Un vuelco hasta hace poco inimaginable parece estar en gestación en el gobierno de Brasil, con la adhesión a programas sociales antes criticados por el presidente Jair Bolsonaro, ahora proclive al populismo de viejo estilo.
La ayuda de emergencia de 600 reales (115 dólares) mensuales a 66 millones de brasileños que perdieron ingresos debido a la pandemia mejoró la maltrecha popularidad del presidente, aunque haya sido el legislativo Congreso Nacional el poder decisivo para su aprobación, triplicando la suma propuesta por el Poder Ejecutivo.
Eso compensó la pérdida de respaldo en las capas medias, por la actitud de Bolsonaro en negar la gravedad de la covid-19, boicotear el confinamiento y la distancia de seguridad y sustituir a dos ministros de Salud en medio de la crisis. Además forzó la renuncia del ministro de Justicia, el exjuez Sergio Moro, símbolo del combate a la corrupción.
Las encuestas constataron el arrastre popular de la ayuda de emergencia y parece que Bolsonaro también tomó buena cuenta de ello. Fortalecieron así el deseo presidencial de apropiarse del Programa Bolsa Familia, heredado de anteriores gobiernos de izquierda.
La intención es rebautizar al programa, también conocido como Beca Familia, con el nombre de Renta Brasil, ampliar en algunos millones más las 14,2 millones de familias actualmente beneficiarias y aumentar la transferencia de ingresos, ahora limitada a un máximo equivalente a 40 dólares.
Bolsonaro, un político de extrema derecha vinculado a las Fuerzas Armadas, después de dejar el Ejército en 1988 como capitán, siempre menospreció las políticas sociales.
Desdeñaba también el diálogo con el bicameral Congreso y la concertación de un respaldo parlamentario fijo a su gobierno, ya que no tiene grupo propio y se quedó sin partido al abandonar a la pequeña y ahora dividida fuerza con que concurrió a los comicios.
Era su forma de rechazar “la vieja política”.
Pero esa estrategia comenzó a mutar en abril, cuando empezó a negociar el apoyo legislativo del llamado “Centrón”, un grupo de pequeños y medianos partidos, siempre dispuestos a respaldar al gobierno de turno a cambio de cargos en los ministerios que manejan buena parte del presupuesto.
Periodistas y analistas políticos suelen incluir a Bolsonaro entre los “populistas de derecha” que han ido adquiriendo creciente peso en la escena internacional, como el presidente estadounidense, Donald Trump o el primer ministro británico, Boris Johnson.
Es una definición rara de Bolsonaro ya que ni siquiera su discurso contempla “las grandes masas, los más pobres”, como hacían los llamados populistas tradicionales, como el expresidente brasileño Getulio Vargas (1930-1945 y 1951-1954), observó a IPS por teléfono Alessandra Aldé, profesora de Comunicación y Política en la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (UERJ).
“Hace muchos años dejé de usar el término “populismo”, porque pasó a comprender tantos tipos de políticos que dejó de significar cualquier cosa”, sentenció por su parte Daniel Aarão Reis, profesor de la Universidad Federal Fluminense, de Niteroi, una ciudad vecina a Río de Janeiro.
“El bolsonarismo es una concepción autoritaria en construcción, llamarlo populista o fascista es reduccionismo”, acotó a IPS.
Para Fernando Lattman-Weltman, profesor de Política en la UERJ, el populismo asumió variados significados y se usa mucho para descalificar líderes o corrientes políticas. Pero en general se refiere a aquella basada en “una popularidad indebida, producto de demagogia o engaño”.
En economía, ejemplificó, representa a iniciativas de beneficios inmediatos, pero costos futuros más elevados, y sirve para condenar medidas sociales que afectarían el equilibrio fiscal, la austeridad.
La tradición latinoamericana asocia el populismo a líderes carismáticos en diálogo directo con “el pueblo” sin mediaciones, que violan reglas del juego y “minan instituciones”, señaló.
En la actualidad, las redes digitales de comunicación “cambiaron el juego”, en cierta medida sustituyen a los partidos y sirven a líderes como Bolsonaro con su poder de difamar y contrainformar, pero “tienen autonomía, crean nichos de opinión que nadie controla y estimulan aventuras”, sostuvo en diálogo con IPS.
