El resultado de las elecciones para el Parlament de Catalunya ha presentado una mezcla de repetición de ciertos aspectos anteriores y unas espectaculares novedades. Pero, la dimensión sempiterna de cualquier confrontación parlamentaria de la variante proporcional se mantiene incólume.
A pesar del desarrollo de los sistemas de sondeos y luego de interpretación de los datos que han facilitado en los últimos años sigue siendo difícil el adelanto de las decisiones que los partidos tomen en los casos que deban tramar alianzas para formar gobierno.
“Y ahora, ¿qué?”, sigue incólume la pregunta central tras la jornada electoral del domingo 14, pero no solamente es la presentada por unos votantes anónimos, ni tampoco por los expertos y los propios líderes que deben tomar decisiones precisas.
Es la pregunta de Gerard Piqué, el futbolista estrella del FC Barcelona que solamente ha sido superado en popularidad por Leo Messi. Naturalmente, Piqué no se atreve a ofrecer soluciones, y por lo tanto conviene encarar las posibles alternativas para resolver el complicado panorama de los resultados.
Aunque no es resultado exclusivo de estas elecciones, un aspecto histórico de la evolución parlamentaria de Catalunya desde la recuperación de la democracia está plenamente establecido. Las elecciones catalanas han dejado de ser una especie de ejercicio democrático peculiar de los catalanes, sin apenas conexión con el resto de España.
El parlamentarismo catalán estaba aquejado de una cualidad de las europeas. Los comicios para conformación del Parlamento Europeo se han visto como una especie de “primarias de las nacionales”. Los votantes europeos miraban de reojo hacia el interior y votaban una vez como castigo, otras como recompensa de la conducta doméstica de los partidos nacionales.
Aunque esta tónica ha mejorado recientemente gracias a la tenaz reforma de la legislación que permite, por ejemplo, votar a los residentes comunitarios, y a la fiebre de la plasmación de candidaturas europeas, el lastre del peso nacional sigue notándose.
En el teatro de las elecciones catalanas, se notaba un esquema similar.
Las elecciones de Catalunya se veían como coto del catalanismo, ya que los “castellanos” las consideraban una peculiaridad de catalanes, y se quedaban en casa. Por eso los candidatos socialistas ganaban en las elecciones de España y en Catalunya lo hacía Convergencia, el invento de Jordi Pujol.
Este esquema ha prácticamente desaparecido. Solamente la incidencia de las polémicas sobre el uso y la enseñanza de la lengua tiene semejanza importancia.
Aunque hay sectores, en la derecha más que en la izquierda, que han intentado la inserción de argumentos que insistieran en la existencia de elementos “étnicos” (por no decir “racistas”) en la configuración de los ideales votantes de alternativas independentistas, este peligro ha sido universalmente neutralizado. Significativamente, el grueso de los argumentos distintos priorizan un nacionalismo “cívico”, de opción.
En el panorama actual, conviene destacar, en primer lugar, las noticias que destacan. En otras palabras, ¿ha mordido un hombre a un perro? Evidentemente algunos hechos son dignos de tenerse en cuenta por su evidente novedad y por lo tanto por su impacto en las consecuencias de la elección.
Destacan en esa dimensión los detalles que atañen a los partidos de derecha, tanto extrema como moderada. Significativamente, los cambios en ese sector ideológico han sido sufridos tanto por los partidos considerados como “constitucionalistas” como por los que de alguna manera se consideran como “rupturistas” por su diverso grado de fidelidad al credo independentista.
En la primera dimensión conviene sopesar el espectacular revés sufrido por Ciudadanos. Esta formación fue creada por el dirigente centrista Albert Rivera en Cataluña como dique ante el tenaz monopolio del nacionalismo de Convergencia, luego trocado en independentismo.
Consistió en ampliar su teatro de operaciones al resto del territorio español, dejando al escenario catalán bajo la dirección de Inés Arrimadas, nacida y educada en Andalucía, que llegó en su juventud a Catalunya.
En las elecciones celebradas bajo control del gobierno español por la aplicación del artículo 155 de la Constitución, tras la suspensión de la autonomía catalana como sanción por la celebración del referéndum de independencia el 1 de octubre de 2017, Arrimadas consiguió capturar el mayor número de escaños en el Parlament catalán.
