El gobierno que tomará posesión el 1 de enero en Brasil, presidido por Jair Bolsonaro, pondrá a prueba a la extrema derecha en el poder, con creencias que suenan extemporáneas y una gestión basada en la conexión directa con la población.
“El poder popular ya no necesita intermediación, las nuevas tecnologías permiten una nueva relación directa entre el elector y sus representantes”, sostuvo Bolsonaro al recibir el diploma de presidente electo por el Tribunal Superior Electoral, el 10 de diciembre en Brasilia.
Ya se conoce el papel que tuvo la comunicación por redes sociales, especialmente la del teléfono celular por la aplicación de WhatsApp, en las elecciones brasileñas de octubre, que alzaron a la presidencia a un diputado nada destacado en sus 30 años como legislador.[pullquote]3[/pullquote]
Ahora se trata de gobernar. Por su discurso y experiencia reciente, Bolsonaro, de 63 años, seguirá recurriendo a las redes como presidente y discípulo exitoso del mandatario estadounidense, Donald Trump.
“Pero son dos realidades muy distintas, las elecciones y el gobierno. El presidente electo ya dio muestras de que sigue en campaña permanente, pero ahora ya no se trata de promesas, hay que presentar resultados”, señaló Fernando Lattmann-Weltman, profesor de ciencias políticas en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).
“Sin resultados satisfactorios, el riesgo mayor es que el gobierno se inviabilice, ante el deterioro de sus relaciones con otros poderes, instituciones y grupos organizados”, y la frustración de fuertes expectativas de cambio creadas en las elecciones, acotó.
Bolsonaro adoptó también el discurso usual de que gobernará para todos, como “el presidente de los 210 millones de brasileños”. Pero los especialistas coinciden en que la comunicación directa con los electores es sesgada y tiende a alimentar la beligerancia más allá de las jornadas electorales, como ocurre en el Estados Unidos de Trump.
Las redes sociales amplían las posibilidades de diálogo entre las personas, como medios interactivos y accesibles a crecientes parcelas de la población. Pero no son públicas como la prensa, radio y televisión abierta. Se limitan a círculos familiares o de algún interés común.
Como instrumento político, suelen formar grupos de afinidades, de opiniones y creencias comunes, o sectas digitales. No sirven al debate, a la argumentación y confrontación de ideas, incluso porque en general son usadas para mensajes cortos, consignas y noticias falsas.
En ese sentido, agravan las polarizaciones y antagonismos. Un gobierno basado en esas conexiones tendería a acentuar conflictos, crisis y amenazas a la democracia, se argumenta.
“La democracia no está en crisis a causa del WhatsApp, sino por falta de un pacto social, porque sindicatos y partidos ya no son representativos”, discrepó Giuseppe Cocco, profesor de la Escuela de Comunicación de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Las redes sociales sí tienen un “efecto club”, pero son hoy “una condición de nuestras vidas” en sus varias dimensiones, sea la producción material, de comunicación, de servicios e incluso la política, argumentó a IPS.
Para el profesor, “su uso en la campaña electoral no explica el triunfo de Bolsonaro”, sino el deseo de la mayoría de los electores brasileños por un cambio contra la corrupción, el sistema político sin credibilidad, la crisis económica y la inseguridad ante la expansión de la criminalidad.
“Él supo usar las redes para presentarse como la solución”, consideró y añadió que “ellas podrán favorecerlo o no en el gobierno”, según el uso que les dé.
Pero no son pocos los investigadores en el mundo que atribuyen a las redes de comunicación efectos negativos en la democracia, por su uso en la intensa difusión de noticias falsas, ahora conocidas también por la expresión inglesa “fake news”.
También se refieren a interferencias extranjeras en procesos electorales, como la que se sospecha haber sido practicada por rusos en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, y la presión ejercida por electores en conexión directa como si fuesen “la voz del pueblo”.
