Abou lleva más de un mes durmiendo en una casa de campaña afuera de la estación migratoria Siglo XXI, en Tapachula, una ciudad del sur de México. Su lengua materna es el pulaar, su piel es negra y –a sus 33 años– carga un historial de lucha en defensa de su identidad en su tierra natal: Mauritania.
Mauritania fue el último país africano en abolir la esclavitud. Se trata de una nación que se independizó de Francia en 1960, y sufrió un golpe de Estado en 2008.
La huella del proceso de colonización, los conflicto políticos y la estratificación social provocan que Mauritania sea uno de los países más pobres del mundo: está en el lugar 159 de 188 naciones en el índice de desarrollo humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Ahora, los mauritanos forman parte de los nuevos flujos migratorios que están llegando a la frontera sur de México.
Abou tiene la historia de su país marcada en su propia biografía. El joven dejó su casa porque era perseguido por protestar en contra de la discriminación institucional y la esclavitud.
Su vida cambió a partir de 2011, cuando asegura que el gobierno de su país comenzó a decidir quién era mauritano y quién no. Las autoridades organizaron un censo para sistematizar documentos de identidad nacional, trámite que algunas organizaciones en defensa de las personas negras temían pudiera conducir a expulsiones arbitrarias de ciudadanos.
“Cuando fuimos a la oficina a registrarnos, nos pidieron como requisito ser capaces de leer el Corán y hablar árabe, porque si no puedes hablarlo eres considerado un extranjero”, dice Abou mientras escribe en una libreta, que su idioma materno es el pulaar.
El pulaar es el idioma de los fulani, un pueblo que se encuentra abajo en la estructura social de Mauritania. La mayor parte de la población en ese país africano son bereberes o amazigh, grupos étnicos con creencias musulmanas y piel clara.
En la zona sur del territorio de Mauritania se localizan las poblaciones de origen subsahariano y piel negra como los wólofs, los mandés y los fulanis como Abou. Después hubo un mestizaje entre los dos grupos del que nacieron los haratines.
“Las personas migran por la pobreza que es consecuencia de la política colonial francesa y la estratificación racial y de clase. Las personas negras son sometidas por una estructura esclavista o son los que menos acceso al empleo tienen y eso los obliga a migrar”, explica Luis Alonso Zamora Villalobos, académico mexicano experto en África.
Ante esta realidad discriminatoria, cientos de mauritanos negros marcharon en septiembre de 2011, para denunciar que el censo que estaba realizando el gobierno era racista, porque pedía más requisitos a las personas negras para que demostraran su derecho a la ciudadanía.
“Fuimos a ver al representante de nuestro departamento para decirle que no estábamos de acuerdo con esta discriminación, pero no éramos nadie en la ciudad, nos arrestaron y nos llevaron a la estación de policía”, narra Abou.
Los manifestantes que no fueron detenidos se enfrentaron con la policía. Uno de los vecinos de Abou fue asesinado el 27 de septiembre de 2011, después de que las fuerzas de seguridad dispararon durante una protesta pacífica convocada en la ciudad de Maghama por Touche pas à ma nationalité, una organización creada para combatir la discriminación contra los mauritanos negros.
El nombre del joven asesinado era Lamine Mangane, tenía 17 años. Otras personas menores de edad también resultaron heridas durante la misma manifestación, entre ellos un niño que solo tenía 9 años.
Abou recuerda que después de la muerte de Lamine, el jefe del departamento de Maghama decidió crear un acuerdo para tratar de contener la inconformidad social, y para eso les pidió a los ancianos de la ciudad aconsejar a los jóvenes detener las manifestaciones.
Dos semanas después, Biram Dah Abeid, el líder de la Iniciativa para el Resurgimiento del Movimiento Abolicionista (IRA), fue a la ciudad de Abou. Su discurso fue tan potente que lo convenció de sumarse a las filas de esta organización.
IRA es una organización que desde 2008 protesta contra la esclavitud en Mauritania. El grupo utiliza como sus estrategias de protesta sentadas frente al ministerio de justicia nacional, huelgas de hambre y marchas por ciudades y pueblos alrededor del país para prohibir la justificación religiosa de la esclavitud en el país.