Pero no pudo sublimar el siguiente paso, ya que los partidos independentistas superaban conjuntamente a Ciudadanos en cualquier alianza que presentaran.
Luego, de ser provisionalmente una especie de árbitro en el escenario estatal, Rivera se vio rechazado en su intento de neutralizar al Partido Popular. El fracaso se ha visto ahora reflejado en el desastre del Parlament catalán. El daño colateral puede ser su aniquilamiento en el escenario global español.
Este posible escenario ha sido ahora dramatizado por la aparición del ultraderechista Vox en el teatro español, zapando el coto antes reservado del Partido Popular, y ahora por su espectacular entrada en el Parlament de Catalunya, convirtiéndose en la cuarta formación.
Durante mucho tiempo, el tejido político español se enorgullecía de no sufrir la presencia de una extrema derecha. Ahora, el mito de ha venido abajo. De nada sirve aducir que Vox no es igual que los casos de Alemania (Alternativa), Francia (Marine Le Pen), Hungría (Viktor Orbán) o Polonia (Justicia y Paz). Era una novedad, temida y latente, sin que llegara a sublimarse. Ahora es una cruda realidad electoral.
El debilitamiento de los restos del nacionalismo moderado en Catalunya, representado por el PDCat, testifica que el impacto de la respuesta oficial (juicio, condena, prisión) ante el conato independentista del referéndum no ha hecho más que reforzar la influencia de los partidos que priorizan la independencia mediante la insistencia plebiscitaria.
Queda, naturalmente el sólido argumento de la izquierda constitucionalista presentada por el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), que casi dobló el número de escaños al presentar como candidato a Salvador Illa, aupado a la sólida publicidad por su efectiva función como ministro de Salud del gobierno de Pedro Sánchez, jefe del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Como se alude en este contexto, los partidos centristas no solamente han desaparecido en España, sino que en Catalunya poco tienen que hacer, a no ser que paradójicamente ese papel se le reserve precisamente al propio PSC.
Escorados a la izquierda quedan formaciones que, sin identificarse con la independencia, insisten en los apoyos de las urgencias de los sectores más necesitados. Tan dispares como Comuns-Podem (la rama catalana del partido populista de Pablo Iglesias, Podemos, socio del PSOE en Madrid) y la anticapitalista CUP pueden conceder los votos necesarios a los partidos independentistas para la formación de gobierno y el nombramiento del president de la Generalitat.
Todas las formaciones son conscientes de los problemas económicos, derivados tanto del impacto atroz de la pandemia, como del desempleo estructural dramatizado por el confinamiento decretado como remedio ante el virus.
La interrelación entre la política y la economía también se detecta en el momento de sopesar el evidente ascenso del poder económico de Madrid en la última década, y su concentración bancaria, aparte del éxodo de las oficinas sociales de empresas catalanas hacia Valencia y otras capitales, como refugio ante el independentismo.
Los resultados electorales dejan otros detalles, confirmación del pasado, o correcciones de ciertas dimensiones. Por ejemplo, el dilema entre el independentismo y el constitucionalismo se refleja en la continuación de la concentración del primer en las áreas interiores del territorio catalán, mientras que el constitucionalismo (de derecha o de izquierda) puebla las áreas urbanas, sobre todo Barcelona.
Si las elecciones no han revelado el surgimiento de un líder indiscutible, tratando de contestar la pregunta de Piqué, conviene sopesar el resultado de una solución que surge como favorita: la renuncia de Illa y el PSC a optar por el voto del Parlament, contrariando lo que ha anticipado.
Ese “regalo” vendría luego recompensado dando un salto hacia Madrid: Esquerra seguiría apoyando al PSOE en la gobernación y la aprobación de los presupuestos.
Regresando a Barcelona, ¿el éxito de ERC produciría el renacido liderazgo de Junqueras, al que Aragonés estaría guardando el puesto? Este detalle nos llevaría a encarar el urgente desenlace del tema (¿problema?) de la prisión de los dirigentes del “procés” y el referéndum.
El presente estatus de libertad parcial que insólitamente los condenados han disfrutado durante las elecciones cobra, por lo tanto, un protagonismo insólito. La presión para aprobar una amnistía se convierte en el foco irremplazable para cualquier consideración de las consecuencias de las elecciones. O sea, que el simple conteo de los votos para configurar el liderazgo ejecutivo en el Parlament no es el final.
Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. jroy@miami.edu
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