Dos camiones militares avanzan por las calles llenas de pozos de un suburbio de Buenos Aires. Es el mediodía y cada uno arrastra una vieja cocina de campaña con 250 raciones de comida caliente. Frente a una iglesia sin campanario espera con paciencia una larga fila de personas que cargan ollas, recipientes de plástico o hasta alguna lata.
Así, con reparto masivo de alimentos en los barrios pobres, Argentina está enfrentando la casi total parálisis de la actividad económica generada por la pandemia de coronavirus.
La cuarentena general y obligatoria dispuesta por el gobierno desde el 20 de marzo ha dejado sin ingresos a los trabajadores informales, un sector que no ha dejado de crecer en las últimas décadas, al ritmo de las sucesivas crisis en la tercera economía de América Latina.
Se estima que la precariedad laboral alcanza hoy a casi 50 por ciento de la población económicamente activa en este país del Cono Sur americano con 44 millones de habitantes.
“Hace más de 20 años me echaron de una fábrica. Ahora tengo un tallercito en mi casa en el que arreglo bicicletas, ruedas de moto y hago soldaduras, pero no hay nada de trabajo por la situación”, dice a IPS Calixto, un hombre con una larga melena gris que se lleva una olla cargada con un guiso de arroz y un voluminoso trozo de pan.
Con eso tendrán que alimentarse, cuenta, las siete personas que viven su casa.
La escena transcurre sobre un descampado con el pasto crecido en una esquina de la avenida Crovara. Es una de las principales arterias de La Matanza, un gigantesco municipio lindante con la ciudad de Buenos Aires, de 330 kilómetros cuadrados.
La Matanza tiene más de 100 asentamientos precarios, en los que se vive con conexiones informales a los servicios básicos, y también con barrios urbanizados. En Argentina muchos la llaman “la quinta provincia”, ya que con 2,2 millones de habitantes supera en población a 19 de las 23 provincias del país.
El Ejército llegó aquí ante la emergencia, para complementar la asistencia alimentaria que habitualmente realizan organizaciones sociales, la Municipalidad (alcaldía) y las iglesias católicas de los diferentes barrios.
“La mayoría de los hombres de la zona trabaja en la construcción o son vendedores en ferias, y las mujeres, en el servicio doméstico”, cuenta Daniel Echevarría, sacerdote de la iglesia católica del barrio 22 de Enero, en el que viven unos 28 000 habitantes, en casas que en algunos casos están bien terminadas y en otros sobreviven a medio hacer.
“Hubo gente que pudo resistir con ahorros la primera semana de la cuarentena, pero después ya no. Muchos están necesitando comida por primera vez”, dice a IPS.
El Ejército instaló en La Matanza ocho puestos en los que cocina y desde lo que sale en tres turnos diarios –a las 11:00, a las 14:00 y a las 18:00 locales- a distribuir comida por los barrios.
Uno de ellos está en el polideportivo San José, un gran espacio verde con canchas de fútbol y básquetbol que pertenece a la Iglesia católica y ha sido completamente transformado por la emergencia.
En los recintos cerrados se han colocado camas en las que duermen tanto jóvenes como ancianos que no tienen un hogar donde pasar la cuarentena.
Y bajo un tinglado de chapa construido para albergar reuniones familiares está la gigantesca cocina alemana marca Karcher de color plateado, en la que el Ejército prepara las comidas, casi todas guisos, populares platos argentinos cocinados en salsa con diferentes productos.
“Nos sentimos muy bien, orgullosos de estar al lado de la sociedad en un momento tan difícil”, dice a IPS el mayor Sergio Mastandrea, quien está a cargo de los 18 oficiales, suboficiales y soldados voluntarios del Ejército que trabajan en el Polideportivo San José.
“En todo momento la gente nos hace sentir que están muy agradecidos con nosotros. Más de una vez a nuestra llegada nos han recibido con aplausos”, agrega.
La cocina, que funciona con gas envasado y diesel, la maneja con destreza el sargento ayudante Carlos Rivas, quien revela que cada guiso lleva hasta 30 kilos de arroz, fideos o lentejas, más carne y verduras, ya que las raciones son abundantes: cada una es suficiente para dos o tres personas.
A Rivas no le falta experiencia en grandes cantidades. “Además de durante ejercicios militares, cociné en distintos lugares del país en operativos de asistencia en inundaciones y también en Chipre, en una misión humanitaria del Ejército argentino”, cuenta.
El Ministerio de Defensa informó que el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea están repartiendo 300 000 raciones diarias de comida en todo el país desde que comenzó la cuarentena obligatoria, en operativos que a diferentes escalas se semejan al de La Matanza.
Además están realizando otras tareas, como el reparto de insumos sanitarios a hospitales, en lo que se califica como el mayor despliegue de las Fuerzas Armadas desde la Guerra de Malvinas, que enfrentó a la Argentina con Gran Bretaña en 1982.
Aunque los repartos de comida se realizan en todo el país, el mayor esfuerzo está concentrado en el llamado Gran Buenos Aires, conformado por los 35 municipios que rodean la capital de tres millones de personas.
En esa área metropolitana viven unos 10 millones de personas y, según cifras oficiales, la pobreza alcanza a 40 por ciento de la población, cinco puntos porcentuales más que el promedio nacional.
El daño económico ocasionado por la pandemia en la población más vulnerable quedó reflejado en el dato de que la asistencia alimentaria pasó de ocho a 11 millones de personas apenas en las primeras dos semanas de cuarentena, según informó el Ministerio de Desarrollo Social.
Esa realidad la conoce en primera personas Miguel Ángel Rubio, quien colabora con la parroquia San José de La Matanza en el trabajo social: “A nuestro comedor vienen habitualmente 500 personas por día, pero desde que comenzó la cuarentena hubo días que recibimos a casi 1000”, cuenta a IPS.
“Muchos padres no están acostumbrados a pedir comida y envían a los repartos a los hijos chiquitos”, detalla Rubio, quien reconoce que en muchos asentamientos y barrios y de La Matanza se hace imposible cumplir la cuarentena “porque tal vez viven seis personas en un cuarto”.
Las grandes cocinas rodantes en las que el Ejército transporta los guisos hasta los barrios parecen objetos de un museo de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, son de 1942 y, aunque antiguamente se utilizaban para cocinar, ahora sirven para mantener los guisos calientes durante el reparto.
Los militares, que no llevan armas y se mueven con custodia de la policía, sumergen grandes cucharones y llenan los recipientes que les acercan los habitantes de los barrios.
“Tiempos malos ha habido muchos, pero tener que pedir comida no me había pasado nunca”, cuenta mientras espera en la fila Nahuel, un hombre de 30 años, divorciado y con dos hijos, que explica que una parte importante de sus ingresos son los alquileres de dos locales comerciales que posee en San Justo, la localidad cabecera de La Matanza.
“No me van a poder pagar los alquileres porque acá la plata se genera con el trabajo día a día”, reconoce con resignación. El aumento de la desigualdad es una secuela de la covid-19, pero en lugares como La Matanza también iguala, para mal.
E: EG