El mayor mercado de la capital de México puede ser uno de los mayores centros de contagio de covid-19 en el país, pero nadie lo quiere aceptar: Los propios arrendatarios de locales ocultan estar enfermos por miedo a que se clausuren sus negocios. Mueren en soledad y silencio. Las autoridades, por su parte, saben que no pueden tomar medidas más duras sin colapsar el abastecimiento de millones de habitantes de la capital.
Jesús Macías recorre la Central de Abasto, el nombre del mercado, unas 16 horas al día. El hombre descarga camiones con una carretilla, lleva mercancías a los locales y distribuye a clientes frutas y legumbres. Entre chiflidos y empellones se abre paso entre miles de clientes que caminan por los pasillos donde la sana distancia es imposible. De cualquier modo, cuando se refiere al virus que tiene detenido al mundo, Macías encoje los hombros: “no creo en esos chismes”, dice.
Como él, otros 13 500 carretilleros se desplazan por las instalaciones. Todos los días, recorren varios kilómetros para abastecer a pequeños comerciantes, amas de casa y grandes cadenas de supermercados, que vienen y van de distintos lugares de la ciudad y del país.
A ellos se suman bodegueros, cargadores, propietarios. En total, 90 000 personas se mantienen directamente de la actividad diaria de esta pequeña ciudad de más de 9000 bodegas y locales, y cuyo volumen de transacciones financieras sólo es superado por la Bolsa Mexicana de Valores. Un tianguis (mercado) monumental que cada día recibe medio millón de personas. Y que no puede parar, porque de aquí depende el abasto de millones de personas en el centro del país.
Hasta el 25 de abril, la administración de la Central contabilizó un total de 25 casos de contagio por covid-19 y un par de muertes. Pero debajo de los registros oficiales, todos reconocen que la enfermedad se ha colado por todos los pasillos al grado de que algunos locatarios han cerrado voluntariamente.
“Cuando vieron que era en serio, ahí sí empezaron a cerrar”, dice en entrevista el director general, Héctor Ulises García, quien aún no puede cuantificar el tamaño del boquete.
El locatario (arrendatario de local)
Antonio Figueroa es “guayabero”. Es decir, vende toneladas de guayaba al menudeo. El hombre trabaja prácticamente todo el día en la Central, a pesar de que hace poco, otro locatario muy amigo suyo, apodado La Parca, estuvo a punto de morir de covid-19.
Por fortuna, relata, “ya anda borracho el wey (hombre)”. El comerciante se puso una tremenda guarapeta (borrachera) con sus amigos para celebrar su sobrevivencia.
Figueroa relata que el primer caso de covid-19 del que se enteró en la Central fue de un locatario vecino. “Dijeron que había sido neumonía, pero uno, burro analfabeta, no sabe que eso está conectado con la enfermedad esa. Ahí no la creíamos”.
Él no empezó a creer en el coronavirus hasta que otro amigo suyo se enfermó y fue a dar al hospital. Cuando todos esperaban por su recuperación, “¡zas!, primero se muere su hermano. Luego fue Fernando. Se lo llevaron con calentura y fiebre y no se componía, y se murió en el hospital”, cuenta.
Pero en la primera semana de mayo, a Figueroa le subió el ánimo porque, como La Parca, su amigo El Huarache también la acaba de librar.
Figueroa explica que la gente que él conoce se ha muerto muy rápido. “Aquí en la Central se han muerto varios”, jura.
— ¿A qué le atribuyes que haya tantas muertes aquí?
— Pues hay muchas versiones, uno siempre se deja ir por la más negativa. Uno no cree, pero sí dan a sospechar, dice. Y comparte un audio que le llegó por WhatsApp que dice:
“un comunicado muy importante, si tú o un familiar o un amigo tienen síntomas de gripe, dolor de pecho o toz. Aconséjales que no vayan a los hospitales, atiéndanse con un doctor de confianza, están matando a los pacientes con esos síntomas. Les ofrecieron dinero a todos los doctores de los hospitales del gobierno, incluyendo el ISSSTE, etc. Para relacionar cualquier persona con el coronavirus, hay doctores que se prestaron para recibir el pago completo para asesinar a pacientes”.
