Son las ocho de la mañana y Pascuala Ninantay está llevando en su carretilla dos grandes recipientes de agua para preparar con sus vecinas, agricultoras como ella, 200 litros de abono orgánico que luego se repartirán para fertilizar sus cultivos, en una localidad de las altiplanicies andinas de Perú.
«Aquí producimos sin químicos para tener alimentos sanos y nutritivos» relata a IPS, sobre la agricultura sostenible que practica en Huasao, un pueblo de alrededor de 1500 habitantes ubicado en la provincia de Quispicanchi, a 3300 metros sobre el nivel del mar, en el departamento de Cusco, en el centrosur del país.
Les tomará cuatro horas preparar el biol, un abono líquido compuesto por insumos naturales que cada agricultora aporta, dentro de una labor colectiva característica de la cultura del pueblo quechua, al que pertenecen la mayoría de los pobladores de Huasao y las otras localidades altoandinas de la zona.
“Nos hemos distribuido para traer todos los ingredientes, pero nos ha faltado el agua así que he ido al manante a llenar mis galoneras (recipientes con capacidad de varios galones)” explica Ninantay.
Reunidas en la casa de Juana Gallegos, trabajan en comunidad. Mientras unas cortan las plantas repelentes de insectos como la ortiga y la muña (Minthostachys mollis, una planta altoandina), otras alistan el enorme cilindro de plástico donde harán la mezcla que incluye ceniza y estiércol fresco de ganado.
No se detienen hasta culminar con el recipiente hermético lleno de 200 litros del abono que tras dos meses de fermentación se distribuirán equitativamente.
La preparación del abono orgánico es una de las prácticas agroecológicas que Ninantay y sus 15 compañeras han introducido en su labor de campesinas para obtener alimentos beneficiosos para la salud y con capacidad de adaptación al cambio climático.
Ellas son parte de las casi 700 000 mujeres que según cifras oficiales se dedican en Perú a las actividades agropecuarias, y que cumplen una función clave en la seguridad y la soberanía alimentaria de sus comunidades, pese a que lo hacen en condiciones de desigualdad pues tienen menor acceso a la tierra, a la gestión del agua y al crédito.
Así lo destaca Elena Villanueva, socióloga del no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, institución que desde hace dos años promueve la formación técnico productiva y en derechos de campesinas dedicadas a la pequeña agricultura en Huasao y otras seis zonas de la región, con apoyo de dos instituciones del español País Vasco: la Cooperación Vasca para el Desarrollo y la oenegé Mugen Gainetik.
“En este tiempo constatamos el poder que han ido ganando las ochenta mujeres a las que acompañamos, como resultado de su conciencia de derechos y de su manejo de técnicas agroecológicas. En una realidad de marcado machismo, ellas están logrando reconocimiento a su trabajo, antes invisibilizado”, indicó a IPS.
Este grupo de productoras está convencido de la necesidad de contar con alimentos nutritivos que no dañen la salud de las personas ni a la naturaleza y se sienten satisfechas de hacer su pequeña parte para que eso suceda en su entorno.
“Queremos tener alimentos variados y permanentes, pero cuidando nuestro suelo, nuestra agua, nuestras plantas, nuestros árboles, nuestro aire”, sostiene Ninantay.
“Nosotras ya no usamos químicos, con las capacitaciones nos dimos cuenta cómo los suelos y nuestros cultivos se habían hecho tan dependientes de esas sustancias, pensábamos que solo con eso tendríamos un buen rendimiento pero no, con nuestros propios abonos sacamos lechugas, tomate, acelgas, alcachofas, rabanitos y todas nuestras hortalizas grandes, bonitas, ricas. Todo es orgánico”, subraya Gallegos.
Tras consolidar la producción agroecológica de las hortalizas, decidieron transformar también en orgánicas sus siembras de papas y de maíz. “Yo veo que las plantitas están más contentas y más verdecitas las hojitas ahora que las abono de modo natural”, comenta Ninantay.
Para Villanueva, estas decisiones sobre qué sembrar y cómo hacerlo aportan a nuevas formas de producción agrícola que responden a las necesidades alimentarias de las mujeres y sus familias y contribuyen además al desarrollo sostenible de sus localidades.
“Con la agroecología enriquecen su conocimiento sobre la resistencia de los cultivos al cambio climático, realizan el manejo integral de plagas y enfermedades y tienen herramientas para mejorar la planificación de su producción”, explicó.