Por otra parte, el Whatsapp es el instrumento más usado últimamente para organizar grandes movilizaciones sociales, como la huelga de camioneros que paralizó Brasil en mayo de 2018 y la rebelión de los “chalecos amarillos” en Francia, iniciada el 17 de noviembre contra el alza de precios de los combustibles y ampliada a otros reclamos.
Pero antes ese papel lo cumplió el teléfono fijo, hoy casi totalmente sustituido por el celular. Redes sociales como Twitter y el Facebook se volvieron decisivos en elecciones como la de Trump en 2016 y las movilizaciones de la llamada “Primavera Árabe”, en países del norte africano, recordó Cocco, un italiano residenciado en Brasil desde 1995.
Pero no es solo una evolución técnica, el WhatsApp es una “red cerrada” que no permite identificar el origen de los mensajes y, por lo tanto, tampoco el responsable cuando se diseminan mensajes que podrían tipificar delitos, en contraste con otros medios.[related_articles]
La advertencia es de Alessandra Aldé, profesora de posgrado en Comunicación de UERJ y coordinadora de un grupo de investigación sobre esa aplicación, que la ha repetido en entrevistas concedidas a medios locales tras las elecciones de octubre..
Bolsonaro empleó masivamente el WhatsApp en su campaña electoral.
Además, empresarios habrían invertido recursos propios para difundir por esa red acusaciones falsas contra el candidato del izquierdista Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, en violación de la legislación electoral, denunció el diario Folha de São Paulo el 18 de octubre, 10 días antes de la segunda vuelta presidencial.
Muchos analistas señalan similitudes entre Trump y Bolsonaro por el éxito electoral impulsado por las redes sociales y sus políticas de extrema derecha.
Pero el brasileño resultó elegido con “bases más frágiles”, sin el sostén de un partido como el Republicano, de Trump, ni parlamentarios experimentados, observó Lattman-Weltman a IPS.
Bolsonaro tiene formación militar. Interrumpió su carrera cuando era capitán del Ejército, en 1988, para convertirse en concejal de Río de Janeiro. Dos años después ascendió a diputado nacional y desde entonces fue reelegido seis veces. Nunca ejerció una función ejecutiva ni de liderazgo partidista.
El partido al que adhirió tan solo en mayo, el Social Liberal (PSL), obtuvo un único diputado en 2014 y en las elecciones de octubre conquistó 52 de los 513 escaños. En el Senado logró sus primeros cuatro miembros, cinco por ciento del total. Gran parte del resultado se debió a la súbita popularidad del excapitán.
Otro riesgo, de consecuencias quizás más graves e inmediatas, son las creencias de los núcleos centrales del próximo gobierno, uno profundamente religioso y otro militar. “Dios por encima de todos” es la consigna de la campaña electoral y del gobierno que el 1 de enero iniciará su mandato de cuatro años.
Siete oficiales de las Fuerzas Armadas integrarán el gabinete ministerial de 22 miembros. A ellos se suman el mismo presidente y su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, en el gobierno más militarizado de la historia brasileña.
Bolsonaro rechazó, por ejemplo, la realización de la conferencia mundial sobre clima en Brasil en 2019 y amenaza con abandonar el Acuerdo de París sobre cambio climático, aprobado en 2015, por considerarlo una amenaza a la soberanía brasileña sobre 136 millones de hectáreas de Amazonia que componen el llamado “Triple A” (AAA).
Ese tipo de temor es difundido entre los militares brasileños, que también sospechan que hay tierras reservadas a los indígenas que pueden pasar al dominio internacional o independizarse. Por eso se resisten a su demarcación.
Pero en realidad el AAA se refiere a un corredor ecológico, Andes-Amazonia-Atlántico, propuesto por una organización ambientalista de Colombia, Gaia Amazonas, que no se aprobó ni forma parte de las discusiones climáticas.
Edición: Estrella Gutiérrez