“Fue a la casa de la familia de la víctima y les presentó sus condolencias. Dio un discurso en el que se posicionó en contra del Estado y dijo que lucharía en contra de la esclavitud y el racismo institucional. Ese discurso me convenció. Luego fue mi primo que era miembro del movimiento, me empujó a unirme. Así fue como me hice parte de IRA”.
Mauritania esclava
En 1981 Mauritania declaró la esclavitud como un práctica ilegal y así se convirtió en el último país del mundo en hacerlo, no obstante, hasta 2007 el gobierno promulgó una ley para penar las prácticas esclavistas.
“Es muy común todavía encontrar poblaciones que se encuentran en condiciones de esclavitud y normalmente pertenecen a la categoría social de los haratin”, dice el especialista mexicano Zamora Villalobos.
Más de 90 mil personas en Mauritania son esclavas, según el Global Slavery Index. Uno de cada dos haratines vive en condiciones de esclavitud: es obligado a trabajar en granjas o casas particulares sin la posibilidad de obtener libertad, educación o salario, de acuerdo con la Organización de Naciones y Pueblos No Representados (UNPO, en inglés).
El académico comenta que la esclavitud existe en África desde el principio de la historia del continente, pero es distinta que en México porque en América Latina se concibe desde el punto de vista mercantilista, como ocurrió del siglo XV hasta el XIX con la trata de esclavos.
En África, una persona llega a la esclavitud cuando es capturado en conflictos armados, después de un desastre natural, una deuda, pero mantenía su estatus social, privilegios e incluso títulos nobiliarios.
Zamora Villalobos agrega que algunos grupos de poder en Mauritania creen que las organizaciones antiesclavistas como IRA están en contra de su cultura. “El gobierno actual está muy islamizado y ve las campañas antiesclavistas como una injerencia extranjera que quieren cambiar sus prácticas culturales”, asegura el especialista.
Abou ya luchaba contra la esclavitud, cuando el 29 de febrero de 2016 organizó junto con otros integrantes de IRA, protestas en contra de la detención del líder de la organización, quien estaba enfermo, en prisión y no podía ver a su doctor.
Las personas detenidas se dieron cuenta que ya tenían el nombre de los integrantes de IRA, y una estrategia para perseguirlos. Ahí estaba el nombre del primo de Abou, quien era vicepresidente del movimiento en ese tiempo.
La familia de Abou le aconsejó al joven dejar el país, ir a Senegal y esconderse ahí para no ser atrapado por la policía. Estuvo en territorio senegalí dos meses, regresó a Mauritania solo para obtener una visa y dejar el continente.
“La policía tenía mi nombre ya en febrero, dejé Mauritania en junio. Le pedí a un amigo del aeropuerto un favor para volar a Sao Paulo, Brasil. Cuando llegué ahí decidí quedarme por dos años antes de decidir venir y quedarme en México”.
Abou dice que luego dejó Sao Paulo porque la policía también lo perseguía en esta ciudad, pero por otras razones. El joven de Mauritania vendía ropa, pero los agentes no lo permitían y le quitaban su mercancía, lo que no le permitía desarrollar cierta estabilidad económica.
Es por eso que Abou decidió comenzar su camino a México, desde Brasil. Tomó un autobús hacia Perú, contrató un agente de migración para poder salir del país. Cuenta que lo más difícil del camino fue lograr cruzar a pie la jungla, en la frontera de Colombia y Panamá.
Él y otros migrantes caminaron durante seis días desde Capurganá, un pueblo en la costa caribeña de Colombia, hasta territorio panameño. Abou recuerda que vio serpientes en el día, se enfrentaba con los mosquitos en la noche. Pero lo peor fue la pérdida de su amigo Fabrice, a quien dejó atrás entre el follaje de la selva.
En Panamá su estancia fue breve: 25 días, antes de viajar a Costa Rica, un país que Abou califica como hermoso. Lo trataron de una forma benévola y lo motivaron para continuar con su viaje, incluso le dieron la oportunidad de acceder al sistema de salud pública.