Y lo que es aún más importante, “este proceso levanta su autoestima y afirma su ciudadanía porque son conscientes de que están cuidando la biodiversidad, diversificando sus cultivos e incrementado su rendimiento”, agregó.
Gracias a ello, estas campesinas están obteniendo excedentes que ahora comercializan.
Tres veces por semana, Ninantay y sus compañeras se organizan para instalar su puesto en la plaza mayor de Huasao donde venden sus productos a la población local y a turistas que llegan en busca de los curanderos de la zona, de gran fama por sus adivinaciones y curaciones, en que incorporan rituales y ceremonias ancestrales.
El coronavirus altera dinámicas
Sin embargo, las medidas dictadas el 15 de marzo por el gobierno central para frenar la expansión de la pandemia de covid-19 ha reducido el comercio, al no permitirse la entrada de foráneos al municipio rural, conocido en los alrededores como “el pueblo de los brujos”, por sus curanderos.
Pero el trabajo en el campo no se ha detenido y por el contrario demanda mucho más de la participación de las mujeres.
“Antes teníamos el ingreso de mi esposo que trabajaba en la ciudad pero con el estado de emergencia ya no puede salir, así están también mis compañeras, por eso seguimos cosechando y vendiendo en la plaza y lo que ganamos es para comprar medicinas, mascarillas, lejía y otras cosas del hogar”, comenta Ninantay.
Inicialmente, cuenta, los esposos eran reacios a que participasen en el proyecto y durmieran fuera de casa para asistir a talleres de capacitación, pero al ver el ahorro en alimentos en el hogar y el dinero que ellas aportan, “ahora reconocen que nuestro trabajo es importante”.
Sus parejas, como la mayoría de los hombres de Huasao, no laboran en el campo, Trabajan en la construcción o servicios en la ciudad de Cusco, distante unos 20 kilómetros, o migran por temporadas a otras regiones mineras en busca de mejores ingresos.
Así que las tierras comunitarias, en que cada familia tiene derecho de usufructo en parcelas de tres hectáreas, quedaron en manos de las mujeres, pese a que la titularidad suele ser de los hombres. Con la oportunidad del proyecto de Flora Tristán ellas han incrementado sus cosechas y producen no solo para el autoconsumo.
Pese a la pandemia, las campesinas consiguieron el permiso de las autoridades y recibieron una capacitación sobre las medidas de cuidado y prevención a seguir para comerciar sus productos en condiciones seguras para ellas y la clientela.
Su puesto en el mercado al aire libre en la plaza mayor del pueblo ya es conocido por ofrecer alimentos saludables y los lunes, martes y jueves se acaban las hortalizas y otros productos que ofertan, al mismo tiempo que participan en otras ferias y mercados.
Su puesto en el mercado municipal es visto también como una alternativa para volver a lo natural ante el creciente cambio en los patrones alimenticios en las zonas rurales.
“Muchas personas no quieren comer la quinua, la oca (Oxalis tuberosa, un tubérculo andino), prefieren los fideos, el arroz, los niños se llenan con dulces y comida chatarra pero no se nutren, eso no está bien. Hay que educar en lo que es alimentación saludable si queremos nuevas generaciones fuertes”, reclama Ninantay.
Ese compromiso lo relaciona con la importancia de que las personas entiendan que la naturaleza, “la madre tierra”, debe ser respetada.
“Tenemos que recuperar la sabiduría de nuestros ancestros, de nuestras abuelas para cuidar todo lo que nos permite vivir, si no lo hacemos nuestros nietos, sus hijos, no tendrán agua para tomar, semillas para sembrar, alimento para comer”, alerta.
Con esa perspectiva, Villanueva, del Flora Tristán, anunció que las 80 agricultoras del programa participarán en iniciativas para la recuperación de prácticas de siembra y cosecha de agua en base a la forestación y zanjas de infiltración, usando árboles nativos conocidos como chachacomas (Escallonia resinosa) y queñuas (Polylepis).
Las productoras aspiran a que su experiencia y conocimientos se amplíen a gran escala, pues si bien ellas comparten con sus familias, vecinas y parientes lo que van aprendiendo, creen que se necesita la acción del Estado para que se expanda adecuadamente.
“Quisiéramos que no solo Huasao, sino todo Cusco sea una región agroecológica, así ayudaríamos a la naturaleza y garantizaríamos alimento sano a las familias del campo y de la ciudad”, dice Gallegos, convencida que si ellas lo lograron, todos pueden.
Ed: EG