El comerciante se pone algo nervioso cuando habla de covid-19. De vez en cuando abre la pequeña caja donde deposita el dinero de su negocio y rocía agua y cloro con un atomizador su dinero guardado. También, permanentemente riega el piso de su negocio con desinfectante.
— ¿Hay muchas personas con enfermedades crónicas?
— Habemos muchos que ni siquiera sabemos que estamos enfermos. Nosotros no vamos al doctor.
— ¿Usted no ha pensado en cerrar?
— Avaricioso no soy, tampoco ambicioso. Soy muy de esos muy dados a pensar que si te toca, donde te metas, y aunque te pongas, no te toca. A mí me dicen mis padrinos: ‘si usted ya salió de esta y de esta y de esta, gracias al poder superior, pues agárrese del poder superior’. Eso me motiva.
El director
El director general de la Central de Abasto, Héctor Ulises García, calcula que estos días de contingencia sanitaria la afluencia bajó de medio millón de visitantes diarios… a 400 000.
El hombre tiene bien identificado el momento en el que el coronavirus llegó a la Central de Abasto. Lo cuenta así: en abril, la dueña de un local que viajó a Europa contagió a sus familiares y a los trabajadores de esa bodega. A partir de ahí, el virus se propagó entre cargadores, carretilleros, personal administrativo, choferes que surtieron productos a buena parte del país.
La administración de la Central, dice en entrevista telefónica, se ha dedicado a rastrear los posibles contagios, pero “hay muchos bodegueros y comerciantes que se abstienen de informar que están enfermos. Por lo tanto, no tenemos información comprobable en términos de decir: aquí tienen, aquí no tienen”.
García relata que él se ha enterado de los casos a través de los chats que tienen algunos funcionarios con los bodegueros.
— ¿Por que los locatarios no avisan que tienen casos de covid-19?
— Tienen miedo a que nosotros nos enteremos y les cerremos el negocio.
El funcionario asegura que solo han cerrado negocios que no atienden las medidas sanitarias básicas y los comercios no esenciales. Además, más de 10 000 puestos ambulantes fueron removidos para permitir la sana distancia.
Continuamente, dice, desinfectan las áreas comunes. Pero buena parte de su trabajo en estos días ha consistido en convencer los miles de trabajadores de la Central de Abasto de que el coronavirus sí existe, que la pandemia es un problema grave, y que si no se atiende va a perjudicar a todos los comercios del lugar.
Desde el 15 de abril, la administración determinó obligatorio el uso de cubrebocas dentro de las instalaciones. Incluso, instalaron túneles desinfectantes, que después tuvieron que ser retirados porque podían ser contraproducentes, según comunicó la Secretaría (ministerio) de Salud.
“Nosotros quisimos hacer todo lo que estuvo a nuestro alcance”, justifica el funcionario, quien ya no ve lo duro sino lo tupido: En días recientes el techo de la sección de flores y hortalizas se desplomó por una granizada. A eso le siguió un incendio causado por pepenadores (rebuscadores de desechos).
La Central de Abasto es mucho más que una ciudad, pero el equipo con el que cuenta García para atender los requerimientos de miles de locatarios “no pasa de 200 personas”, y debido a una disposición general, tuvo que retirar a las personas con enfermedades crónicas, embarazadas y mayores de 60 años. “Retiramos como al 40 por ciento de las personas que tenemos”, dice.
— ¿La Central de Abasto es el lugar con más contagios por covid-19?
— Eso le corresponde decirlo a la Secretaría de Salud. Lo que sí es una zona con alto contagio por la cantidad de gente que aglomera, responde cauto.
Hasta el 25 de abril, la administración contabilizaba 25 casos de covid-19 y un par de muertes. Si durante la Fase 3 de la epidemia el gobierno de la Ciudad de México no hace un rastreo minucioso de los casos, es muy probable que no se llegue a saber el número de personas que se contagiaron en este lugar.
El director dice que, desde que empezó la epidemia, muchos carretilleros de otros mercados han llegado a la Central de Abasto en busca de trabajo, porque perdieron sus empleos a causa de la cuarentena.
