La historia se aceleró demasiado para una parte de la población de Brasil que al parecer se siente oprimida por los avances de la ciencia, la cultura y las costumbres y se rebeló para alzar a Jair Bolsonaro a la presidencia y sostenerlo incluso en sus disparates.
Los continuos reemplazos de autoridades por el presidente van aclarando el carácter del actual gobierno, al desnudar las distorsiones cognitivas del llamado bolsonarismo, que rechaza el conocimiento y temas contemporáneos, como el cambio climático, las cuestiones de género y el multilateralismo, que atribuyen a conspiraciones contra la nación y la familia.
Varios miembros del equipo gubernamental ubican su utopía en un pasado preciso, comenzando por el propio mandatario de extrema derecha, quien durante la campaña electoral que lo llevó al triunfo en octubre de 2018, reiteró que anhela “un Brasil similar al que teníamos hace 40 u 50 años”.
El ideal de Bolsonaro apunta al período más duro de la dictadura militar, de 1969 a 1974, bajo la presidencia del general Garrastazú Médici. En aquella época, y pocos años antes o después, se graduaron como oficiales del Ejército tanto Bolsonaro como algunos generales que lo acompañan ahora en el gobierno.
También forma parte del oficialismo una corriente que quiere restaurar la monarquía que estuvo vigente desde la independencia brasileña, en 1822, hasta la proclamación de la república en 1889.
El mismo Bolsonaro dijo que pretendió tener como su vicepresidente a un descendiente de la familia imperial, el hoy diputado LuizPhillipe de Orleans y Bragança. Pero esa función le fue encomendada finalmente al general retirado Hamilton Mourão.
Otros quizás incluso pareciera que preferirían una época anterior a la teoría de la evolución de las especies, comprobada por el británico Charles Darwin (1809-1882).
No sería grave en ciudadanos comunes, pero sí lo resulta en autoridades como el recién nombrado presidente de la Coordinación de Perfeccionamiento de Personal de Nivel Superior (Capes), Benedito Aguiar Neto, cuya función es fomentar la investigación científica.
Hay entre los más retrógrados del bolsonarismo los que creen en la Tierra plana, en rechazo a la ciencia acumulada desde la civilización griega, antes de la era cristiana.
Una encuesta del Instituto Datafolha registró que siete por ciento de los entrevistados se declaraban como “terraplanistas”, el ejemplo más extentóreo de la negación de la ciencia entre los extremistas de derecha que llegaron al poder hace un año.
No es que ellos y otros “negacionistas” sean todos bolsonaristas, pero tienden a adherir al liderazgo del político que repitió, dio voz, unió y movilizó una multitud de los marginados del progreso del conocimiento humano. Con el actual gobierno muchos pudieron salir del armario antihistórico donde se reprimían.
Tampoco se trata de baja escolaridad. Los fieles incondicionales a Bolsonaro, 12 por ciento de los electores (mayores de 16 años) según el sondeo de Datafolha, realizado en julio de 2019, suben de proporción en la medida que crece la escolaridad, la edad y el ingreso.
De solo cinco por ciento entre los más pobres, que ganan menos de dos salarios mínimos mensuales (SM, 500 dólares), sube a 15 por ciento entre los de dos a cinco SM y a 25 por ciento en el grupo de ingresos superiores a 10 SM.
Por escolaridad, los bolsonaristas son 12 por ciento de los que se limitaron a la primaria y 16 por ciento de los graduados universitarios. Los mayores de 60 años apoyan más al presidente (19 por ciento), que los de 45 a 59 años (16 por ciento), índice que cae a solo 5 por ciento entre los jóvenes de 16 a 24 años.
Entre los empresarios encuestados, el respaldo a Bolsonaro alcanzó 32 por ciento, mientras solo ocho por ciento de trabajadores informales, domésticos, desempleados y dueñas de casa son sus adeptos radicales.
Es decir, la elección y el sostén del presidente no deriva de la indignación contra la pobreza, la desigualdad, la explotación del trabajo o el desempleo.
El resentimiento, la revancha, es un elemento común en la gran variedad de esos fieles, que se mantienen bolsonaristas tras un año de atropellos, frustraciones y groseras peleas internas.
“Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” es una frecuente mención bíblica de Bolsonaro en sus discursos. Es puro cinismo para sus críticos, pero subraya creencias que le aseguran adeptos, aunque sean falsedades.
Hay muchas verdades que restablecer, según ellos.
El Ministerio de Relaciones Exteriores, por ejemplo, rechaza en los foros internacionales las referencias a género e impone la salvedad de que para Brasil solo hay dos sexos, masculino y femenino. “Ideología de género” es uno de los molinos de viento con que pelea el gobierno, también en la enseñanza.
El ambientalismo se alimenta de mentiras y trampas, cree Bolsonaro.
Decir que las organizaciones ambientalistas estarían por detrás de los incendios forestales en la Amazonia, con apoyo financiero del actor estadounidense Leonardo Di Caprio, es ridículo, pero confirma su convicción de que tales entes son enemigas del país y conspiran contra la soberanía brasileña.
Comparten tal convicción muchos militares, como algunos generales retirados que componen su plana mayor en el gobierno, que temen una colusión entre ambientalistas, indígenas y Naciones Unidas o potencias extranjeras para quitar a Brasil partes de la Amazonia.
Este mismo mes, Bolsonaro aseguró que «los indígenas están evolucionando, cada día más se hacen un ser humano como nosotros», una expresión con la que no parece percibir que alienta un etnocidio, una idea que incluso los militares rechazan desde los años 60.
Otro ingrediente del bolsonarismo es creer que Brasil vivía bajo un régimen socialista, con el “marxismo cultural” y la ideología de género dominando la cultura, las universidades y toda la educación, no parece cuajar con la sanidad mental, pero moviliza una gran parte de la militancia bolsonarista y de los actuales gobernantes.
“El día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, liberarse de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto” es como Bolsonaro definió su propia toma de posesión el 1 de enero de 2019.
Atacar la izquierda, el feminismo, el ambientalismo, la diversidad y el “globalismo” antinacional es un trampolín para ascender al gobierno. Fue así con varios ministros, como el de la Educación, Abraham Weintraub, el del Medio Ambiente, Ricardo Salles, y el Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo.
Pero el exsecretario de Cultura, Roberto Alvim, exageró al repetir frases del jefe de propaganda del nazismo, Joseph Goebbels, en un discurso el 17 de enero. Las fuertes reacciones llevaron a su destitución.
Fue sustituido por la actriz Regina Duarte, un ícono de la televisión brasileña, protagonista de telenovelas y programas importantes, incluso el feminista “Malu Mujer” de los años 80.
Otro elemento típico de los bolsonaristas, incluso aquellos exitosos en sus carreras y algunos ministros actuales, es que no son reconocidos por sus pares, por sus ideas derechistas y simplonas.
Se sienten marginados porque se les percibe como mediocres, incultos o tontos. El mismo Bolsonaro estuvo relegado a esa condición durante los 28 años en que fue diputado nacional, visible solo en sus diatribas, en defensa de la dictadura militar y en agresiones a mujeres, negros e indígenas.
Bolsonaro ascendió por su brutal discurso contra las nuevas ideas, que su gente considera del “marxismo cultural”, y contra la corrupción sistémica durante los gobiernos del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).
Representa la revancha de los militares y los de mentalidad simple, que se sienten oprimidos por nuevas ideas complejas y “comunistas”.
“Bien aventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reno de los cielos” es el texto bíblico que mejor refleja ese proceso, que sorprende los bien pensantes por alzar al poder alguien que consideran descalificado.
Edición: Estrella Gutiérrez