Nelsmar tiene 15 años y ya conoce la desesperación. Nadie está preparado para ello, menos a esa edad. Hace nada asistía a un colegio de clase media alta en Valencia, una ciudad en el centro de Venezuela, ahora duerme en un barrio de Cúcuta en una cama compartida con sus hermanos.
Antes soñaba con ser azafata de avión o psicóloga; hoy el afán por sobrevivir copa sus días.
En el desarraigo, Nelsmar ha tenido que ser fuerte y con coraje enfrenta cambios todos los días.
Se ha inscrito en un nuevo colegio, debe cuidar de sus hermanos mientras sus padres trabajan y ha tenido que aprender a cuidarse en una comuna que tiene problemas de seguridad.
Sin embargo ha aprendido a entender su condición e incluso se ha unido los sábados a un grupo voluntarios que trabajan con temas juveniles.
Así lo confirma Dildar Salamanca, coordinadora en terreno del programa del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA). “La mujer adolescente y migrante es un ser infinitamente resiliente, fuerte, capaz de sobreponerse a la hostilidad de la vida”, explica.
A diario se evidencian largas filas de personas que acceden a Colombia sin control migratorio y cruzan el río Táchira pensando que el Edén está del otro lado de la frontera.
La crisis en Venezuela golpeó a Nelsmar, y a más de 1,2 millones de venezolanos que han migrado a Colombia, seún cifras registradas en la página web www.R4V.info, sitio oficial que recopila información sobre la respuesta humanitaria que presta la Plataforma de Coordinación Interagencial de Naciones Unidas para Refugiados y Migrantes de Venezuela.
Nelsmar, migró hace menos de dos años desde Valencia, la capital del estado de Carabobo. Tras ocho días caminando y el resto en autobús, llegó a la frontera con Colombia.
Y aunque pensó que aquella travesía era lo peor, recién luego, ya en Cúcuta, tomó consciencia de los peligros de la migración no planificada. O simplemente sintió el peso de ser venezolana.
Durante varias semanas de recorrido, durmió en la calle y en una pensión que sus padres pudieron pagar, tuvo dificultades para asearse, encontrar un baño, acceder a un champú, a unas toallas sanitarias o a una linterna para las noches de caminata.
Es en ese momento de tránsito, donde los suministros sanitarios se vuelven importantes para preservar la dignidad, el bienestar y la movilidad de las mujeres, y más si son migrantes o viven situaciones de emergencia que les impide acceder a sus necesidades cotidianas.
Sucede así cuando “no tienes los medios para asearte y cambiarte” o cuando el dinero no alcanza, “algo tan natural como la menstruación se convierte en una dificultad”.
Respuesta integral ante la emergencia
Para el caso de la migración venezolana, donde el éxodo masivo en condiciones irregulares conduce al aumento de la violencia sexual y los abusos domésticos, UNFPA brinda apoyo técnico para la integración de la prevención, la respuesta y la mitigación de la violencia de género en el Plan Regional de Respuesta a la Migración (RMRP) y lidera el grupo de trabajo sobre violencia de género en la oficina de la Plataforma Regional para los Refugiados y Migrantes de Venezuela.
En este contexto los “kits de dignidad” actúan como herramienta primaria de protección porque brindan condiciones dignas (de ahí su nombre) para el autocuidado de una población que, en la vorágine del desplazamiento, ha perdido lo esencial para sobrevivir.
Esos kits también son la primera puerta de entrada a la respuesta humanitaria integral que UNFPA dirige para resolver las necesidades de salud de las mujeres y adolescentes migrantes; desde las más inmediatas relativas a la higiene, hasta las de salud prenatal como complicaciones del embarazo y el parto, que pueden amenazar sus vidas.
Otras líneas de la respuesta humanitaria son la entrega de anticonceptivos que en las ciudades fronterizas de Cúcuta y Maicao, llegaron a más de 2.600 mujeres en 2018 y la realización de talleres de prevención de violencia basada en género, que también hacen parte de las acciones estratégicas de apoyo técnico que brinda UNFPA a la población migrante.
Se trata de promover enfoques integrados y transfronterizos dirigidos a mujeres y niñas no sólo en Colombia sino también en Ecuador, Brasil y Perú, donde se evidencian las consecuencias del éxodo masivo.
“El objetivo del trabajo de capacitación es proporcionar espacios para la discusión sobre los derechos sexuales y reproductivos, prevenir la violencia de género y la violencia sexual, y dejar en claro dónde están los lugares para recibir la atención si son víctimas de agresiones”, explica Salamanca.
Nelsmar no imaginaba que iría a compartir un aprendizaje así. Al menos no lo pensaba cuando tuvo que cambiar aquella maleta que pensaba usar cuando se convirtiera en azafata por un equipaje lleno de miedos, como el que acarrea hoy.
“La mujer migrante es elevadamente valiente, puede cargar las hieles de la migración y al mismo tiempo las mieles de tener su familia unida, no se rinde ante un ‘no’ y mucho menos ante un ‘tal vez’”, agrega Salamanca.
Nelsmar podría haberse rendido y sumergirse en la ilusión perdida de lo que una vez fue, o encerrarse en el porqué de la situación compleja que ha vivido. Pero prefirió abrir ese equipaje para contar su historia y volver a emprender vuelo. Ella misma lo deja en claro.
—¿Cómo te sientes?
—Bien, con los sueños intactos.
Este artículo fue publicado originalmente por el Fondo de las Naciones Unidas para la Población (UNFPA). IPS-Inter Press Service lo reproduce por un acuerdo general con la Organización de las Naciones Unidas para la difusión de sus contenidos.
RV: EG