Una de las formas en que se manifiesta la desigualdad es haciendo que la localización sea una limitación para el logro socioeconómico. La igualdad de oportunidades implica que el lugar donde una persona nace o elige vivir, no debe determinar su acceso a oportunidades o la capacidad de vivir una vida decente.
Mientras que tendemos a medir muchos indicadores de prosperidad a nivel nacional, estas estadísticas ocultan muchas de las importantes desigualdades que existen dentro de los países.
En efecto, como Bourguignon (2016) y otros han demostrado, mientras que la desigualdad global y la desigualdad entre los países han ido disminuyendo desde la década de 1980, la desigualdad dentro de los países ha ido aumentando.
¿En qué medida se reflejan estas desigualdades dentro de un país en todo el territorio? Más importante aún, ¿qué implican en términos de desafíos de políticas y déficits de gobernabilidad?
Si bien muchas medidas tradicionales de desigualdades territoriales contemplan las disparidades en el producto interno bruto (PIB), es importante pensar en cómo se manifiestan las disparidades espaciales más allá del ingreso.
Quizás más relevantes que las desigualdades en el PIB per cápita son las desigualdades en la provisión de bienes y servicios públicos.
En los países desarrollados, a medida que viajas largas distancias, observas un perfil muy diverso de la actividad económica, pero una calidad bastante uniforme en términos de la oferta y el acceso a los servicios públicos.
En los países en desarrollo, el paisaje a medida que viajas muestra un perfil muy homogéneo de la actividad económica –falta de diversificación– y una calidad y acceso muy heterogéneos a los servicios públicos, comenzando con la infraestructura.
Siguiendo a O’Donnell (2010), el Estado debe actuar como punto focal de identidad colectiva y debe responder por igual a las necesidades de todos los ciudadanos, independientemente de dónde vivan dentro del territorio.
Desafortunadamente, la presencia del Estado tiende a ser discontinua a través del espacio. El Estado y su eficacia en la prestación de servicios públicos a menudo se distribuyen de manera desigual, lo que deja a muchas regiones sistemáticamente desatendidas y sus polaciones excluidas.
El Estado es, de hecho, «discontinuo». Ceriani y López-Calva (en preparación) brindan una manera de medir cómo estas «discontinuidades del estado» se manifiestan en múltiples dimensiones y describen de manera acumulativa la «densidad» del Estado sobre el espacio.
A modo de ilustración, utilizando los datos del recientemente actualizado Índice de Desarrollo Humano Subnacional (IDHS), se muestra cómo las desigualdades territoriales en el desarrollo humano han cambiado durante el período 1990-2017 en América Latina y el Caribe.
Al igual que el Índice de Desarrollo Humano (IDH) nacional, el índice IDHS combina medidas de educación, salud e ingresos.
Para medir las desigualdades territoriales, utilizamos una medida simple de la brecha entre la región con el mejor desempeño en un país (el índice subnacional más cercano a 1 representa la presencia estatal «más alta» medida por el resultado) y la región con el peor desempeño en ese mismo país (índice subnacional más cercano a 0 indica la presencia «más baja»).
Con el tiempo vemos que, en promedio, en los países de América Latina y el Caribe las desigualdades territoriales en el desarrollo humano se están reduciendo. Sin embargo, al mirar los índices por separado,vemos tendencias ligeramente diferentes.
Primero, vemos que, en promedio, en los países latinoamericanos y caribeños, las disparidades espaciales en educación son más altas, seguidas por los ingresos y luego la salud.
Además, observamos que, a lo largo del período 1990-2017, la mayor reducción de las disparidades espaciales se ha producido en salud, seguida por el ingreso. Las disparidades espaciales en educación, sin embargo, han aumentado durante este período.
Si nos enfocamos en el nivel nacional, podemos ver una imagen más matizada de lo que está sucediendo dentro de los países individuales de la región.
A medida que los puntos rojos se mueven hacia arriba, vemos como aumentan las desigualdades territoriales. Este es el caso en países como Nicaragua, Bolivia, Venezuela, Belice y Ecuador. A medida que los puntos rojos se mueven hacia abajo, vemos disminuir las desigualdades territoriales.
Se han producido reducciones particularmente grandes en países como Honduras, Brasil, Haití y la República Dominica.
En general, vemos que, si bien las desigualdades territoriales se han ido reduciendo en promedio, el progreso ha sido desigual y aún existen grandes brechas en muchos países.
Por ejemplo, a partir de 2017, países como Panamá, Suriname, Honduras y Guatemala aún tienen brechas mayores de 0.166 (en una escala de 0 a 1). Eso significa que el nivel de desarrollo humano en la región con mejor desempeño en el país es de al menos 16.6 puntos porcentuales más alto que el nivel de desarrollo humano en la región con peor desempeño en el país.[related_articles]
La exclusión territorial es un signo importante de déficits de gobernabilidad. Además, las disparidades territoriales se asocian típicamente con otras dimensiones de exclusión.
La focalización territorial podría ser, para ciertas intervenciones, una forma de abordar las brechas multidimensionales de una manera rentable.
Al comprender cómo difiere la densidad del estado en el territorio de una nación, podemos obtener una mejor comprensión de cómo y dónde las personas se quedan atrás.
Un enfoque territorial de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es importante no solo para garantizar la inclusión económica, sino también para mejorar la cohesión social y política de la sociedad.
Como observan Kanbur y Venables (2005), la desigualdad espacial «ha agregado importancia cuando las divisiones espaciales y regionales se alinean con las tensiones políticas y étnicas para socavar la estabilidad social y política».
Para visualizar en mayor dimensión las tablas dinámicas, visite este artículo aquí, en la página del PNUD América Latina.
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