Hace algunos días el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, puso en plata su posición ante las exigencias que ambientalistas y feministas han hecho a su gobierno. El feminismo y los movimientos en defensa del planeta son, según él, “justos, pero no centrales” y fueron tolerados y hasta favorecidos por los “dueños del mundo” para que “no se centrara la atención en el saqueo, en la corrupción, en la desigualdad económica y social”.
Se trata de una posición vieja y muy equivocada, que ignora que el heteropatriarcado y la destrucción del planeta son piedras de toque del capitalismo y los sistemas opresivos en los que se apoya para sobrevivir.
La explotación y destrucción de los recursos naturales son fundamentales para el gran capital porque sin usar cada vez más insumos y minerales cada vez más rápido y generando mayores desperdicios simplemente no podría satisfacer su necesidad de crecimiento perpetuo, y el capitalismo si no corre se derrumba.
Este hambre de recursos naturales de los capitalistas llega al extremo de que recurren sistemáticamente al asesinato de defensores de la naturaleza y del territorio, porque sin esos crímenes no podrían acceder a los recursos y espacios que requieren para que el sistema sobreviva.
En ese fenómeno México no sólo no es una excepción, sino que es un protagonista permanente.
Según la organización internacional Global Witness durante la década pasada murieron más de ochenta mexicanos defendiendo la naturaleza, y apenas había llegado López Obrador al gobierno cuando Samir Flores fue asesinado por oponerse a la termoeléctrica de Huexca.
Los asesinatos de defensores ambientales durante ese primer año de la presidencia de López Obrador fueron tantos que México se ubicó como el cuarto país con más muertes a nivel mundial, solo superado por Colombia, Filipinas y Brasil.
Quizá eso no sea responsabilidad del hoy presidente porque obedece a una inercia económica y social muy violenta que no se rompe en un año, pero es un hecho que ocurrió.
Por otra parte, hace ya muchísimo tiempo que las feministas han demostrado cómo la desigualdad de género, el desdén por la economía de los cuidados y la violencia de género sistemática, entre otras cosas, son clave para mantener moviéndose las economías capitalistas.
Si las sociedades se ocuparan de cuidarse a sí mismas y no de alimentar los bolsillos de los oligarcas, si se pagaran salarios justos, si las mujeres tuvieran un acceso equitativo a los factores de producción, la máquina del crecimiento perpetuo se quedaría sin combustible y el capitalismo se vendría abajo.
Los vínculos de la lógica patriarcal con lo ambiental son también evidentes desde hace tiempo. El gusto por lo enorme, la competencia con los demás, el odio a lo diferente que caracterizan el uso capitalista de los recursos naturales tienen mucho de pleito de gallos por ver quién la tiene más grande y de reproducción del modelo homogeneizador y opresor que son sus características principales.
Por todo esto, en realidad el feminismo y el ambientalismo no sólo sí son centrales en la lucha contra la pobreza y la opresión, sino que son fundamentales para llevarla a buen término.
Sin combatir el heteropatriarcado y sin transformar nuestra relación con los recursos naturales, sin defenderlos, ocurrirá lo contrario de lo que pretende López Obrador: las transformaciones que logre su gobierno habrán sido meramente anecdóticas, periféricas, porque no supo y no quiso atacar los cimientos del sistema que dice combatir.
Este artículo lo publicó originalmente Pie de Página, de la red mexicana de Periodistas de A Pie.