Los avances de las mujeres y los negros, mayorías demográficas subrepresentadas en el poder político, fueron pequeños, pero la diversidad étnica y de género, en su conjunto, emergió con fuerza en las elecciones municipales de Brasil.
Son negros, cuya mayor parte se identifica como mestizos (mulatos), 32,1 por ciento de los alcaldes elegidos el 15 de noviembre. En los comicios anteriores, de 2016, se limitaron a 29,2 por ciento.
Están aún lejos de la participación que tienen en la población total de Brasil, de 56 por ciento de los 212 millones de habitantes de este país sudamericano de dimensiones continentales.
Las mujeres también avanzaron poco en el poder municipal, a 12,1 por ciento de los alcaldes, contra 11,7 por ciento elegidas cuatro años atrás. Una brecha más amplia en relación al 52 por ciento que representan en la población total.
Los datos pueden cambiar un poco en los 5568 municipios brasileños. Hay más de 100 prefecturas (alcaldías) aún sin definir, pendientes de procesos judiciales, y en 57 de los 95 municipios con más de 200 000 electores, habrá segunda vuelta el 29 de noviembre.
Además existe el caso excepcional de Macapá, capital del estado de Amapá, en el extremo norte, donde los comicios fueron aplazados debido a un prolongado colapso de la distribución eléctrica local, que comenzó el 3 de noviembre y aún sigue sin solucionarse.
Entre los ediles elegidos ya confirmados, 16 por ciento son mujeres. En 2016 fueron 13,5 por ciento. Pero algo positivo es que ahora sobresalen en algunas de las grandes capitales y ciudades de los 26 estados del país.
El caso más llamativo es el de Porto Alegre, capital del meridional estado de Rio Grande do Sul, donde conquistaron 11 de los 36 escaños edilicios, un 30,5 por ciento.
En Belo Horizonte, capital del suroriental estado de Minas Gerais, ellas alcanzaron 26,8 por ciento. Casi triplicaron la representación anterior, pasando de cuatro a 11 edilas en un total de 41 puestos del concejo.
Lo más sorprendente es que la más votada entre todos los candidatos es Duda Salabert, del Partido Democrático Trabalhista, la primera persona transgénero que integrará el Concejo de Belo Horizonte (Cámara de Vereadores, en portugués).
En todo el país hay 25 las personas transgénero o travestis que ganaron una concejalía, el más visible brote de la diversidad de género en las distintas instancias del poder político brasileño. Es posible que otros segmentos de los LGBTI + tengan mayor presencia, pero no aparecen con la misma visibilidad.
En São Paulo, donde las mujeres avanzaron menos -pasaron de 11 a 13 concejalas en un total de 55, lo que equivale a subir de 20 a 23,6 por ciento-, la más votada entre ellas es también una mujer transgénero y además negra. Erika Hilton, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), obtuvo la sexta mayor votación entre los candidatos masculinos y femeninos al Concejo.
Otro transgénero, pero masculino, Thammy Miranda, del Partido Liberal, también obtuvo buena votación en São Paulo, una megalópolis de 12 millones de habitantes y capital económica del país. La población se eleva a los 22 millones cuando se suman los 39 municipios de su área metropolitana.
Como suplentes se cuentan en el país, hasta ahora, más de 170 personas transgénero o travestis. Esa irrupción en la política responde, según declaraciones de varias de ellas, a la discriminación que sufren en la sociedad, agravada desde que en enero de 2019 asumió el actual gobierno del presidente Jair Bolsonaro, de extrema derecha religiosa y militar.
Esa representación, seguramente elevada en proporción a su minoría demográfica, proviene probablemente del hecho de que su condición sexual exige enfrentar abiertamente la opresión. No hay armarios donde ocultarse.
Otra minoría que incorporó la política electoral en sus opciones de lucha son los quilombolas, afrodescendientes que viven en comunidades tradicionales, en general formadas por ancestros que se fugaron de la esclavitud, que en Brasil solo se abolió en 1888.
Hasta ahora la Coordinación Nacional de Articulación de las Comunidades Negras Rurales Quilombolas (Conaq) cuenta con 55 ediles, un alcalde y un vicealcalde elegidos entre los más de 500 candidatos de sus integrantes en las elecciones municipales.
En Brasil hay 3447 comunidades remanentes de los quilombos reconocidos por el gobierno, con derecho a la propiedad de sus territorios colectivos por la Constitución vigente desde 1988.
Hay muchas otras comunidades que reivindican sus territorios, pero el ente estatal encargado de reconocerlos, la Fundación Palmares, está bajo la presidencia de Sergio Camargo, un enemigo declarado del movimiento negro y de los quilombolas, aunque sea él mismo un negro e hijo de un ya fallecido líder del movimiento.
Camargo cumple con la política adoptada por Bolsonaro para las poblaciones tradicionales.
No hay estadística oficial sobre la población quilombola, pero el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) espera incluirlos en el censo que se iba a realizar este año y se postergó para 2021. Como base, identificó 5972 “localidades quilombolas” que tendrán sus habitantes contabilizados.
Los indígenas, otro importante componente étnico de la diversidad brasileña, aunque corresponda a solo 0,45 por ciento de la población nacional. En el censo de 2010 sumaban 896 917 personas, 58 por ciento de los cuales viviendo en las Tierras Indígenas demarcadas, los demás en otros sitios, principalmente en las ciudades.
Esta vez en la primera vuelta eligieron 10 alcaldes y 10 vicealcaldes, contra seis y 10 respectivamente en 2016, según el Instituto Socioambiental, organización no gubernamental que dispone de datos completos sobre los pueblos originarios. Los ediles serán 200, frente a los 169 de cuatro años atrás.
De todas formas los pueblos originarios registran un gradual ascenso en la política brasileña. Su primer diputado se eligió solitariamente en 1982, Mario Juruna, por deseo de los electores de Río de Janeiro, donde viven pocos indígenas.
El primer alcalde indígena solo apareció en 1996, en Oiapoque, en el extremo norte del país, en la frontera con la Guyana Francesa. Y el poder legislativo nacional solo volvió a tener una representación indígena en 2018, con la elección de la diputada Joenia Wapichana.
Las elecciones municipales en Brasil son una gigantesca operación.
Para dirigir los destinos de los 5568 municipios se postularon 528 388 candidatos a ediles y 19 346 a prefectos (alcaldes). Los indígenas disputaron esos cargos con 2177 candidatos, 27 por ciento más que en 2016.
Para los afrodescendientes y las mujeres aún queda la disputa por la alcaldía de los 57 municipios más poblados del país, incluidas 18 capitales de estado, el 29 de noviembre. Son 32 candidatos negros y 20 mujeres que en la primera vuelta obtuvieron la primera o la segunda mayor votación.
La extrema derecha que lidera Bolsonaro aparece como la gran derrotada de esas elecciones, al no lograr que ninguno de sus representantes ganara la prefectura de las grandes ciudades en la primera vuelta. Dos de ellos pasaron a la segunda vuelta pero con pocas posibilidades de triunfo.
La afirmación de las diversidades en la política electoral es otro fracaso del bolsonarismo, cuyas banderas apuntan al retroceso, a la vuelta de la moral de 50 años atrás, de la familia tradicional, de las dos únicas condiciones sexuales, de la dilución de los indígenas y pueblos tradicionales en la “civilización” blanca.
ED: EG