El empleado
Alberto Díaz es de Zacpoaxtla, en el estado de Puebla, pero lleva 15 años trabajando en una taquería dentro de este megatianguis. El taquero explica la ciencia popular: “Muchos piensan que trabajando uno suda y así se sale la enfermedad. Pero no todos. Los patrones no hacen nada y por eso son los que se enferman”.
Pese a todo, Díaz dice que el ánimo de los trabajadores ha decaído en estos días de contingencia. Es como si el cubrebocas provocara que la gente estuviera más silenciosa. No hay bromas, ni gritos.
El taquero (vendedor de tacos) también lleva su propio conteo de defunciones: “Ya hay muchos muertos, hay muchos casos. Aquí en la esquina murió uno. El patrón está con sus hijos aislados. Acá, dos bodegas adelante, murió otro. Acá, dos bodegas más, se murieron otros dos. Acá adelante, otro. Y así nos vamos”, dice mientras va señalando los locales y jura que conoce el caso de tres policías que trabajaban aquí que también fallecieron.
— ¿Cuándo empezaron los contagios?
— Todo empezó desde Semana Santa (5-11 de abril). Era un caso difícil pero esto era de esperarse. La gente no obedeció desde un principio.
— ¿Dónde trabajas no hay contagios?
— No, mandamos a descansar a dos que tres trabajadores porque están más gorditos, uno ya es más mayor tantito de 55 años y la otra no tanto, pero es chaparrita y también está gordita. No nos queremos poner en riesgo de que les pase algo. Ahora sí que por gorditos, la obesidad les afecta, mejor váyanse a su casa, engorden otro poquito y ya luego regresan.
— ¿Hay muchos rumores?
— Sí, claro. Aquí nada más bastó para que vinieran a satinizar (desinfectar) para que todos al siguiente día empiecen con que les falta el aire, ya no pueden respirar.
Pero lo que en estas fechas la gente teme, sobre todo, es ir a parar a un hospital, confía el taquero.
“Dicen que los matan, o ya sea que vayas allá y adquieres el virus y te mueres. Vas por un dolor de cabeza y al día siguiente ya saliste muerto. Luego el otro día me dicen unos conocidos: ‘mi primo se murió en una moto, se lo llevaron y ya en el acta dice que fue por covid, lo quemaron’. Y bueno ya tantas versiones que hay uno ya no sabe ni qué creer. Lo que aquí si es cierto, y hay que ser honestos, es que la gente se está muriendo”.
— ¿Tienes confianza en lo que dice el gobierno?
— Yo soy de la opinión de que el gobierno puede decir cosas que en parte sí son ciertas, pero la gente no cree. Pero aquí lo que pasó fue que el mexicano fue el que no hizo caso. La gente no hizo caso y ahora se les hace fácil decir “los doctores nos están matando”. Que sí, puede ser que te hayas muerto de otra cosa y el gobierno por agrandar la lista va a decir que fue de covid. Pero el gobierno tampoco gana nada diciendo todo eso. Quien sabe qué gentes estén detrás de todo esto.
— ¿Por qué hay gente que no quiere decir que está contagiada?
— Pues ahorita ya tienen miedo y no quien que les cierren las bodegas. Todavía falta un mes, también, ¿con qué creen que van a comer? Hay muchos que les va a perjudicar demasiado si cierran, ¿de qué van a vivir? Lo que va a pasar es que la gente mate, pero por hambre.
En la Central de Abasto los negocios no paran, ni por una pandemia: De 10:00 de la noche a 7:00 de la mañana se llevan a cabo la venta a los grandes mayoristas, supermercados o cadenas de restaurantes. En el día se realiza la venta a minoristas, que surte a pequeños negocios y hogares.
Aquí, el #QuédateEnCasa es una aspiración imposible. Porque si estos 90 000 trabajadores paran por la contingencia, el resto de la ciudad se queda sin comer.
Este artículo fue publicado originalmente por Pie de Página, una publicación de la red mexicana de Periodistas de A Pie.
RV: EG