En la provincia de Salta, en el norte de Argentina, está Los Blancos, un pueblo de 1.100 habitantes en cuyos alrededores viven comunidades rurales, tanto indígenas como criollas, que sobreviven sobre todo de la pequeña actividad agropecuaria.
Es una de las zonas más pobres de Argentina y forma parte del llamado Chaco americano, una ecorregión de más de un millón de kilómetros cuadrados que comparten también Bolivia y Paraguay, además de en menor proporción Brasil.
Aquí, sus habitantes deben lidiar cada año con unos seis meses de sequía: no llueve entre mayo y octubre, cuando las temperaturas llegan a alcanzar los 50 grados centígrados.
Los pozos en Los Blancos, que forma parte del municipio de Rivadavia Banda Norte, no son una solución para acceder a agua potable durante esos períodos, porque las napas están naturalmente contaminadas con arsénico y otras sustancias nocivas.
Durante muchos años, un tren pasaba una vez por semana por esta zona y dejaba agua potable a los pobladores.
Sin embargos, en los años 90, el servicio ferroviario se interrumpió y desde entonces la única solución que encontraron muchas comunidades rurales fue construir lo que llaman «represas»: estanques o pozas donde se acopia agua de lluvia.
Esa agua de lluvia, en la que los animales se abrevaban y hasta hacían sus necesidades, era también utilizada por las personas para beber y cocinar, con graves consecuencias sanitarias.
Pero en los últimos tres años, la Fundación para el Desarrollo en Paz y Justicia (Fundapaz) capacitó a indígenas y criollos para construir un sistema de cisternas de acopio de agua de lluvia que ha transformado sus vidas.
Sobre sus viviendas y otras edificaciones instalan techos de latón, recolectores de agua de lluvia.
Ese agua es canalizada por una cañería hasta una cisterna de cemento, que está cerrada herméticamente y que almacena 16.000 litros, la cantidad que se estima que necesita una familia de cinco personas para consumir durante los seis meses de sequía.
Las cisternas son construidas por equipos de tres personas, con la colaboración de las familias beneficiarias, que también deben brindar a los trabajadores alojamiento durante la semana que demora la construcción.
Se trata de una tecnología que Fundapaz “importó” de Brasil, en particular de la ecorregión del Semiárido, en el Nordeste del país, donde se han instalado cientos de miles de esas cisternas, apoyadas por organizaciones sociales con las que la fundación argentina mantiene continuos intercambios.
Las familias de Los Blancos y de otras localidades de Rivadavia Banda Norte que accedieron a las cisternas dejaron de depender para sus necesidades domésticas de las entregas de agua de la municipalidad, muchas veces condicionadas por las preferencias políticas de los usuarios.
Para mayor información, visite este reportaje de IPS.
Edición: Estrella Gutiérrez