eólica y solar, además de reducir las emisiones de los gases invernadero.
Pero son los biodigestores familiares, destacados por su proliferación y no por su tamaño, que generan beneficios sociales y ambientales más visibles.
El biogás representó para Claudete Volkswey y su familia mantener caliente el aviario, con cerca de 19 000 pollos y pollitos, en su granja, sin tener que despertar “dos o tres veces” en la madrugada, a veces con temperaturas bajo cero, para abastecer el horno a leña que era la fuente térmica anterior.
“La salud no aguanta”, dijo en su ponencia por videoconferencia en el Foro Sur Brasileño de Biogás y Biometano, que tuvo lugar del 29 de marzo al 1 de abril y que no pudo ser presencial, a causa de la pandemia de covid-19.
El estiércol “de oro” para producción del biogás proviene de los 9000 cerdos “de guardería”, aún bebes, que su hijo cría en la misma granja, en Toledo, municipio que concentra el mayor rebaño porcino de Brasil, estimado en casi 1,2 millones unidades.
Antes, el gasto de leña alcanzaba hasta 2800 reales (cerca de 500 dólares) al mes. El biodigestor que permitió calentar el aviario hace nueve años costó muy caro, por ser uno de los primeros en el oeste del estado de Paraná, “pero valió la pena”, aseguró Volkswey.
No tener que buscar o comprar leña es también una de las ventajas destacadas por Ademar Luiz, también pionero en biogás en su municipio, Laurentino, a 120 kilómetros del litoral de Santa Catarina.
Construyó un pequeño biodigestor en 2008, como “prueba”. Seis años más tarde hizo uno más grande que le permitió abastecer el fogón y mantener encendido todo el día un sistema que calienta toda el agua usada en la casa. Desechó la leña y la ducha eléctrica, con un ahorro del equivalente a 90 dólares mensuales.
Aprovecha solo los excrementos de sus cuatro vacas lecheras. Antes tenía 30 y producía 600 litros de leche al día, además de criar otros vacunos, incluso terneros, pero vendió casi todo hace dos años. Se le hizo difícil cuidar tantos animales por daños en su columna vertebral, a los 56 años. Ahora tiene “58 y medio”, dice con humor.
Producir leche es un trabajo duro y es “una prisión” al exigir atención todos los días, “pero me gusta”, comentó a IPS por teléfono desde su finca, donde también siembra maíz y soja. “Con tractor y máquina de cosechar, puedo hacerlo”, añadió.
Luiz confesó que antes tener el biodigestor echaba las heces al río, “para mala suerte de los que viven cuenca abajo”.
Los beneficios ambientales son muchos, al proteger el agua, los bosques y el clima, además de eliminar el mal olor y los mosquitos.
Además, la biodigestión convierte los residuos en abono y como resultado, insistió en destacar, la cosecha de maíz aumentó con ese biofertilzante.
Por eso “no entiendo porque otros agricultores no se suman al biogás, el estiércol es gratis. Soy el único en el municipio”, se lamentó. Las inversiones necesarias se pagan con el ahorro de algunos años y se financian fácilmente en los bancos, acotó.
Su mujer también tuvo sus reticencias al comienzo. Solo aprobó la novedad después de comprobar que los frijoles cocidos y la gallina guisada en el fogón a biogás no tenían el olor a heces, bromeó.
Ita Porto realza que las mujeres son las más beneficiadas. En general son ellas las encargadas de buscar la leña y, como cocinan tienen la salud afectada por respirar prolongadamente el humo de la quema de la madera o el carbón.
Un estudio del Banco Mundial, divulgado en 2020, estimó en 2750 millones las personas que aún tienen que usar leña o carbón para cocinar. Muchos mueren de cáncer de pulmón, daños respiratorios y enfermedades cardiacas derivadas de la absorción del humo.
Una masiva sustitución de los fogones tradicionales por cocinas más seguras y saludables tendría un efecto sanitario, ambiental y social dramático, reconocen los expertos.
Acciones incipientes y dispersas tratan de impulsar el biogás en Brasil.
En Ceará, un estado del Nordeste brasileño, el no gubernamental Centro de Estudios del Trabajo y de Asesoría al Trabajador (Cetra) ejecuta desde 2017 un proyecto que prevé la construcción de 1800 biodigestores con apoyo de varias instituciones nacionales y extranjeras, ejemplificó Porto.
El camino para la diseminación masiva podría abrirse si alguno o varios estados brasileños adoptan esa alternativa como política pública, observó la activista.
ED: EG