Quien repase las medidas y políticas del gobierno del mexicano Andrés Manuel López Obrador para la Selva Maya se encontrará con una contradicción profundísima. Al mismo tiempo que se impulsan medidas ambientalmente muy importantes, como el programa Sembrando Vida, se recorta el presupuesto del sector ambiental hasta dejarlo en los huesos.
Y mientras con una mano se prohíbe la entrada al país de mil toneladas de glifosato -un triunfo de las comunidades campesinas de la península de Yucatán-, con la otra se hace el enorme regalo que el Tren Maya supone para los especuladores, los grandes capitales del turismo y las finanzas y los grandes comerciantes.
Parece que el gobierno de la Cuarta Transformación (la propuesta del presidente de un cuarto y profundo cambio histórico del país) quiere servir a los campesinos y a sus enemigos al mismo tiempo, y eso es, de entrada, tomar partido contra los bosques y las comunidades que los habitan.
El glifosato es un producto que se usa en centenares de pesticidas y que sirve para acabar con todo, salvo los cultivos diseñados para sobrevivirlo. Su versión más famosa es el pesticida Round-Up, pues hace una dupla con los transgénicos Round-Up Ready, modificados para resistir al veneno.
Como sin glifosato los transgénicos no son más que una versión extremadamente cara y peligrosa de plantas que se pueden conseguir por menos precio, prohibir la entrada del glifosato no es solamente una medida que protege la salud de los seres humanos y ayuda a conservar la naturaleza: es también un triunfo para quienes llevan muchos años luchando contra los organismos genéticamente modificados, y que están sobre todo en la región de los Chenes de la península de Yucatán.
Por otra parte, el programa Sembrando Vida puede sentar las bases para reconstituir las economías campesinas de la región y para recuperar las selvas de la zona. Se trata de un esfuerzo proactivo, centrado en la formación de capacidades productivas y de la recuperación de saberes, vínculos y productos para avanzar hacia la soberanía alimentaria y la restauración forestal, con una visión de largo plazo y muy incluyente.
Aunque hay dudas importantes sobre cómo y dónde se venderán y distribuirán los productos que se obtengan por este programa, supone un avance muy importante respecto de esfuerzos anteriores.
La combinación de ambas medidas -el impulso de la producción campesina y sustentable y la prohibición del glifosato- puede redundar en la generación de empleos en el mediano y largo plazo; en una mayor conservación de ecosistemas muy importantes y muy frágiles, como todos los de la península de Yucatán, y en una mejora sostenible y muy notoria en la calidad de vida en la región. Ambas son muy dignas de celebrarse. Lo malo es que el mismo gobierno que las impulsa las está saboteando.
El proyecto del Tren Maya, que se acaba de someter a consulta, según anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador, está explícitamente diseñado como un esfuerzo por acabar con las economías y los modos de vida campesinos, según ha dicho el director de Fonatur y jefe del proyecto, Rogelio Jiménez Pons.
Según él, lo que se busca con este esfuerzo es urbanizar la península de Yucatán y dar nuevos bríos al turismo, que ya es un motor importante de la economía local, aunque no haya servido para combatir la pobreza y la desigualdad en la zona, según datos de Coneval.
Quienes saldrán beneficiados con el proyecto serán los trabajadores calificados de otros estados, que son quienes han migrado a Quintana Roo desde que se dio impulso a los megahoteles de Cancún; los especuladores de terreno, que ya empezaron a acaparar tierras y viviendas, y los dueños de las finanzas, que ya ven cómo sus negocios, que ya han crecido hasta multiplicar su tamaño varias veces en los últimos años, harán su agosto prestando dinero para los desarrollos inmobiliarios de la zona.
Además, esos desarrollos competirán por la mano de obra calificada que se requiere para que los proyectos de Sembrando Vida salgan adelante, complicando mucho su éxito.
Para colmo de males, los recortes a la Secretaría (ministerio) de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) la dejan sin la capacidad para poner orden en la región, para combatir las faltas a la legislación ambiental y para impulsar una mejor relación con el entorno.
Mientras tanto, quienes tienen que garantizar los servicios públicos en la zona, que son las autoridades municipales, siguen sin tener el presupuesto y las capacidades que necesitan para enfrentar los problemas de hoy -mucho menores que los que traerá el Tren Maya.
No se puede salir adelante impulsando una estrategia y después la contraria. No se puede esperar que tenga éxito la reactivación de las economías campesinas al mismo tiempo que se invierten decenas de miles de millones de pesos en un proyecto diseñado para desruralizar la zona.
Lo bueno es que no es demasiado tarde para olvidar los componentes inmobiliarios del Tren Maya y centrarse en construir una red de transporte más eficaz para la región.
No es demasiado tarde para hacer una apuesta verdadera y de fondo para avanzar por el camino que está abriendo Sembrando Vida. Ojalá que la Cuarta Transformación apueste por el campo y por los campesinos y no por el gran capital.
Este artículo fue publicado originalmente por Pie de Página, publicación de la mexicana Red de Periodistas de A Pie.
RV: EG