Estuvo en suelo costarricense solo unas horas, después llegó a Nicaragua, donde él y sus compañeros de viaje tuvieron que pagar 150 dólares para salir del territorio y poder entrar a Honduras, país al que llegaron un viernes. Tuvieron que esperar hasta el lunes para que abrieran las oficinas del instituto migratorio. Ahí Abou le tomaron fotografías y las huellas digitales, para permitirles continuar su viaje.
Después llegó Guatemala, donde la policía los detenía de forma continua. En cada encuentro con agentes tenía que pagar casi 40 dólares para continuar, no obstante, la mayoría de problemas no los enfrentó hasta su llega a México.
Cinco dólares le costó el último tramo antes de conocer México. Pidió que los balseros de Guatemala lo ayudaran a cruzar el Suchiate en las pequeñas embarcaciones hechas con tablas y llantas, para llegar a Ciudad Hidalgo, Chiapas. Luego tomó un autobús pequeño para llegar a Tapachula, la ciudad donde se encuentra atrapado.
En México
Abou no entregó dinero a las autoridades migratorias en Tapachula, pero -asegura- 37 migrantes mauritanos que ahora se encuentran en la ciudad, pagaron 110 dólares para entrar a la estación migratoria Siglo XXI, que administra el Instituto Nacional de Migración (INM) en esta ciudad del estado de Chiapas.
También tuvo la suerte de estar tres días en México sin ser detenido, pero luego llegaron los agentes migratorios y los llevaron a la estación migratoria, donde estuvo detenido siete días.
Antes de salir de la estación Siglo XXI, los funcionarios de migración le dieron a Abou un documento en español y le pidieron que lo entregara en la Oficina de Regulación Migratoria que se encuentra en el fraccionamiento.
Abou llevó el documento redactado en un idioma que no entendía, al lugar que le indicaron, pero las personas que trabajan en el lugar lo rechazaron argumentando que su nombre y edad no eran correctos.
En ese momento, Abou recordó su pasado de protestas y decidió unirse al resto de migrantes africanos que no pueden salir de Chiapas porque el Instituto Nacional de Migración no permite que avancen hacia el norte del país desde el 7 de junio de este año.
En esa fecha, el gobierno de México y el de Estados Unidos llegaron a un acuerdo que deja en suspenso la aplicación de aranceles a productos mexicanos y compromete al gobierno de Andrés Manuel López Obrador a registrar y controlar las entradas de migrantes, así como a desplegar a la Guardia Nacional por la frontera sur del país.
“Nosotros estamos atrapados aquí en Tapachula porque el presidente Donald Trump no entiende que la gente que está aquí no son personas que estaban en la calle en sus países. Somos personas educadas, con diferentes aptitudes, dejamos nuestros países por diferentes problemas, políticos, sociales, económicos, situaciones muy diferente”, denuncia Abou.
Más de cuatro mil personas que provienen de 16 países africanos se encuentran en esta ciudad chiapaneca, de acuerdo con un comunicado de la Asamblea de Migrantes Africanos y Africanas en Tapachula, organización política creada a partir de los problemas migratorios de quienes atravesaron el océano Atlántico para llegar a México.
“Varios inmigrantes provenientes de África decidimos hacer una protesta en esta misma ciudad. Fuimos a la estación migratoria y nos quedamos ahí, comemos ahí, hacemos todo ahí”, describe Abou.
Los africanos acampan a unos metros de la estación migratoria. Familias de hasta cuatro integrantes viven en casas de campaña al alcance del calor, la lluvia y enfermedades como el dengue.
“El problema es que teníamos la asistencia de nuestras familias, solían enviarnos dinero para ayudarnos con el proceso y los trámites correspondientes, pero mientras más pasa el tiempo, son menos capaces de hacerlo”, dice Abou.
El sueño de Abou es ir a Estados Unidos. No conoce a ningún mauritano que viva allá, pero desde que era niño imaginaba que se graduaba en una escuela estadounidenses y trabaja en la tierra que promete libertad, al contrario de su país.
Este artículo fue publicado originalmente en Pie de Página, un sitio digital de la mexicana red de Periodistas de A Pie.
RV: EG