Con la pretendida adaptación de Bolsa Familia a Renta Brasil, Bolsonaro podría incurrir en un desliz económico, al romper la capacidad fiscal del país, ya sobrepasada por los gastos de mitigación de los daños de la pandemia, en este país sudamericano de 211 millones de personas.
Pero beneficiaría a millones de familias y le permitiría a Bolsonaro cultivar votos en la única región brasileña en que fue derrotado en las elecciones presidenciales de octubre de 2018: el Nordeste.
Allá el mandatario está presente con frecuencia últimamente, para inaugurar obras al estilo que se suele calificar de “populista”.
Es la región con mayor cantidad de pobres en Brasil, que logró grandes avances sociales y económicos en este siglo, que le permitieron zanjar la sequía más prolongada de su historia, de 2012 a 2018, sin las tragedias humanas del pasado, cuando sequía provocaban saqueos de comercios y éxodos masivos.
Esa transformación se impulsó principalmente por las políticas públicas e iniciativas de la sociedad local, durante los gobiernos de 2003 a 2016 del izquierdista Partido de los Trabajadores, el adversario de Bolsonaro en 2018.
Además de la Beca-familia que beneficia principalmente el Nordeste, avanzó la industrialización y se diseminaron más de 1,3 millones de cisternas y otras formas de captación de agua de lluvia para consumo humano y la irrigación hortícola en la región.
Las políticas de fortalecimiento de la agricultura familiar, con créditos subsidiados, programas de alimentación escolar y de compras gubernamentales, tienen los mejores resultados en el Nordeste que concentra 46,6 por ciento de los campesinos de esa área.
Fue ese conjunto de políticas exitosas que impulsó la popularidad del PT en el Nordeste. Así que el intento de ganar popularidad en esa región con la transferencia ampliada del Programa Bolsa Familia puede ser muy limitado.
Pero el objetivo inmediato de Bolsonaro es recuperar su popularidad, reducida al entorno de 30 por ciento según las últimas encuestas, para repeler amenazas de inhabilitación por el parlamento o por la Justicia Electoral, cuando se especula que pretende concurrir a la reelección en 2022.
Una mayor debilidad política le podría ser fatal ahora, cuando su presidencia está en peligro por haber cometido variados actos antidemocráticos y violatorios de reglas constitucionales que justificarían legalmente la destitución.
Por eso, además de negociar el sostén parlamentario, Bolsonaro sorprendió a todos con otro cambio inesperado. Abandonó sus amenazas casi diarias de cerrar el Supremo Tribunal Federal y las diatribas contra el Congreso, el periodismo y los opositores, el 18 de junio.
Aquel día, la policía arrestó a Fabricio de Queiroz, un viejo amigo de la familia presidencial acusado de gestionar desvíos de dinero público en la oficina de Flavio Bolsonaro, cuando este hijo del presidente era diputado en el estado de Río de Janeiro (2003-2018).
El encarcelamiento del amigo de tres décadas tuvo el poder de contener la agresividad del presidente que otros procesos adversos, como las investigaciones judiciales y parlamentarias sobre las redes bolsonaristas de difamación y noticias falsas, no habían logrado, todo lo contrario.
El escándalo, iniciado en fines de 2018, se extendió al mismo presidente, su esposa y su exmujer, y desnudó relaciones de los Bolsonaro con las milicias, las bandas criminales que dominan muchos barrios de Río de Janeiro, en general comandadas por policías militares retirados como Queiroz.
El delito de Flavio Bolsonaro, común entre los legisladores, es conocido localmente como la «rachadinha (pequeño reparto)». Se trata de contratar asesores, no para trabajar, sino para apropiarse de sus sueldos, pagados por el presupuesto del Poder Legislativo. El supuesto funcionario gana una pequeña comisión.
Ese proceso es delictivo, está penado con cárcel, y si la investigación que adelanta la policía y el Ministerio Público prospera, puede interrumpir la carrera política de los Bolsonaro, con tres hijos en la política a la sombra del padre.
La detención de Queiroz, un testigo clave, enmudeció el presidente. En este caso vociferar no da dividendos.
ED: EG