La decisión de Iván Duque, el nuevo presidente colombiano, de retirar a su país de la organización Unasur, no solamente es la inauguración de las medidas que el mandatario deberá tomar en su nuevo cargo, sino también el certificado de defunción del tradicional y precario proyecto de cooperación de la parte sur del continente americano.
La drástica declaración es al mismo tiempo un amplio mensaje de que los tiempos de la integración latinoamericana pasan por un período negativo que se presenta con visos de ser terminal y no meramente temporal.
La atmósfera en el subcontinente latinoamericano no es aislada, sino que viene acompañada de un contexto adverso a los experimentos de integración (y de cooperación económica) en todo el continente, bajo el influjo amenazante de Estados Unidos, liderado por Donald Trump.
Por otra parte, el núcleo de la Unión Europea, que fuera un faro de mensajes positivos en el pasado, no parece pasar por sus mejores momentos.
Se halla bajo la ambivalencia de ciertos miembros (y el influjo del Brexit) y la presión de sectores populistas que no solamente socaban el consuetudinario mensaje de unión, sino que vienen trabajando sin cesar por la prioridad del nacionalismo, azuzado por la inmigración descontrolada.
Mientras la debilidad europea puede considerarse temporal y al mismo tiempo consustancial a su largo desarrollo de más de medio siglo, los síntomas latinoamericanos son más serios, ya que la historia de la integración del subcontinente no rebasa los conatos de experimentos y declaraciones ampulosas.
Además, el registro de proyectos adolece de un problema innato que consiste en no solamente equivocar los límites geográficos, sino también en responder no a unos objetivos positivos de sumar, sino también a responder a unas miras de plasmar proyectos en contra de algunos vecinos y competidores en la media distancia.
La defunción de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) estaba anunciada desde los momentos en que Argentina, Brasil, Chile, Perú y Paraguay decidieron suspender su membresía.
Un largo periodo sin secretario general carcomía su funcionamiento. Pero diversas voces han estado señalando que las carencias de Unasur proceden de orígenes complementarios.
Uno es la limitación geográfica. Otro es el objetivo primordial en un contexto en que Unasur no solamente debía compartir escenario con diversas organizaciones interamericanas y estrictamente latinoamericanas. Un tercero estaba presentado por los objetivos que su curioso ADN anunciaba.
El primer enigma se presentó tempranamente con el limitado marco geográfico. Al ceñirse al subcontinente sudamericano, se revelaba que la nueva organización esquivaba dos actores imponentes: Estados Unidos y México.
Evitar al primero parecía ser el objetivo central de repetir el marco de la OEA (Organización de Estados Americanos), que estaba considerado por la mayoría los miembros fundadores de Unasur como el poder hegemónico obstaculizador.
México se consideraba competidor de Brasil y cómplice de numerosas carencias latinoamericanas. Brasil soslayaba así incómodos socios. Por otra parte, Unasur era una ampliación del escenario del ALBA (Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América), la creación bolivariana de Venezuela, impelida por los argumentos de la ayuda petrolífera.
Los objetivos de Unasur resultaban un tanto etéreos para rellenar el espacio reservado por Ecuador en el “centro del mundo”. El admirable edificio construido sobre la raya de los hemisferios, entonces bajo el influjo entusiasta del presidente argentino Néstor Kirchner (2003-2007), se fue quedando vacío de objetivos.
Nunca se vio claro el proyecto de convertir a Unasur en una eficaz OTAN sudamericana que velara por la seguridad y garantizara a sus miembros la coexistencia en su diversidad. Nunca se palpó su eficacia en convertirse en foro de solucionar controversias.
Simultáneamente, su evolución contrastaba en la deriva de los dos proyectos tradicionales latinoamericanos que compartían el teatro geográfico, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y Mercosur (Mercado Común del Sur). Si de integración regional se trataba, esa función pertenecía a la CAN y Mercosur.
Simultáneamente a la evolución de Unasur, la CAN quedaba herida internamente por su inhabilidad en sublimar su inexistente unión aduanera, a pesar de contar con un notable bagaje de legislación común.[related_articles]
La fuga temprana de Chile fue el aviso de los escarceos que Colombia y Perú fraguaban con la UE y Estados Unidos para plasmar acuerdos individuales comerciales que terminaron por provocar la irritación de Venezuela.
Hugo Chávez (1999-2013) necesitaba excusas para anunciar su particular salida y su extemporánea entrada de Mercosur. El ingreso de Caracas en la organización con sede en Montevideo será recordado como la clásica inserción del elefante en la cacharrería, un trauma del que los socios originarios de Mercosur todavía no se han recuperado.
Las ansias de Bolivia por pertenecer a Mercosur es el penúltimo capítulo del drama sudamericano, del que queda como resto, especialmente luego del desastre de Unasur, el flexible remiendo futuro de una coalición de los miembros más confiables de Mercosur con algunos socios (Perú, Colombia, Chile, incluso México) del oriente de subcontinente, en lo que se llama la Alianza del Pacífico.
Esta sería la alternativa a la tradicional construcción de la integración latinoamericana, soslayando la institucionalización (la hija predilecta de la Unión Europea), y priorizando el pragmatismo de los acuerdos estrictamente comerciales y de inversiones con socios confiables.
Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. jroy@miami.edu